jueves, 11 de junio de 2015

Capítulo 17 -> Entre la vida y la muerte

Cuando me desperté, estaba en una habitación blanca. Mi cama estaba rodeada por monitores de tensión y muchísimos cables, cada uno de un color diferente. La cama en la que estaba acostada, tenía barras que impedían que pudiera salir de ella.
-Cariño, ¿qué tal te encuentras? –me preguntó mi madre mientras cogía fuerte de la mano a mi padre.
-¿Qué ha pasado? –pregunté confusa y con la voz ronca.
-Te desmayaste en el instituto y tu hermano y Teresa te trajeron aquí porque no respirabas. Sufriste un ataque de ansiedad que no te dejaba coger oxígeno.
-Eso lo recuerdo. ¿Dónde está Héctor? –pregunté mientras mi pulso se aceleraba.
-Le dispararon en el hombro y perdió mucha sangre.
-¿Está bien?
-Está en coma y los médicos no creen que pueda despertarse.
-Quiero verle.
-No puedes salir de aquí hasta que el médico no te dé permiso. Tienes que descansar.
-No tengo que descansar. Tengo que verle –exigí furiosa mientras me destapaba para salir de aquella cama.
-Alice, cálmate. Tienes que dormir y no te vas a mover de aquí hasta que tu médico lo diga, ¿vale? –dijo mi padre con voz firme mientras me empujaba los hombros para que me tumbara y mi madre me tapaba con la manta blanca de la cama.
-¡Pero tengo que verle!
-Aún no Alice, aún no –dijo mi madre mientras me acariciaba la mejilla.

Pasé varios días allí hasta que terminaron de hacerme pruebas y de comprobar que estaba bien. Me hicieron más pruebas de lo normal, porque mi madre se obsesionó con que a lo mejor tenía asma. Afortunadamente, se confundió. Nada más conseguir que mi médico me diera el alta, fui a la habitación de Héctor que seguía en coma. Abrí la puerta y le vi tumbado en la cama. Tenía varios cables por el cuerpo. Me acerqué y pude observar su pecho desnudo y en su hombro derecho, vi una gasa enorme tapando la herida de la bala. Cogí un papel que había al lado de su cama, era su informe. Era un milagro que siguiera vivo. Unos centímetros más abajo, y la bala le habría dado en el corazón.
-Héctor, he leído que cuando la gente está en coma, puede oír. Te echo de menos. Y voy a matar a tu primo. Mis padres me han dicho que tus padres no han venido a verte. Seguramente será para que no les detengan por algún delito o porque directamente, no han querido venir por enfrentarte a tu familia. Siento que tengas una familia así. Johnny quería matarnos y la verdad es que preferiría mil veces ser yo la que está en coma. Te quiero mucho Héctor. Cuando te despiertes, te vendrás a mi casa. Por cierto, voy a venir todos los días porque como bien sabes, soy tu enfermera. Mi madre ha decidido no obligarme a ir al instituto durante un par de semanas por seguridad. Me acaban de dar el alta. No me pasó nada grave. Solo me desmayé y me dio un ataque de ansiedad y mi madre se puso en lo peor, y me trajeron aquí. Mis padres me están esperando fuera. Mañana volveré, te lo prometo. Te quiero –dije mientras le cogía de la mano, le acariciaba la mejilla y finalmente, le daba un beso.

Pasé dos semanas en casa y cada tarde, iba a verle y a contarle si había noticas nuevas y sino, le contaba como un cuento. El cuento de cuando nos conocimos. A veces creía ver en su rostro una sonrisa. También le contaba que su familia había desparecido de la ciudad.
Cada día que pasaba, me convencía más a mí misma de que Héctor no iba a despertarse.
A los dos meses de la pelea, llegó una carta a mi casa. Era para Teresa. No ponía en el sobre de quién era por lo que fuera quien fuese, lo había dejado él mismo en el buzón de mi casa. Se la di a Teresa y ella algo extrañada pero con mucha curiosidad, la abrió.

Querida hija:

Sentimos mucho haberos abandonado así a tu hermana y a ti pero era la única forma de manteneros a salvo. Te preguntarás por qué hemos desaparecido. Bueno la verdad es que tratamos con gente poco legal y ahora les debemos un favor en el que no podemos ayudarles pero eso a ellos les da igual y creen que lo que queremos es no hacerles el favor. Por lo que nos están persiguiendo. Cuando esto termine, iremos a buscaros y nos iremos a Australia. Cariño, cuida de tu hermana y cuida tu propia vida. No vayas nunca sola por la calle. No queremos que os hagan daño.
Teresa, necesito que destruyas esta carta para que nadie sepa que estamos en contacto.

Os queremos,

Keira y Fer.

Teresa nada más leerla, se la dio a Robert que la leyó en alto y después cogió un mechero de un cuenco y la quemó. Teresa estaba aliviada porque sabía que seguían vivos pero también preocupada porque podía no volver a verles si les encontraban.

Llevaba dos meses sin saber nada de Johnny y Héctor no mejoraba. Tenía miedo de no volver a oír la voz de Héctor ni de volver a verle sonreír… Cada día que pasaba, odiaba más a Johnny por lo que le había hecho a su propio primo. También estaba enfadada con la familia de Héctor porque no se habían dignado a aparecer por allí. Yo, sin embargo, estaba agarrándole de la mano y dándole fuerzas para que mejorara cada día. Notaba como cada día su piel estaba más pálida algo que me asustaba porque notaba como se moría delante de mis narices. Los médicos decían que no podían hacer nada, que solo se podía esperar a que hubiera un milagro. Eso solo me deprimía más. Necesitaba que alguien me diera fuerzas, esperanza. Su piel estaba fría. Si no fuera por la máquina que marcaba el pulso de Héctor, pensaría que había muerto.

Una tarde, nada más salir del hospital, decidí ir a la casa de Héctor. Cogí las llaves que llevaba Héctor cuando el disparo, y conduje hasta su casa. Necesitaba contactar con su familia. Quería que le visitaran antes de que el corazón de su hijo dejase de latir. Nunca había ido a su casa por lo que me quedé asombrada de lo grande que era. Su estructura era bastante moderna y el interior también lo era. Tenía suelos brillantes que aparentaban ser bastante resbaladizos. Cerca de la entrada, estaba el salón. Tenía un sofá blanco de cuero y enfrente de éste, una televisión negra de plasma.  En el lado opuesto del salón, había una estantería enorme. Ojeé los libros y pude ver que tenía libros en italiano, inglés, francés y español. Después me dirigí hacia la cocina. Era increíblemente grande y con mucha luz. Pegada a la pared, había un largo tramo de encimera blanca de mármol y en medio de la cocina, había otro tramo pequeño de encimera en forma de cuadrado. Allí, estaba la vitrocerámica y un pequeño espacio para comer. Había dos butacas delante de la encimera cuadrada. Tenía dos frigoríficos, una cafetera que funcionaba con cápsulas y un montón de electrodomésticos modernos que en la vida había visto. Al lado de la cocina, estaba el baño. Era la habitación más pequeña de la casa. Subí a la segunda planta donde había 2 dormitorios, un estudio y un baño con jacuzzi. En la azotea, tenía un pequeño jardín con un balancín, una piscina bastante amplia y otro jacuzzi.

Estaba claro que su familia era multimillonaria. Cuando terminé de ver su moderna casa, bajé a su cuarto. Tenía una cama de agua en la cual me tumbe para notar el movimiento del agua. Después, empecé a abrirle todos los cajones y armarios. Necesitaba encontrar una agenda donde estuviera el teléfono de su padre o de alguien de su familia. Había una caja fuerte hundida en el suelo que estaba debajo de la cama de agua. No sabía qué habría allí pero seguramente, escondería armas, dinero o algo secreto. No encontré nada por lo que bajé al salón y empecé a buscar alguna cosa que me pudiera ayudar a localizarles entre los libros de la estantería. Mientras miraba un libro italiano, vi una lucecita que parpadeaba. Alce la vista del libro. Era el contestador de Héctor. Tenía un mensaje.

Héctor, soy tu padre y te llamo porque estoy muy disgustado contigo. No sé por qué nos has traicionado de este modo. Encima has pegado a un familiar. Sabes perfectamente que lo más importante para nosotros, es la familia. Necesitamos estar todos unidos porque sino, no somos una familia. Espero que estés disgustado contigo mismo y que le pidas perdón a tu primo Johnny por la pelea. Y espero que no vuelva a pasar. Ah, por cierto, he hablado con Johnny y creo que pelearos por una chica que encima no es italiana, no os conviene. Por eso, te lo digo tanto a ti como ya se lo he dicho a tu primo, tenéis que olvidarla. No voy a permitir que mi familia se separe por una cualquiera. Bueno hijo, ahora tengo una reunión pero espero que no vuelvas a fallarme y que le pidas perdón a tu primo. Chao.

Su acento italiano, se notaba más que el de Héctor o Johnny. Su voz era bastante grave e intimidaba con tan solo oírle. Estaba claro, que su padre no sabía nada del último enfrentamiento entre Johnny y Héctor.

Miré el número pero era un número oculto. Estaba muy enfadada porque su padre pensaba que yo era una cualquiera y seguramente, que estaba con su hijo por el dinero. Quería demostrarle a su padre que estaba equivocado pero me estaba siendo imposible poder contactar con él. Encima, no le caía bien, por el simple hecho de que no era italiana.

Al acabar de escuchar el mensaje de voz, salí de la casa de Héctor y me fui por la acera para coger mi coche e irme a casa. Mientras andaba por la calle, un par de hombres, me cogieron cada uno de un brazo y me llevaron dentro de un coche negro. Me sentaron en un asiento de cuero y se pusieron cada uno a un lado. Enfrente de mí, había un hombre de unos 55 años más o menos. Tenía el pelo canoso, vestía de traje y tenía un puro en una mano y una copa de coñac en la otra. Yo estaba asustada. No sabía quién era aquel hombre ni por qué me habían vuelto a secuestrar.
-Chao, Alice –me dijo el hombre canoso mientras escapaban nubes de humo por su boca.
-Chao –dije susurrando mientras mis piernas no paraban de temblar.
-Soy Leonardo, el padre de Héctor. Llevo semanas sin saber nada de mi hijo y me gustaría saber si tú has tenido que ver en su desaparición.
-Su hijo está en el hospital –susurré mientras alzaba la mirada.
-¿Y qué narices hace en el hospital? Debería estar con la familia y no allí ni con una americana.
-Su hijo está en coma.
-¿Qué le has hecho, desgraciada? –me gritó mientras sus ojos casi se salían de las órbitas.
-Johnny le disparó –dije mientras ocultaba mi rostro entre mi pelo.
-Cuentéame algo que me lo pueda creer. No vas a separar mi familia, ¿entendido?
-¡Yo no le miento! Johnny se encaró con él en el instituto y le disparó. Un montón de alumnos fueron testigos. Y no quiero separar su familia.
-Si eso fuera verdad, Johnny me lo habría contado. Sabe perfectamente que puede contármelo todo.
-Si se lo hubiera contado, le habría matado porque su hijo se está muriendo en el hospital por su culpa y usted no se ha preocupado de su paradero hasta dos meses después.
-¿Cómo puedes hablarme de tal modo, americana?
-No le he faltado el respeto en ningún momento. Solo le digo las cosas tal y como son.
-¿Has ido a verle al hospital?
-Todos y cada uno de los días.
-Necesito que me des información de su estado, las pruebas que le han hecho… Mi mujer está muy inquieta.
-Pues su hijo está muy grave. Consiguieron sacarle la bala pero cada día que pasa, está más blanco, frío y débil. Los médicos no tienen muchas esperanzas de que despierte. Lo siento.
-Johnny ha matado a mi hijo.
-De momento, su hijo sigue vivo.
-Johnny ha matado a mi hijo –repitió mientras notaba como su mirada se perdía.
-Su habitación es la 508 por si quiere ir a verle.
-Gracias. Ya puedes irte –dijo con los ojos inyectados en sangre.

Cuando salí del coche, me sentí muy aliviada. Pero a la vez, algo triste porque la cara de Leonardo me daba mucha pena. También estaba nerviosa porque sabía que ahora Leonardo iba a ir a por Johnny. Probablemente, le mataría o de un disparo o de una paliza.

Nada más meterme en el coche, cogí mi móvil. Sentía la obligación de avisar a Johnny pero a la vez, se merecía que lo castigasen.
No podía dejar de pensar en lo mal que lo iba a pasar la madre de Héctor en cuanto Leonardo le contase todo lo que yo le había dicho. Seguramente, irán a verle y espero que no decidan desconectarle. Porque yo aún tenía esperanzas de que algún día se despertara.

Cuando llegué a casa, les conté a Robert y a Teresa lo ocurrido. Por supuesto, no les comenté que su familia pertenecía a la mafia italiana porque se lo había prometido a Héctor. Robert y Teresa me convencieron para que no llamara a Johnny.
-Alice, no vas a salvarle el culo a alguien que ha disparado a su primo y a la persona con la que tú querías estar. Se merece cualquier castigo que Leonardo le ponga –me dijo Robert mientras le hacía cosquillas a Lucy.
-Me parece un poco cruel.
-Alice, tu novio se está muriendo por su culpa –dijo Teresa mientras le tiraba a Sáhara una pelota de goma para que fuera a por ella.
-Teresa tiene razón. Alice, no le avises, ¿vale? Él se lo ha guisado y él se lo va a comer –me dijo mientras dejaba a Lucy en el suelo y se acercaba para abrazarme.

Al día siguiente, fui a clase como todos los días. Al entrar en clase, me quedé helada.
-Hola Alice, ¿no te alegras de verme? –me dijo Johnny al ver que me había quedado con la boca abierta y parada en medio de la clase.
-¿Qué…qué haces aquí? –le pregunté tartamudeando.
-Estudiar, ¿no lo ves? Pensabas que estaba muerto, ¿verdad? Leonardo me castigó pero no de ese modo.
-No lo entiendo. Has matado a su hijo –le susurré para que nadie de clase se enterara de nuestra conversación.
-Primero, solo le disparé, no le he matado… de momento. Y segundo, me dio una paliza a modo de castigo.
-No te veo ningún moratón –le dije mientras examinaba su cuerpo.
-No me ha pegado en la cara porque mis manos detuvieron todo golpe. Pero el resto de mi cuerpo, está lleno de hematomas de color morado y unas cuantas heridas.
-Creo que se arrepentirá de no haberte matado.
-No me puedo creer que esas palabras tan duras salgan de tu boca.
-Y yo no me puedo creer que hayas disparado a tu propio primo sabiendo que jamás volveré contigo.
-Eso habrá que verlo.
-Lo verás, tranquilo.
-Que sepas, que todo lo que hago es por tu bien.
-¿Por mi bien? Por favor, no me hagas reír. Si quieres hacer algo por mi bien, márchate y no vuelvas por aquí.
-Algún día te arrepentirás de haber dicho tales palabras.
-Lo dudo.
-El tiempo me dará la razón.
-Vete al infierno.

Al ver mi mirada furiosa, cogió su abrigo y sus libros y se fue de clase. Mis compañeros de clase, me miraron a mí pero yo miré al suelo y empecé a hacer garabatos en un cuaderno. Dos minutos más tarde, entró el profesor de historia. No volví a ver a Johnny en lo que quedaba de día.

Después de comer, fui al hospital como todos los días. Cuando llegué a su habitación, Héctor no estaba. Me asusté y mis piernas no paraban de temblar. Fui hacia una enfermera que estaba al final del pasillo.
-Perdone, ¿sabe dónde está el chico de la habitación 508? –pregunté nerviosa.
-Se lo han llevado a la cuarta planta. Habitación 790 –me dijo mientras miraba unas hojas que tenía dentro de una carpeta.
-Gracias.

Subí corriendo por las escaleras. No sabía si el haberle cambiado de habitación, era algo bueno o algo malo. La puerta de su habitación estaba medio abierta por lo que entré.
-¿Qué haces aquí? –me preguntó Leonardo.
-Vengo a ver a su hijo como todos los días. ¿Por qué le han cambiado de habitación?
-Porque esta es la planta de la sanidad privada. Aquí le cuidarán mejor.
-¿Saben si ha mejorado?
-El médico nos ha dicho que su pulso ha mejorado un poco pero por lo demás, sigue igual –me susurró la madre de Héctor.
-Lo siento mucho.
-Gracias por haber cuidado de mi hijo. Sé que no eres una mala chica.
-¿Aunque no sea italiana?
-Eres una americana encantadora y aunque mi marido no te lo ha dicho porque es muy reservado, nos alegramos de que seas tú quien le cuide y le proteja.

Sonreí al ver que su madre era una persona de lo más amable y alegre a pesar del estado en el que se encontraba su hijo. Pasé la tarde con sus padres y mientras hablábamos le cogía de la mano a Héctor. Podía notar como su piel tenía una temperatura más alta. Julieta, la madre de Héctor, no paraba de acariciarle la cara a su hijo mientras que Leonardo, estaba sentado en un sillón leyendo un libro.
En cuanto anocheció, me fui a mi casa. Estaba contenta de que su familia se hubiera preocupado por él.
-Un amigo me ha contado que hoy Johnny ha salido corriendo de clase, ¿qué ha pasado? –me preguntó Robert mientras arropaba a Lucy.
-Discutimos y se fue.
-¿Te ha hecho algo?
-No, porque había demasiados testigos. Tiene algún plan por la forma en la que me ha hablado.
-No te tocará ni un pelo, hermanita. No me voy a apartar de tu lado.
-Gracias. Solo espero que por protegerme, no te haga lo mismo que a Héctor.
-Tranquila, ¿vale?
-Lo intentaré.

No pude dormir en toda la noche porque no podía dejar de darle vueltas a todo. La carta de Keira y Fer, mi secuestro, la familia de Héctor, Johnny, el peligro que corría mi hermano protegiéndome y sobre todo pensaba en el estado de Héctor. Necesitaba a Héctor cerca dándome fuerzas. Sin él estaba hundida. No sabía qué hacer para que Keira y Fer volvieran sin correr peligro alguno, no sabía qué hacer para pararle los pies a Johnny, no sabía qué hacer para proteger a mi familia de los italianos y no sabía qué hacer para que Héctor se despertara del coma.
Me sentía emocionalmente abatida. No tenía fuerzas para seguir luchando por el bien estar de todas las personas a las que quiero.

Serían las 3 de la mañana cuando mi móvil empezó a sonar. Llamaba un número oculto por lo que lo cogí recordando que el teléfono de Leonardo era un número oculto.
-Ven al hospital, mi hijo se está muriendo –dijo Julieta alterada. Antes de que pudiera contestarle, me colgó.

Me di media vuelta en mi cama y encendí la luz de la mesilla. Me levanté y me vestí apresuradamente. Decidí despertar a Robert para que me acompañara. Le pedí que condujera él porque sabía ir a más velocidad sin salirse de la carretera.
Cuando llegamos, subimos en ascensor hasta la cuarta planta y fuimos corriendo hasta la habitación de Héctor.
Julieta estaba llorando y Leonardo no paraba de maldecir a todo el mundo pero especialmente a Johnny.
Pude oír un pitido constante. El corazón de Héctor había dejado de latir. Me caí al suelo quedándome de rodillas mientras mi pulso se aceleraba y mis ojos estaban inundados por las lágrimas. Robert me levantó y me sentó en una butaca que estaba al lado de la cama donde estaba el cuerpo de Héctor. Cogí la mano sin vida de Héctor y la llené de lágrimas y besos. Oí como Leonardo se dirigía hacia mí y alzaba la mano para apagar la máquina. Le detuve pero Leonardo se resistió.
-Ya no sirve de nada tener la máquina encendida. Mi hijo, mi único hijo, ha muerto.
-No puede apagarla. Tiene que vivir –dije histérica mientras me ponía delante de la máquina.
-Mi hijo ya está muerto. No nos lo hagas más difícil.
-No la apague, su hijo no ha muerto.
-Chico, llévatela. La chica está delirando.
-No estoy loca –grité mientras me aferraba al cuerpo de Héctor.
-Alice, vámonos –me ordenó Robert.
-No –le repliqué.
-Alice, ya no hay nada que hacer. Se ha ido.
-No se ha ido. Sigue aquí. Héctor, despierta por favor, despierta –dije mientras le apretaba una mano y escondía mi rostro en su cuello.

Robert empezó a tirar de mí pero yo no me aparté del lado de Héctor. Sabía que él tenía que vivir. No podía morirse. No podía dejarme sola.

Robert se cabreó y empezó a tirar de mí cada vez con más fuerza. Él era más fuerte que yo por lo que poco a poco me iba apartando del lado de Héctor. Robert me levantó en el aire y yo empecé a mover con fuerza y rapidez las piernas y los brazos. Robert me soltó y como no me esperaba que me soltase, acabé dándole un golpe muy fuerte a Héctor en el pecho. Al segundo, Leonardo me cogió del cuello y me estampó con tanta fuerza contra la pared, que caí al suelo inconsciente. 

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