Cuando me desperté, estaba en
una habitación blanca. Mi cama estaba rodeada por monitores de tensión y
muchísimos cables, cada uno de un color diferente. La cama en la que estaba
acostada, tenía barras que impedían que pudiera salir de ella.
-Cariño, ¿qué tal te
encuentras? –me preguntó mi madre mientras cogía fuerte de la mano a mi padre.
-¿Qué ha pasado? –pregunté
confusa y con la voz ronca.
-Te desmayaste en el
instituto y tu hermano y Teresa te trajeron aquí porque no respirabas. Sufriste
un ataque de ansiedad que no te dejaba coger oxígeno.
-Eso lo recuerdo. ¿Dónde está
Héctor? –pregunté mientras mi pulso se aceleraba.
-Le dispararon en el hombro y
perdió mucha sangre.
-¿Está bien?
-Está en coma y los médicos
no creen que pueda despertarse.
-Quiero verle.
-No puedes salir de aquí
hasta que el médico no te dé permiso. Tienes que descansar.
-No tengo que descansar.
Tengo que verle –exigí furiosa mientras me destapaba para salir de aquella
cama.
-Alice, cálmate. Tienes que
dormir y no te vas a mover de aquí hasta que tu médico lo diga, ¿vale? –dijo mi
padre con voz firme mientras me empujaba los hombros para que me tumbara y mi
madre me tapaba con la manta blanca de la cama.
-¡Pero tengo que verle!
-Aún no Alice, aún no –dijo
mi madre mientras me acariciaba la mejilla.
Pasé varios días allí hasta
que terminaron de hacerme pruebas y de comprobar que estaba bien. Me hicieron
más pruebas de lo normal, porque mi madre se obsesionó con que a lo mejor tenía
asma. Afortunadamente, se confundió. Nada más conseguir que mi médico me diera
el alta, fui a la habitación de Héctor que seguía en coma. Abrí la puerta y le
vi tumbado en la cama. Tenía varios cables por el cuerpo. Me acerqué y pude observar
su pecho desnudo y en su hombro derecho, vi una gasa enorme tapando la herida
de la bala. Cogí un papel que había al lado de su cama, era su informe. Era un
milagro que siguiera vivo. Unos centímetros más abajo, y la bala le habría dado
en el corazón.
-Héctor, he leído que cuando
la gente está en coma, puede oír. Te echo de menos. Y voy a matar a tu primo.
Mis padres me han dicho que tus padres no han venido a verte. Seguramente será
para que no les detengan por algún delito o porque directamente, no han querido
venir por enfrentarte a tu familia. Siento que tengas una familia así. Johnny
quería matarnos y la verdad es que preferiría mil veces ser yo la que está en
coma. Te quiero mucho Héctor. Cuando te despiertes, te vendrás a mi casa. Por
cierto, voy a venir todos los días porque como bien sabes, soy tu enfermera. Mi
madre ha decidido no obligarme a ir al instituto durante un par de semanas por
seguridad. Me acaban de dar el alta. No me pasó nada grave. Solo me desmayé y
me dio un ataque de ansiedad y mi madre se puso en lo peor, y me trajeron aquí.
Mis padres me están esperando fuera. Mañana volveré, te lo prometo. Te quiero
–dije mientras le cogía de la mano, le acariciaba la mejilla y finalmente, le
daba un beso.
Pasé dos semanas en casa y
cada tarde, iba a verle y a contarle si había noticas nuevas y sino, le contaba
como un cuento. El cuento de cuando nos conocimos. A veces creía ver en su rostro
una sonrisa. También le contaba que su familia había desparecido de la ciudad.
Cada día que pasaba, me
convencía más a mí misma de que Héctor no iba a despertarse.
A los dos meses de la pelea,
llegó una carta a mi casa. Era para Teresa. No ponía en el sobre de quién era
por lo que fuera quien fuese, lo había dejado él mismo en el buzón de mi casa.
Se la di a Teresa y ella algo extrañada pero con mucha curiosidad, la abrió.
Querida
hija:
Sentimos
mucho haberos abandonado así a tu hermana y a ti pero era la única forma de
manteneros a salvo. Te preguntarás por qué hemos desaparecido. Bueno la verdad
es que tratamos con gente poco legal y ahora les debemos un favor en el que no
podemos ayudarles pero eso a ellos les da igual y creen que lo que queremos es
no hacerles el favor. Por lo que nos están persiguiendo. Cuando esto termine,
iremos a buscaros y nos iremos a Australia. Cariño, cuida de tu hermana y cuida
tu propia vida. No vayas nunca sola por la calle. No queremos que os hagan
daño.
Teresa,
necesito que destruyas esta carta para que nadie sepa que estamos en contacto.
Os
queremos,
Keira
y Fer.
Teresa nada más leerla, se la
dio a Robert que la leyó en alto y después cogió un mechero de un cuenco y la
quemó. Teresa estaba aliviada porque sabía que seguían vivos pero también
preocupada porque podía no volver a verles si les encontraban.
Llevaba dos meses sin saber
nada de Johnny y Héctor no mejoraba. Tenía miedo de no volver a oír la voz de
Héctor ni de volver a verle sonreír… Cada día que pasaba, odiaba más a Johnny
por lo que le había hecho a su propio primo. También estaba enfadada con la
familia de Héctor porque no se habían dignado a aparecer por allí. Yo, sin
embargo, estaba agarrándole de la mano y dándole fuerzas para que mejorara cada
día. Notaba como cada día su piel estaba más pálida algo que me asustaba porque
notaba como se moría delante de mis narices. Los médicos decían que no podían
hacer nada, que solo se podía esperar a que hubiera un milagro. Eso solo me
deprimía más. Necesitaba que alguien me diera fuerzas, esperanza. Su piel
estaba fría. Si no fuera por la máquina que marcaba el pulso de Héctor,
pensaría que había muerto.
Una tarde, nada más salir del
hospital, decidí ir a la casa de Héctor. Cogí las llaves que llevaba Héctor cuando
el disparo, y conduje hasta su casa. Necesitaba contactar con su familia.
Quería que le visitaran antes de que el corazón de su hijo dejase de latir.
Nunca había ido a su casa por lo que me quedé asombrada de lo grande que era.
Su estructura era bastante moderna y el interior también lo era. Tenía suelos
brillantes que aparentaban ser bastante resbaladizos. Cerca de la entrada,
estaba el salón. Tenía un sofá blanco de cuero y enfrente de éste, una
televisión negra de plasma. En el lado
opuesto del salón, había una estantería enorme. Ojeé los libros y pude ver que
tenía libros en italiano, inglés, francés y español. Después me dirigí hacia la
cocina. Era increíblemente grande y con mucha luz. Pegada a la pared, había un
largo tramo de encimera blanca de mármol y en medio de la cocina, había otro
tramo pequeño de encimera en forma de cuadrado. Allí, estaba la vitrocerámica y
un pequeño espacio para comer. Había dos butacas delante de la encimera
cuadrada. Tenía dos frigoríficos, una cafetera que funcionaba con cápsulas y un
montón de electrodomésticos modernos que en la vida había visto. Al lado de la
cocina, estaba el baño. Era la habitación más pequeña de la casa. Subí a la
segunda planta donde había 2 dormitorios, un estudio y un baño con jacuzzi. En la
azotea, tenía un pequeño jardín con un balancín, una piscina bastante amplia y
otro jacuzzi.
Estaba claro que su familia
era multimillonaria. Cuando terminé de ver su moderna casa, bajé a su cuarto.
Tenía una cama de agua en la cual me tumbe para notar el movimiento del agua.
Después, empecé a abrirle todos los cajones y armarios. Necesitaba encontrar
una agenda donde estuviera el teléfono de su padre o de alguien de su familia.
Había una caja fuerte hundida en el suelo que estaba debajo de la cama de agua.
No sabía qué habría allí pero seguramente, escondería armas, dinero o algo
secreto. No encontré nada por lo que bajé al salón y empecé a buscar alguna
cosa que me pudiera ayudar a localizarles entre los libros de la estantería. Mientras
miraba un libro italiano, vi una lucecita que parpadeaba. Alce la vista del
libro. Era el contestador de Héctor. Tenía un mensaje.
Héctor,
soy tu padre y te llamo porque estoy muy disgustado contigo. No sé por qué nos
has traicionado de este modo. Encima has pegado a un familiar. Sabes
perfectamente que lo más importante para nosotros, es la familia. Necesitamos
estar todos unidos porque sino, no somos una familia. Espero que estés
disgustado contigo mismo y que le pidas perdón a tu primo Johnny por la pelea.
Y espero que no vuelva a pasar. Ah, por cierto, he hablado con Johnny y creo que
pelearos por una chica que encima no es italiana, no os conviene. Por eso, te
lo digo tanto a ti como ya se lo he dicho a tu primo, tenéis que olvidarla. No
voy a permitir que mi familia se separe por una cualquiera. Bueno hijo, ahora
tengo una reunión pero espero que no vuelvas a fallarme y que le pidas perdón a
tu primo. Chao.
Su acento italiano, se notaba
más que el de Héctor o Johnny. Su voz era bastante grave e intimidaba con tan
solo oírle. Estaba claro, que su padre no sabía nada del último enfrentamiento
entre Johnny y Héctor.
Miré el número pero era un
número oculto. Estaba muy enfadada porque su padre pensaba que yo era una
cualquiera y seguramente, que estaba con su hijo por el dinero. Quería
demostrarle a su padre que estaba equivocado pero me estaba siendo imposible
poder contactar con él. Encima, no le caía bien, por el simple hecho de que no
era italiana.
Al acabar de escuchar el
mensaje de voz, salí de la casa de Héctor y me fui por la acera para coger mi
coche e irme a casa. Mientras andaba por la calle, un par de hombres, me
cogieron cada uno de un brazo y me llevaron dentro de un coche negro. Me
sentaron en un asiento de cuero y se pusieron cada uno a un lado. Enfrente de
mí, había un hombre de unos 55 años más o menos. Tenía el pelo canoso, vestía
de traje y tenía un puro en una mano y una copa de coñac en la otra. Yo estaba
asustada. No sabía quién era aquel hombre ni por qué me habían vuelto a
secuestrar.
-Chao, Alice –me dijo el
hombre canoso mientras escapaban nubes de humo por su boca.
-Chao –dije susurrando
mientras mis piernas no paraban de temblar.
-Soy Leonardo, el padre de
Héctor. Llevo semanas sin saber nada de mi hijo y me gustaría saber si tú has
tenido que ver en su desaparición.
-Su hijo está en el hospital
–susurré mientras alzaba la mirada.
-¿Y qué narices hace en el
hospital? Debería estar con la familia y no allí ni con una americana.
-Su hijo está en coma.
-¿Qué le has hecho,
desgraciada? –me gritó mientras sus ojos casi se salían de las órbitas.
-Johnny le disparó –dije
mientras ocultaba mi rostro entre mi pelo.
-Cuentéame algo que me lo
pueda creer. No vas a separar mi familia, ¿entendido?
-¡Yo no le miento! Johnny se
encaró con él en el instituto y le disparó. Un montón de alumnos fueron
testigos. Y no quiero separar su familia.
-Si eso fuera verdad, Johnny
me lo habría contado. Sabe perfectamente que puede contármelo todo.
-Si se lo hubiera contado, le
habría matado porque su hijo se está muriendo en el hospital por su culpa y
usted no se ha preocupado de su paradero hasta dos meses después.
-¿Cómo puedes hablarme de tal
modo, americana?
-No le he faltado el respeto
en ningún momento. Solo le digo las cosas tal y como son.
-¿Has ido a verle al hospital?
-Todos y cada uno de los
días.
-Necesito que me des
información de su estado, las pruebas que le han hecho… Mi mujer está muy
inquieta.
-Pues su hijo está muy grave.
Consiguieron sacarle la bala pero cada día que pasa, está más blanco, frío y
débil. Los médicos no tienen muchas esperanzas de que despierte. Lo siento.
-Johnny ha matado a mi hijo.
-De momento, su hijo sigue
vivo.
-Johnny ha matado a mi hijo
–repitió mientras notaba como su mirada se perdía.
-Su habitación es la 508 por
si quiere ir a verle.
-Gracias. Ya puedes irte
–dijo con los ojos inyectados en sangre.
Cuando salí del coche, me
sentí muy aliviada. Pero a la vez, algo triste porque la cara de Leonardo me
daba mucha pena. También estaba nerviosa porque sabía que ahora Leonardo iba a
ir a por Johnny. Probablemente, le mataría o de un disparo o de una paliza.
Nada más meterme en el coche,
cogí mi móvil. Sentía la obligación de avisar a Johnny pero a la vez, se
merecía que lo castigasen.
No podía dejar de pensar en
lo mal que lo iba a pasar la madre de Héctor en cuanto Leonardo le contase todo
lo que yo le había dicho. Seguramente, irán a verle y espero que no decidan
desconectarle. Porque yo aún tenía esperanzas de que algún día se despertara.
Cuando llegué a casa, les
conté a Robert y a Teresa lo ocurrido. Por supuesto, no les comenté que su
familia pertenecía a la mafia italiana porque se lo había prometido a Héctor.
Robert y Teresa me convencieron para que no llamara a Johnny.
-Alice, no vas a salvarle el
culo a alguien que ha disparado a su primo y a la persona con la que tú querías
estar. Se merece cualquier castigo que Leonardo le ponga –me dijo Robert mientras
le hacía cosquillas a Lucy.
-Me parece un poco cruel.
-Alice, tu novio se está
muriendo por su culpa –dijo Teresa mientras le tiraba a Sáhara una pelota de
goma para que fuera a por ella.
-Teresa tiene razón. Alice,
no le avises, ¿vale? Él se lo ha guisado y él se lo va a comer –me dijo
mientras dejaba a Lucy en el suelo y se acercaba para abrazarme.
Al día siguiente, fui a clase
como todos los días. Al entrar en clase, me quedé helada.
-Hola Alice, ¿no te alegras
de verme? –me dijo Johnny al ver que me había quedado con la boca abierta y
parada en medio de la clase.
-¿Qué…qué haces aquí? –le
pregunté tartamudeando.
-Estudiar, ¿no lo ves? Pensabas
que estaba muerto, ¿verdad? Leonardo me castigó pero no de ese modo.
-No lo entiendo. Has matado a
su hijo –le susurré para que nadie de clase se enterara de nuestra
conversación.
-Primero, solo le disparé, no
le he matado… de momento. Y segundo, me dio una paliza a modo de castigo.
-No te veo ningún moratón –le
dije mientras examinaba su cuerpo.
-No me ha pegado en la cara
porque mis manos detuvieron todo golpe. Pero el resto de mi cuerpo, está lleno
de hematomas de color morado y unas cuantas heridas.
-Creo que se arrepentirá de
no haberte matado.
-No me puedo creer que esas
palabras tan duras salgan de tu boca.
-Y yo no me puedo creer que
hayas disparado a tu propio primo sabiendo que jamás volveré contigo.
-Eso habrá que verlo.
-Lo verás, tranquilo.
-Que sepas, que todo lo que
hago es por tu bien.
-¿Por mi bien? Por favor, no
me hagas reír. Si quieres hacer algo por mi bien, márchate y no vuelvas por
aquí.
-Algún día te arrepentirás de
haber dicho tales palabras.
-Lo dudo.
-El tiempo me dará la razón.
-Vete al infierno.
Al ver mi mirada furiosa,
cogió su abrigo y sus libros y se fue de clase. Mis compañeros de clase, me
miraron a mí pero yo miré al suelo y empecé a hacer garabatos en un cuaderno.
Dos minutos más tarde, entró el profesor de historia. No volví a ver a Johnny
en lo que quedaba de día.
Después de comer, fui al
hospital como todos los días. Cuando llegué a su habitación, Héctor no estaba.
Me asusté y mis piernas no paraban de temblar. Fui hacia una enfermera que estaba
al final del pasillo.
-Perdone, ¿sabe dónde está el
chico de la habitación 508? –pregunté nerviosa.
-Se lo han llevado a la
cuarta planta. Habitación 790 –me dijo mientras miraba unas hojas que tenía
dentro de una carpeta.
-Gracias.
Subí corriendo por las
escaleras. No sabía si el haberle cambiado de habitación, era algo bueno o algo
malo. La puerta de su habitación estaba medio abierta por lo que entré.
-¿Qué haces aquí? –me
preguntó Leonardo.
-Vengo a ver a su hijo como
todos los días. ¿Por qué le han cambiado de habitación?
-Porque esta es la planta de
la sanidad privada. Aquí le cuidarán mejor.
-¿Saben si ha mejorado?
-El médico nos ha dicho que
su pulso ha mejorado un poco pero por lo demás, sigue igual –me susurró la
madre de Héctor.
-Lo siento mucho.
-Gracias por haber cuidado de
mi hijo. Sé que no eres una mala chica.
-¿Aunque no sea italiana?
-Eres una americana
encantadora y aunque mi marido no te lo ha dicho porque es muy reservado, nos
alegramos de que seas tú quien le cuide y le proteja.
Sonreí al ver que su madre
era una persona de lo más amable y alegre a pesar del estado en el que se
encontraba su hijo. Pasé la tarde con sus padres y mientras hablábamos le cogía
de la mano a Héctor. Podía notar como su piel tenía una temperatura más alta. Julieta,
la madre de Héctor, no paraba de acariciarle la cara a su hijo mientras que
Leonardo, estaba sentado en un sillón leyendo un libro.
En cuanto anocheció, me fui a
mi casa. Estaba contenta de que su familia se hubiera preocupado por él.
-Un amigo me ha contado que hoy
Johnny ha salido corriendo de clase, ¿qué ha pasado? –me preguntó Robert
mientras arropaba a Lucy.
-Discutimos y se fue.
-¿Te ha hecho algo?
-No, porque había demasiados
testigos. Tiene algún plan por la forma en la que me ha hablado.
-No te tocará ni un pelo,
hermanita. No me voy a apartar de tu lado.
-Gracias. Solo espero que por
protegerme, no te haga lo mismo que a Héctor.
-Tranquila, ¿vale?
-Lo intentaré.
No pude dormir en toda la
noche porque no podía dejar de darle vueltas a todo. La carta de Keira y Fer,
mi secuestro, la familia de Héctor, Johnny, el peligro que corría mi hermano
protegiéndome y sobre todo pensaba en el estado de Héctor. Necesitaba a Héctor
cerca dándome fuerzas. Sin él estaba hundida. No sabía qué hacer para que Keira
y Fer volvieran sin correr peligro alguno, no sabía qué hacer para pararle los
pies a Johnny, no sabía qué hacer para proteger a mi familia de los italianos y
no sabía qué hacer para que Héctor se despertara del coma.
Me sentía emocionalmente abatida.
No tenía fuerzas para seguir luchando por el bien estar de todas las personas a
las que quiero.
Serían las 3 de la mañana
cuando mi móvil empezó a sonar. Llamaba un número oculto por lo que lo cogí
recordando que el teléfono de Leonardo era un número oculto.
-Ven al hospital, mi hijo se
está muriendo –dijo Julieta alterada. Antes de que pudiera contestarle, me
colgó.
Me di media vuelta en mi cama
y encendí la luz de la mesilla. Me levanté y me vestí apresuradamente. Decidí
despertar a Robert para que me acompañara. Le pedí que condujera él porque
sabía ir a más velocidad sin salirse de la carretera.
Cuando llegamos, subimos en
ascensor hasta la cuarta planta y fuimos corriendo hasta la habitación de
Héctor.
Julieta estaba llorando y
Leonardo no paraba de maldecir a todo el mundo pero especialmente a Johnny.
Pude oír un pitido constante.
El corazón de Héctor había dejado de latir. Me caí al suelo quedándome de
rodillas mientras mi pulso se aceleraba y mis ojos estaban inundados por las
lágrimas. Robert me levantó y me sentó en una butaca que estaba al lado de la
cama donde estaba el cuerpo de Héctor. Cogí la mano sin vida de Héctor y la
llené de lágrimas y besos. Oí como Leonardo se dirigía hacia mí y alzaba la
mano para apagar la máquina. Le detuve pero Leonardo se resistió.
-Ya no sirve de nada tener la
máquina encendida. Mi hijo, mi único hijo, ha muerto.
-No puede apagarla. Tiene que
vivir –dije histérica mientras me ponía delante de la máquina.
-Mi hijo ya está muerto. No
nos lo hagas más difícil.
-No la apague, su hijo no ha
muerto.
-Chico, llévatela. La chica
está delirando.
-No estoy loca –grité
mientras me aferraba al cuerpo de Héctor.
-Alice, vámonos –me ordenó
Robert.
-No –le repliqué.
-Alice, ya no hay nada que
hacer. Se ha ido.
-No se ha ido. Sigue aquí.
Héctor, despierta por favor, despierta –dije mientras le apretaba una mano y
escondía mi rostro en su cuello.
Robert empezó a tirar de mí
pero yo no me aparté del lado de Héctor. Sabía que él tenía que vivir. No podía
morirse. No podía dejarme sola.
Robert se cabreó y empezó a
tirar de mí cada vez con más fuerza. Él era más fuerte que yo por lo que poco a
poco me iba apartando del lado de Héctor. Robert me levantó en el aire y yo
empecé a mover con fuerza y rapidez las piernas y los brazos. Robert me soltó y
como no me esperaba que me soltase, acabé dándole un golpe muy fuerte a Héctor
en el pecho. Al segundo, Leonardo me cogió del cuello y me estampó con tanta
fuerza contra la pared, que caí al suelo inconsciente.
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