Mi madre me despertó a las 7
de la mañana y no paraba de meterme prisa y de repetirme mil y una veces que
fuera buena, que anduviera con cuidado… Desesperante. Me metió los billetes en
el bolso y me preparó el desayuno mientras yo me vestía y me maquillaba. A las
8 en punto estuvo Héctor a la puerta de mi casa. Decidió llevarme las maletas
hasta su coche. Mi madre me abrazó muy fuerte y por poco llora.
Héctor me abrió la puerta del
coche para que entrara y después metió las maletas en el maletero.
-¿Nerviosa? –me preguntó
cuando arrancó.
-Un poco. ¿Y tú?
-Emocionado –me dijo mientras
subía la velocidad en la autovía.
-Ya veo –dije mientras veía
que cada vez pisaba más el acelerador.
-Me ha parecido raro que tu
exnovio no haya venido a montar un numerito.
-No lo ha montado porque no
sabe que me he ido.
-Muy lista –me dijo mientras
buscaba aparcamiento en el aeropuerto.
Cuando aparcamos, cogimos
cada uno sus maletas y entramos en el aeropuerto. Pasamos correctamente los
controles de metales por lo que nos sobró bastante tiempo.
-Te invito a tomar un batido
–me dijo mientras sacaba de una bolsa de plástico dos botellas. Una con zumo de
frutas del bosque en su interior y otra con menta y chocolate.
-Increíble –dije asombrada.
-Es que dudaba que aquí
sirvieran nuestros batidos favoritos.
-Muy listo –le dije mientras
le guiñaba un ojo y cogía una de las botellas.
Vimos un asiento libre y
Héctor insistía en que me sentara yo pero negociamos para conseguir una
solución que nos beneficiara a los dos. Él se sentó en el asiento y yo encima de
él.
-Pesas muy poco. Mientras
estés conmigo, voy a obligarte a comer.
-Lo dudo. Soy muy cabezona y
no me dejo dominar por nadie.
-Admite que mi acento
italiano me hace más irresistible –dijo bromeando.
Nos empezamos a reír. Minutos
más tarde, fuimos hacia nuestro avión. Era bastante grande. Estaríamos más de
200 pasajeros.
Estábamos sentados cuando una
voz femenina nos mandó atarnos los cinturones porque el avión iba a despegar.
Nos quedamos los dos dormidos
a la hora. Cuando llegamos, estaba lloviendo pero por lo menos no hacía mucho
frío. Recogimos nuestras maletas de la cinta transportadora y salimos del
aeropuerto. Héctor silbó y paró un taxi delante de nosotros. En ninguna de las
ciudades del estado de Ohio paraba un taxi si le silbabas.
El taxista metió las maletas
en el maletero y nos llevó al hotel. Durante el camino, pasamos por la Quinta
Avenida. Nunca había estado allí. Era una ciudad enorme y llena de gente por
todos lados a todas horas. Luces brillantes por las calles y edificios que
llegaban al cielo.
Minutos más tarde, llegamos
al hotel. Cogimos la llave de nuestra habitación y subimos hasta la planta 18.
La habitación era enorme.
Encima de varias mesas había jarrones con flores. Había un pequeño salón con un
sofá y una tele de plasma y al lado del salón, estaba el dormitorio.
-¿Una cama de matrimonio?
–pregunté confusa.
-Tranquila. Dormiré en el
sofá –dijo Héctor mientras dejaba las maletas en el suelo y se estiraba.
-Tampoco quiero que duermas
incómodo por mi culpa. Somos amigos, podemos dormir en una misma cama.
-Sí. Bueno, ¿preparada para
salir? –preguntó mientras bebía agua del grifo del baño.
-¿A dónde vamos a ir?
-A la calle a ver Nueva York.
Por cierto, llama a tu madre. Estará preocupada.
-Ya se me había olvidado.
-¿Unas horas conmigo y ya te
has olvidado a tu familia? Soy una mala influencia para ti –dijo bromeando
mientras se reía.
Cogí un cojín de la cama y se
lo lancé mientras llamaba a mis padres por teléfono. Después de una extensa y
repetitiva conversación diciéndoles que estaba bien, colgué, cogí la cámara de
fotos y salimos a la calle.
-¿Qué te gustaría visitar
primero? –me preguntó mientras abría el paraguas para no mojarnos.
-Los dos estamos cansados así
que, ¿qué tal si buscamos un Pub y nos tomamos algo? Yo invito.
-Eres una vaga.
-Tú también estás cansado así
que calla – le dije mientras le daba un codazo en la tripa.
-Cierto pero es que me gusta
echarte la culpa de que desperdiciemos el día en un Pub.
-Muy bien. Nos vamos a
Central Park.
-Muy bien –dijo y después le
silbó a un taxi que nos llevó hasta allí.
Central Park era increíble y
enorme. Había cientos de árboles y plantas. Nos sentamos en un banco que estaba
seco gracias a un enorme árbol que no dejaba que le cayera agua.
-¿Por qué me invitaste? Solo
nos conocemos desde hace 2 meses. Podrías haber invitado a la chica de la barra
que trabaja contigo.
-La chica de la barra es mi
hermana y paso bastante de tener que aguantarla y menos en vacaciones. Me da
igual desde hace cuanto nos conozcamos la cosa es, que te has convertido en la
persona más importante para mí. Sé que puedo confiar en ti y sé que eres una
chica fuerte e independiente.
-¿A dónde quieres llegar?
-Al final de este parque,
vamos –dijo mientras tiraba de mi mano para que me levantara del banco.
-¿Qué escondes? –le pregunté
mientras andábamos por los caminos del Central Park.
-Deja de hacer preguntas y
mira lo que nos rodea. En unos días no volverás a verlo.
-Está bien.
Cuando llegamos a un puesto
de perritos calientes, dejó de llover y pudimos sacar unas fotos en
condiciones. Héctor hacía el tonto en casi todas y yo le echaba la bronca pero
como sabía que me reía, seguía haciendo tonterías.
Cada vez que me despistaba o
me centraba para sacar algún bonito paisaje, Héctor venía por detrás y me hacía
cosquillas para, según él, dejar de sacar chorradas.
Empezó a anochecer cuando terminamos
de recorrernos todo Central Park. Fuimos a un restaurante italiano. Obviamente
elegido por Héctor.
Me tradujo el menú y empezó a
hablar con el camarero en italiano algo que me encantó. Siempre había querido hablar
italiano pero nunca había tenido la oportunidad de aprenderlo. Unas chicas que
estaban cenando en una mesa de al lado, al oírle hablar en italiano a Héctor,
se acercaron.
-Hola, te hemos visto hablar
en italiano y es increíble. ¿Eres italiano? –preguntó una chica alta, delgada y
con el pelo marrón claro tirando a rubio.
-Sí señorita. Lo soy. Y no
creo que sea para tanto –dijo Héctor mientras se ponía rojo y fardaba de su
acento.
Las chicas estuvieron
metiéndole fichas durante toda la noche mientras yo hablaba con mi hermano
mediante mensajes. Cuando nos fuimos, las chicas se despidieron de él mientras
yo salía a paso ligero de allí. Supuestamente me había invitado para pasar las
vacaciones juntos no para ser su carabina. Héctor no se dio cuenta de mi
ausencia hasta que las chicas le dejaron espacio para respirar. Por desgracia,
me encontró demasiado pronto.
-¿Por qué no me has esperado?
-Porque estabas muy ocupado
hablando con tus nuevas amiguitas que de seguro, ya no recuerdas sus nombres
–le dije mientras aceleraba aún más el paso.
-Los italianos somos
irresistibles ya lo sabes –me dijo mientras me cogía del brazo para que parase.
-Héctor, no estoy de humor
–le dije mientras me deshacía de su mano.
-¿Quieres que nos vayamos al
hotel?
-Yo me voy y tú puedes hacer
lo que quieras –le dije mientras intentaba recordar por dónde se iba al hotel.
-¡Espera! He sido un imbécil,
¿vale? Te invité para estar más tiempo a tu lado y lo único que he hecho es
dejarte de lado mientras hablaba con unas cualquiera. No me separaré de ti a no
ser que tú me lo pidas. Perdóname, por favor –me suplicó mientras me cogía del
brazo y me miraba a los ojos.
-Te perdono pero hoy duermes
en el sofá.
-Me lo he ganado –dijo
sonriente mientras me abrazaba en medio de la calle.
Cuando llegamos, nos quitamos
la ropa y cada uno se puso su pijama. Estuvimos viendo una película en el sofá
del salón y al parecer me quedé dormida porque me desperté en mi cama. Nada más
despertarme, entró Héctor.
-Buenos días, dormilona. Ayer
te perdiste la película –me dijo mientras se subía a mi cama para empezar a
pegar botes en ella.
-Una pena –dije aún medio
dormida mientras intentaba que Héctor dejara de saltar.
Me cogió en brazos y me llevó
al baño. De repente, me soltó y caí a la bañera que estaba hasta arriba de agua
caliente. Le mojé pero eso a él no le importó porque no paraba de reírse por la
cara que había puesto al caer en la bañera.
-¿A que ya no estás dormida?
–me dijo mientras se reía y buscaba una toalla.
-Esta te la guardo –le dije
mientras salía de la bañera.
-Toma, sécate que no quiero
que te constipes.
-Fuera, me voy a cambiar de
ropa.
Me vestí y me sequé el pelo.
Después, me maquillé y bajamos a desayunar. Había comida de todo tipo. Cogí un
vaso de zumo de naranja y un bollo relleno de chocolate y me senté en una mesa.
Héctor tardó más en venir. Cuando trajo su bandeja, vi muchísima comida y
dudaba de que se lo pudiera comer todo pero fallé. Empezó por los huevos
fritos, siguió con las salchichas y las tiras de bacon y terminó con una taza
de café.
Su estómago parecía no tener
fondo. Yo, sin embargó, me llené con lo que me cogí.
Héctor tenía el pelo
alborotado, el peine no era amigo suyo por lo visto. Cuando terminamos de
desayunar, salimos de aquel enorme comedor lleno de comida y decidimos salir a
la calle.
-¿A dónde quieres ir? –me
dijo mientras me abría la puerta del hotel para salir.
-No lo sé. Hay tantas cosas y
sitios que ver…
-Entendido. Ven –me dijo
cogiéndome de la mano mientras caminábamos por las calles llenas de gente de
Nueva York.
-¿A dónde vamos? –le pregunté
mientras esquivaba a la gente.
-Es una sorpresa. ¿Llevas la
cámara?
-Siempre la llevo encima,
¿por?
-Porque la vas a necesitar.
Me llevó al sitio más famoso
de Nueva York, La Quinta Avenida. Estaba llena de gente aunque pude observar al
hombre que toca la guitarra en medio de la calle. Llevaba un sombrero de
vaquero y cantaba mientras tocaba su guitarra de madera. Héctor se acercó a él
y empezaron a bailar y a cantar los dos mientras yo les grababa con la cámara.
La gente que pasaba por allí,
no paraba de mirarles, de reírse y de sacarles fotos algo que a mí me molestaba
pero por lo visto, a ellos no. Héctor no paraba de decirme y de hacerme gestos
para que me uniera a ellos. Yo me negué y Héctor puso cara de un niño cuando se
coge una rabieta.
Después de un rato, Héctor
volvió a donde yo me encontraba mientras se quitaba la chaqueta de borrego gris
que llevaba. Estaba sudando y tenía la cara rojísima.
-¿Cansado? –le pregunté
mientras le compraba una botella de agua en una tienda.
-Un poco pero me he
divertido. Tenías que haberte apuntado a la fiesta –dijo mientras respiraba
agitadamente.
-Prefiero ver monumentos y
cosas así.
-Pues vamos a ver estatuas
–dijo mientras daba un enorme trago de agua.
-¡Taxi! –grité mientras
levantaba la mano y acto seguido un taxi paró delante de nosotros.
-¿A dónde les llevo? –nos
preguntó el taxista.
-A donde esté la Estatua de
la Libertad –dije mientras me quitaba el abrigo y miraba en el móvil un mapa de
Nueva York.
El taxista condujo a bastante
velocidad a pesar de los continuos atascos. Cuando llegamos, pudimos oler la
sal del océano y sentimos el viento cálido y salado que venía de la costa.
Estuve sacando bastantes
fotos hasta que vimos un cartel donde se nos permitía subir hasta la corona de
la estatua. Había muchos escalones pero merecía la pena. Desde la corona, se
veía todo Nueva York y era hermoso. Era el sitio más apacible de Nueva York. No
se oía ningún motor ni bocina de ningún vehículo. Y con la altura, a penas se
oía el ruido de las olas al chocar contra las rocas.
-Siempre he soñado con vivir
aquí –susurró Héctor mientras miraba toda la ciudad de punta a punta sin
pestañear.
En otra parte de la corona,
se veía el océano atlántico. Pude observar varios barcos de pesca y de
mercancía.
-Yo también pero mis padres
preferían quedarse por la zona de Ohio –dije por lo bajo mientras observaba el
horizonte del mar.
-Deberíamos cogernos un
apartamento y venirnos los dos solos a vivir aquí –dijo sonriente.
-Me encantaría –le dije
devolviéndole la sonrisa.
-Cuando te saques el
graduado, te traeré aquí conmigo. Yo abriré una cafetería italiana y tú irás a
la universidad para estudiar… lo que quieras estudiar –dijo mientras me miraba
a los ojos y se acercaba a mí.
-Trato hecho. Iré cada tarde
a estudiar periodismo a tu cafetería –le dije mientras me reía y me acercaba
para abrazarle.
-Pues mi periodista preferida
tendrá cada tarde su batido de frutas del bosque en su mesa permanentemente
reservada solo para ella.
Me puse roja y le abracé con
más fuerza mientras notaba como los labios de Héctor tocaban la coronilla de mi
cabeza. Podía oír su respiración y el latido intenso de su corazón.
-No te fallaré, te lo
prometo.
-Sé que no me fallarás.
Confío ciegamente en ti.
-Esos ojos no pueden ser
ciegos –dijo mientras me apartaba un mechón de pelo de la cara y me acariciaba
la mejilla con la otra mano.
Estuvimos varios minutos
mirándonos y de repente noté como su rostro se acercaba cada vez más al mío.
Quedarían un par de centímetros para que nuestros labios se tocaran cuando una
señora bastante mayor con un bastón nos interrumpió.
-Perdona muchacho. ¿Sabes
dónde está el baño? –dijo mientras se colocaba bien su chaqueta de tela negra.
-Lo siento señora pero no voy
a poder ayudarla. Es la primera vez que subimos -dijo mientras me miraba y
notaba como me estaba aguantando las ganas de reírme.
-Tranquilo joven. Gracias de
todos modos preguntaré a alguien de esta ciudad porque con la edad no puedo
aguantar tanto tiempo sin ir al baño.
La mujer tendría que ir al
baño pero no paraba de hablar y de contarnos su vida. Al final, vino su marido
que era más joven que ella y la llevó con él pidiéndonos perdón mientras se
alejaban.
-Muy maja la señora –dije
mientras me reía por lo bajo.
-No te rías. Nos ha
fastidiado el momento.
-Recuerda que hemos venido
juntos. Vamos a vivir muchos momentos juntos.
-Cierto pero es que era
mágico hasta que esa señora ha decidido contarnos sus incontinencias.
Me empecé a reír. Me
encantaba cuando Héctor se enfadaba. Al ver que no paraba de reírme, empezó a
hacerme cosquillas en la cintura.
-Aquí no hay mucho más que
ver. ¿Quieres que bajemos? –me dijo mientras me cogía de la mano.
Bajamos por las escaleras de
piedra a paso ligero mientras esquivábamos a la gente que subía.
-¿Sabes por qué me acerqué a
ti el primer día en la cafetería? –me preguntó mientras andábamos por la calle.
-¿Porque estaba leyendo un
libro que tú ya habías leído? –pregunté haciendo una mueca con los labios.
-Porque el color de tu pelo y
tu estilo de vestir me recuerda a mi hermana pequeña.
-No sabía que tenías una
hermana pequeña.
-Si no te he hablado de ella
es porque murió en un accidente –dijo susurrando.
-Lo siento mucho. ¿Cómo se
llamaba?
-Vera. Tenía 16 años cuando
murió.
-¿Qué la pasó?
-La intentaron robar pero
ella se defendió. Entonces un canalla, cogió una navaja y la apuñaló. Se
llevaron las joyas, el dinero... y la dejaron en la calle tirada.
Noté como se le humedecían
los ojos y pasaba la manga de su sudadera por sus párpados para atrapar todas
las lágrimas que salieran. Le abracé con fuerza y le presté un pañuelo.
-Lo siento, no tenía que
haber sacado el tema. No quiero amargar nuestras vacaciones.
-Tranquilo. Vámonos al hotel
a comer algo.
Anduvimos hasta nuestro
hotel. Dejamos los abrigos encima de la cama y nos sentamos en ésta.
-Por eso me acerqué a ti.
Porque era como si Vera hubiera resucitado. Llevaba 2 años sin verla y verte a
ti fue como una luz al final del túnel.
-¿Pero no sufres más viéndome
todos los días?
-No, porque siento como si
hablara con mi hermana.
-Ósea que soy tu hermana
pequeña.
-Solo físicamente.
-Eso significa que…
-Que puedo quererte, odiarte
y hasta enamorarme de ti.
-Vaya –me quedé helada. Hace
tiempo que habían surgido nuevos sentimientos hacia Héctor pero con las broncas
que había tenido con Johnny, no había tenido tiempo de centrarme en temas
amorosos. Aunque tampoco había puesto interés en conseguir tiempo para pensar
en ellos. No quería fastidiar nuestra amistad. Hay gente que dice que después
de ser pareja, se puede ser amigos. Yo discrepo. Las cosas así serían tensas y
no podrías ver a la otra persona como un amigo porque hace un tiempo, era tu
todo, tu vida entera.
-Me gusta estar contigo,
¿sabes? –me dijo mientras me abrazaba.
Asentí y hundí mi rostro en
su hombro mientras poco a poco él se iba echando para atrás hasta quedarse
tumbado. Me puse encima de su pecho mientras hacía círculos con el dedo en su
camisa gris clara de algodón. Me apretó contra su pecho y yo me amoldé a su
cuerpo. Pasamos así bastante tiempo hasta que nuestras tripas rugieron.
-¿Tienes hambre? –me preguntó
mientras se apoyaba en sus codos para mirarme a los ojos.
-Sí. ¿Bajamos a comer algo?
–le pregunté mientras me quitaba de encima de su pecho.
-Claro –me susurró mientras
acercaba su rostro al mío.
-Pues vamos –le dije
animadamente mientras me alejaba de él y me ponía de pie.
Bajamos al comedor del hotel
y nos sentamos en una mesa de madera con un mantel lila con dos sillas a juego.
Empezamos a comer y a la mitad de la comida, Héctor pidió dos jarras de
cerveza. Cuando nos trajeron las jarras, Héctor me guiñó un ojo mientras alzaba
la mano para que brindase con él. Cogí la jarra y la choqué con la suya. Héctor
de un trago se bebió media jarra mientras que yo solo le di un pequeño sorbo.
-¿No te gusta la cerveza? –me
preguntó mientras cogía un trozo de pan.
-Sí. Solo que no suelo
acompañarla de comida.
-Vaya, vaya. Así que eres de
las que prefiere ir a un bar y tomársela con unos frutos secos, ¿eh?
-Podría decirse que sí –dije
mientras hacía una mueca con los labios.
Cuando terminamos de comer,
cogí el móvil y vi que tenía una llamada perdida de mi hermano.
-Hola, Robert. He visto tu
llamada. ¿Ha pasado algo?
-Hola, Alice. Encontramos la
hoja de la agenda que faltaba. Ponía el nombre de las personas con las que
habían quedado esa noche y fuimos a buscarlas.
-¿Quiénes eran? ¿Os han
ayudado? –pregunté agitada mientras cogía mi abrigo de la silla de madera del
comedor.
-Los encontramos…en el
cementerio.
-¿Han muerto?
-Los asesinaron antes de ir a
la cena. El hermano de uno de los que han muerto, estaba al tanto de lo que
pasaba. Él cree que si estuvieran muertos Keira y Fer, les habríamos
encontrado.
-¿Eso es bueno?
-Sí, porque puede que se
estén escondiendo de los que quieren matarles. Y para que no les atrapen, han
tenido que desaparecer de la noche a la mañana sin dejar rastro dejando que sus
hijas crean que les han secuestrado.
-¿Dónde encontrasteis la hoja
de la agenda?
-Nos colamos en el
restaurante francés y sin que nos vieran, entramos en el despacho del manda más
de ese sitio.
-¿Eso quiere decir que los
del restaurante están metidos en el ajo?
-Afirmativo. Todo saldrá
bien. Seguro que les encontramos pronto así que no te preocupes y diviértete
con tu amiguito –dijo la última palabra de forma burlona.
-Está bien. Da por echo que
me divertiré –dije para fastidiarle.
-Venga, enana. Pronto
hablaremos. Dale recuerdos de parte de mamá a Héctor. Y trae regalos.
-Vale. Adiós.
-¿Pasa algo? –me preguntó
Héctor mientras andábamos por la calle.
-Nada. Chorradas de familia.
Mi madre te manda recuerdos.
-Me ha cogido mucho cariño,
¿eh? –me dijo mientras me daba un leve puñetazo en el hombro.
-Ya ves. ¿A dónde vamos? Hoy
eliges tú.
-Pues como sé que te gustan
las estatuas, vamos a un museo.
-Te aburrirás.
-No si estoy contigo.
Fuimos a un museo de cera.
Hicimos un pequeño concurso de a ver quién de los dos adivinaba quién era la
figura de cera antes. Por supuesto, todos eran famosos. Estuvimos unas cuantas
horas allí metidos. Era un museo bastante grande pero fue divertido porque Héctor
no paraba de hacer tonterías.
Cuando salimos de allí, nos
sentamos en un banco de una plaza. Hacía bastante calor por lo que Héctor fue a
un bar y trajo dos botellas de cerveza frías.
-¿Acerté? –me preguntó
mientras me daba una de las botellas.
-Sí. Gracias –le dije
mientras una sonrisa ocupó gran parte de mi rostro.
Unas palomas se posaron en frente
del banco donde estábamos sentados y un hombre mayor que pasó, les tiró migas
de pan. Minutos más tarde, pasó un niño corriendo y las espantó haciendo que
salieran volando por toda la plaza.
-¿Tú no oyes música? –me
preguntó Héctor mientras miraba para todos lados.
-Sí. Creo que es una
orquesta.
-¿Una procesión? Es Semana
Santa así que no sería raro.
-Cierto. ¿Nos acercamos?
-Ya vienen por ahí.
Sonaba una melodía bastante
animada. Sería la procesión del Domingo de Resurrección. Unas mujeres cantando,
entraron a la plaza con ramos de flores y bailando. La pequeña orquesta iba
detrás de ellas tocando. La gente que estaba en la plaza, empezó a bailar ya que
las mujeres del coro les animaron a hacerlo.
-¿Bailamos? –me preguntó
Héctor mientras dejaba la botella de cerveza en el suelo y me tendía una mano.
-¿Lo dices enserio?
-Sí. ¿Acaso no quieres
bailar...conmigo? –dijo mientras ponía una cara de niño pequeño triste.
-Está bien. Bailemos –le dije
mientras le cogía de la mano y me levantaba dejando la botella al lado de la
suya.
Héctor sonrió y me cogió de
la cintura con una mano y con la otra sostuvo mi mano. La mano que me sobraba,
la puse en hombro. Héctor bailaba increíblemente bien. Yo sabía bailar pero no
tan bien como él. Me dio varias vueltas y cuando se terminó el baile, me acercó
a su cuerpo y me fue echando para atrás. Mi única base para no caerme era su
mano en mi espalda. Mis pies estaban en el suelo y mis rodillas dobladas
mientras que el resto de mi cuerpo estaba casi en paralelo con el suelo. La
mano que le sobraba a Héctor, acarició mi mejilla. Acercó su rostro tanto que
podía notar su aliento y su respiración. Podía sentir como la gente nos miraba.
Siguió acercando su rostro hasta que probé por primera vez el sabor de sus
labios. Sus manos me acercaron más hacia él y me fue levantando poco a poco.
Cuando pude sostenerme por mí misma, mis brazos rodearon su cuello y volví a
besar sus cálidos labios.
-Disculpa mi atrevimiento
pero es que no podía resistirme.
-Yo tampoco podía seguir más
sin saber que sentiría al besarte –dije y nada más terminar de decir la última
sílaba, su mano se posó en mi nuca y volvió a acercar nuestros rostros.
Nuestros labios volvieron a fundirse.
En medio del beso, mi móvil
empezó a sonar. No tenía pensado cogerlo pero no paraba de sonar por lo que
acabé respondiendo a la llamada.
-Alice, soy Johnny. Fui a tu
casa y me dijeron que ya no estabas en Ohio.
-Hola. Estoy de vacaciones.
¿Qué quieres?
-Que me perdones y que
volvamos a ser uno. Quiero volver a enamorarte e irme contigo de vacaciones. Te
echo de menos y no sé cómo recuperarte.
-Ya no puedes hacer nada, lo
siento.
Colgué y apagué el móvil. Héctor
me miró intrigado. Noté cómo mi rostro se palidecía y que mis ojos no brillaban
de felicidad.
-¿Quién era? ¿Qué ha pasado?
-Era mi exnovio.
-¿Para qué te llama?
-Ya sabe que no estoy en
Ohio. Quiere recuperarme.
-Qué oportuno, joder.
-Tranquilo. Él es pasado.
-Te agradezco que no me
quieras decir su nombre porque sino iría ahora a Lorain a…
Le tapé la boca con la mano
antes de que pudiera terminar la frase. Le sonreí para que se tranquilizara y
le agarré de la mano.
-Alice, quiero que te vengas
a vivir conmigo. No estás segura donde vives.
-¿Por qué dices eso?
-Él está obsesionado contigo
y tengo miedo de que cuando se entere de lo que pasa entre nosotros, por un
ataque de celos, te haga daño.
-Tranquilo. No me hará nada.
Además, mi hermano me protege.
-Estaré tranquilo si puedo
protegerte yo mismo.
-No puedo irme de casa. Soy
menor.
-Cierto. No había pensado en
tu edad, lo siento -me susurró mientras me abrazaba con fuerza mientras nos
sentábamos en el banco de antes.
Cuando fue de noche, nos
fuimos a la habitación del hotel. Dejamos las chaquetas en el perchero que
había detrás de la puerta y encendí la televisión. Héctor me cogió por la
cintura y me tiró encima de la cama. Él se puso encima de mí. Me besó el cuello
mientras sus manos me iban quitando la camiseta. Mis manos fueron subiendo
quitándole su camisa de cuadros. Notaba su suave pecho rozando el mío. Noté
como sus manos acariciaban mis caderas mientras nuestros labios se fundían. Mis
manos acariciaban su fornida espalda de arriba abajo mientras le apretaba cada vez
más contra mi cuerpo. La excitación recorrió todo mi cuerpo. Sus suaves labios
recorrieron todo mi cuerpo. Su suave tacto me gustaba y él lo notó. Siguió
besándome mientras nos quitábamos el uno al otro la ropa y nos metíamos dentro
de la cama. Mi mano agarró su pelo castaño y cada vez que la excitación se
hacía mayor, mi mano agarraba más fuerte su pelo. Su cuerpo era el perfecto
molde del mío. De vez en cuando, Héctor me susurraba al oído que me quería y
eso hacía que nuestra pasión fuera tan ardiente como el fuego. Nuestros
cuerpos, esa noche, fueron uno. Y por supuesto, Héctor esa noche no durmió en
el sofá.
Un rayo de sol me despertó y
lo primero que vi al abrir los ojos, fue el cuerpo desnudo de Héctor
entrelazado con el mío. Algunas sábanas estaban en el suelo. Acerqué mi rostro
al de Héctor y le besé.
-Buenos días –me dijo con la
voz ronca y con los ojos medio cerrados mientras con una mano me acariciaba la
espalda.
-Pensé que lo había soñado.
Héctor sonrió mientras me
acercaba a su cuerpo. Héctor notó mi intento de besarle y él bajó su cabeza
para acercar sus labios a los míos.
-Yo creo que aún sigo soñando
porque me he despertado al lado de un ángel.
-Pues si esto es un sueño,
espero que no nos despertemos nunca. Te quiero.
-No tanto como yo a ti.
-¿Es raro acostarte con tu
hermana? –pregunté bromeando.
-Creo que esto es ilegal
–dijo riéndose. Me abrazó muy fuerte y me besó en la frente.
-¿Entonces quieres que me
vista y volvamos a dormir separados?
-Sabes perfectamente que no
quiero alejarme de ti. Siempre estaré a tu lado, te lo prometo.
-Eso ya lo he oído por otras
personas y todas han acabado yéndose.
-Te demostraré que no soy
como otros.
-Está bien –le dije mientras
le abrazaba.
Me levanté, me tapé con una
sábana y me fui al baño. Allí dentro, me vestí, me peiné y me maquillé. Cuando
salí, Héctor estaba vestido, sentado en el borde de la cama poniéndose unas
deportivas. Al entrar en la habitación, alzó la mirada y me sonrió.
-Ya me has conquistado. No hace
falta que te arregles tanto –me dijo mientras se levantaba y se acercaba para
besarme.
-Echaré de menos no despertar
a tu lado cuando nos vayamos a Lorain.
-Mi oferta de venirte a vivir
conmigo sigue en pie.
-¿Vives solo?
-Sí y como me siento solo,
quiero tener tu compañía.
-Cuando cumpla 18 puede que
acepte tu oferta.
-Esperaré entonces –me
susurró mientras me abrazaba con fuerza.
-Este trimestre, seguiré
yendo cada tarde a tu cafetería a por mi batido.
-Y yo seguiré reservándote la
mesa de siempre.
Nuestros labios volvieron a
envolver nuestro amor. Podía notar su suave lengua acariciándome los labios.
Sus manos cogieron mis muslos y me alzaron. Enredé mis piernas en su espalda y
mis brazos rodearon su cuello. No quería separarme ni un milímetro de él.
-Me llevaré un libro aunque
no me lo lea –le susurré mientras le guiñaba un ojo.
-Y yo te diré que me lo he
leído –dijo mientras yo notaba como sonreía en mi cuello.
Estuvimos abrazados durante
varios minutos. Después, me soltó y nos fuimos a desayunar al comedor del
hotel. Cogió mucha comida pero no se la comió toda él. Cada dos por tres, me
daba un poco y otras veces, yo se la quitaba a él de la boca.
-Es una pena que nos tengamos
que ir mañana –le dije mientras cogía el vaso de zumo para darle un sorbo.
-No importa.
-¿Ah, no?
-He encontrado a mi hermanita
y sé que ella me corresponde igual que yo a ella.
-Te adoro –le dije mientras
le abrazaba mientras alzaba la cabeza para llegar a sus labios.