Mientras leía y me hacía
fantasías en mi cabeza, mi móvil empezó a sonar. Miré en la pantalla. Era un
número oculto.
-Hola, boba, ¿te apetece
salir a dar una vuelta?
-¿Johnny? –pregunté
extrañada.
-Claro, ¿acaso otro también
te llama boba?
-¿Por qué me llamas por un
número oculto?
-Le he cogido el móvil a mi
padre. El mío se quedó sin batería. Bueno, ¿te apetece salir por ahí?
-Creo que mis padres y mi
hermano van a salir y Teresa y Lucy se irán con mi hermano por lo que me
dejarán sola en casa y hoy no tengo ganas de salir así que, ¿qué tal si te
vienes y vemos una película?
-Me encantaría. Yo llevo las
palomitas.
-Me parece bien. Te quiero
aquí a las cuatro y media.
-Seré puntual, mi niña.
-Eso espero.
Los dos nos reímos y
colgamos. Volví hacia mi cama y me senté. Me quité las botas y la ropa y me
puse un chándal y unas zapatillas. Me tumbé y no paré de mirar el reloj. Fue un
alivio oír el sonido de la puerta de la entrada cerrarse media hora antes de
que Johnny viniera. Bajé y puse música en la cadena de música de mi padre que
estaba en el salón. Mientras pensaba qué hacer para no aburrirme hasta que él
llegara, abrí el frigorífico y me cogí unas cuatro onzas de chocolate. Me
encanta el chocolate excepto el que sabe demasiado a cacao.
Cuando mi reloj de muñeca dio
y media, Johnny tocó el timbre. Iba a pasar una tarde de lo más relajada. Fui
corriendo a abrir pero no me dio tiempo a reaccionar cuando dos hombres
encapuchados me ataron las manos, la boca, me vendaron los ojos y me llevaron
lejos de mi casa.
Estaba aterrada. No sabía
dónde ni con quién estaba. Solo veía oscuridad.
Pero de repente oí dos voces.
No podía reconocerlas aunque
sabía que llevarían algún pañuelo para que no pudiera identificarles.
Me quitaron la venda de los
ojos y vi mis pies atados y estaba en una especie de jaula solo que sin rejas.
Cuatro paredes de hormigón y una alcantarilla en una esquina del suelo. Vi un
hombre muy musculoso delante de mí vestido de negro con una máscara y unos
guantes también negros.
Detrás de aquel hombre, había
otros dos hombres con la misma vestimenta solo que éstos llevaban armas en las
manos. El hombre que estaba delante de mí, me cogió con mucha fuerza de la
barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
-En mi familia hay un dicho
–me dijo el hombre con una voz muy grave- si me haces algo a mí, te mataré, pero
como hagas algo a alguien de mi familia o a un amigo, estás perdido porque no
habrá escondite donde no te encontremos.
-No he hecho nada –dije
aterrorizada mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.
-Eso dicen todos hasta que yo
demuestro todo lo contrario.
El hombre tenía acento
italiano y cada vez que se acercaba a mí, podía olerle el aliento a un
asqueroso aroma de tabaco.
-Dime que no es verdad que
pegaste a mi amigo Christoph.
-¿Quién es Christoph? ¡Yo no he pegado a nadie, lo juro! –grité
mientras mis lágrimas seguían cayendo hasta llegar a mi barbilla.
El hombre me pegó en la cara
y mi cabeza dio contra el frío y duro suelo. El hombre me cogió de la camiseta
y pude notar como mi nariz y mi boca estaban llenas de sangre.
-Odio a los mentirosos –dijo
mientras me daba un golpe contra la pared de hormigón.
-Te digo la verdad, no sé
quién es ese hombre.
-Christoph es mi mejor socio
desde hace años y me contó que unos niños le agredieron mientras trabajaba un
día antes de que yo fuera allí a hacer negocios con él.
-¿Y por qué piensas que soy
yo la que pegó a tu socio? –pregunté mientras escupía sangre al suelo.
-Eras tú o un chico alto que
de seguro que es tu hermano.
Me puse pálida. Ya sabía
quien era Christoph. Era el mayordomo del restaurante francés y el hombre al
que mi hermano pegó. Y sabía quién era, porque habría cámaras de seguridad.
-Si quieres, te dejamos libre
y vamos a por el chico. Pero él no volverá vivo eso te lo puedo asegurar.
-¡No le hagáis nada! –grité
histérica.
-Así que es tu hermano, ¿eh?
Sé que él fue quien pegó a mi socio. Pero fue listo y no salió ni se quedó
solo. ¿Cuánto crees que dará tu familia por tu rescate? –dijo mientras me
miraba fijamente.
No hablé. Estuve en silencio
durante varios minutos. El hombre me apretó la mandíbula y las lágrimas no
paraban de salir de mis ojos. Esos hombres eran unas bestias y no tenían
escrúpulos. Uno de los dos hombres que llevaban un arma, se acercó y le dijo
algo al oído al hombre que me apretaba la mandíbula.
-¿Quién a mandado esa orden
tan absurda? ¿Quiere que esta mocosa nos delate a la policía? –dijo el hombre muy
alterado.
-Lo manda el jefe –dijo el
otro hombre de acento italiano por lo bajo.
El hombre del arma sacó un
pañuelo de un bolsillo y sacó una botellita de otro. Se acercó a mí y el otro
hombre se apartó. El hombre del arma empapó el pañuelo con el líquido de la
botellita y lo acercó a mi cara. Yo intentaba resistirme pero aquel hombre era
muchísimo más fuerte que yo.
Cuando me desperté, estaba en
la acera de enfrente de mi casa. La sangre ya estaba seca pero aún me dolía la
parte golpeada. Cuando abrí los ojos, vi unas botas y unos pantalones negros.
Me asusté pensando que serían ellos de nuevo por lo que intenté levantarme e
intentar escapar. Pero una mano me agarró del brazo y me ayudó a levantar.
-¿Alice, estás bien? –me
preguntó Johnny mientras me miraba la cara y sus manos cálidas se colocaban en
mi cuello y me acercaba hacia él.
-Johnny –dije en un susurro
mientras mis ojos volvían a humedecerse.
-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
–me preguntó con los nervios de punta.
-Creo que estoy bien. ¿Has
visto quién me ha traído?
-No. Pero ojalá le hubiera
visto porque le hubiera roto las piernas.
Entramos en mi casa y me
llevó al sofá del salón. Me ayudó a sentarme y Sáhara vino a acurrucarse entre
mis piernas. Johnny salió del salón y se fue hacia la cocina. Unos minutos más
tarde trajo una taza que echaba nubes de humo.
-Creo que con esta tila te
tranquilizarás y te sentirás mejor –me dijo con voz dulce mientras se sentaba a
mi lado y me daba la taza.
Di un pequeño sorbo pero al
notar lo caliente que estaba, dejé la taza en la mesita de enfrente. Me
acurruqué a su lado mientras él no paraba de decirme que me tranquilizara y que
estaba a salvo mientras estuviera a su lado.
-¿Qué te han hecho esos
desalmados? –inquirió furioso.
-Todo empezó a las cuatro y
media.
-¿Cuándo habías quedado
conmigo?
-Sí y llegaste tarde.
-Lo siento muchísimo, Alice.
Si hubiera llegado a la hora, no te habría pasado nada.
-Eran tres hombres y llevaban
armas, te habrían matado.
-Como si llevan tanques,
joder. Te habría protegido y tendrían que vérselas conmigo antes de que
pudieran tocarte un pelo.
Le abracé con fuerza y él
hizo lo mismo mientras intentaba quitarse de encima el cabreo que tenía.
-Bueno, cuéntame qué te
hicieron y por qué.
-Cuando abrí la puerta
pensando que eras tú, unos hombres encapuchados me ataron y me llevaron a un
lugar de hormigón donde la única salida era una alcantarilla porque las cuatro
paredes que había, eran de hormigón y no había ninguna puerta.
-Una sala de torturas.
-Sí, algo así. Allí me
empezaron a preguntar por un tal Christoph. Yo no sabía quién era pero no me
creyeron por lo que uno de los hombres al pensar que mentía, me pegó. Y me dijo
que si no confesaba, me tendrían allí secuestrada.
-Vaya hijos de puta. ¿Y qué
pasa con ese Christoph?
-Piensan que yo le pegué. Al
parecer es un socio de ellos que trabaja en un lujoso restaurante francés. Y yo
les dije que no le había pegado pero no me creyeron por lo que empezaron las
amenazas. Iban a ir a por toda mi familia –dije balbuceando mientras escondía
mi rostro en su pecho.
-Tú no matarías ni a una
mosca.
-Ellos no me conocen pero
pasó algo muy raro. El jefe de ese grupo, les comunicó que me soltaran así que
me dieron cloroformo y cuando me desperté tú estabas en la acera.
-Tranquila, ¿vale? No me voy
a ir de tu lado y nadie jamás volverá a hacerte daño.
Me abrazó con fuerza y me
besó en la frente.
-Johnny.
-Dime.
-Quiero distraerme un poco
para olvidar lo que acabo de vivir y habíamos quedado en ver una película, ¿no?
-¿Estás segura? ¿No prefieres
descansar un poco?
-Tendré pesadillas y así sé
que estás a mi lado protegiéndome.
Me besó y yo cogí el mando a
distancia y le di al play.
Vimos la película de “Todos
los días de mi vida”. Y cuando terminó, Johnny me miró triste y me puso encima
de él mientras me susurraba al oído:
-Si algún día pierdes la
memoria, conseguiré que vuelvas a enamorarte de mí aunque jamás vuelvas a
recordar lo antes vivido.
Le sonreí mientras le
acariciaba las mejillas. Notaba como sus verdes ojos brillaban con más
intensidad cuando nuestras pieles estaban en contacto. Me acerqué hacia su
rostro y noté como mis labios anhelaban los suyos.
-Hemos olvidado una cosa
–susurró entre mis labios.
-¿El qué? -pregunté
extrañada.
-Las palomitas.
Nos empezamos a reír los dos
mientras nuestros rostros estaban a milímetros el uno del otro. Su aliento olía
a menta fresca y sus dientes eran completamente blancos y rectos. Era perfecto.
-Aún tienes un poco de restos
de sangre seca por la nariz. Ven que te limpio.
Fuimos al baño y me hizo un
gesto para que me sentara en el lavabo. Humedeció un pequeño trozo de papel
higiénico y me limpió los restos de sangre. Cuando terminó de limpiarme, me dio
la mano y me ayudó a bajar del lavabo.
-Estás preciosa.
-Lo dudo –le dije mientras
salía del baño.
-Pues no lo dudes. Yo no
miento y si te digo que estás preciosa, es la pura verdad, ¿entendido? –dijo
mientras me abrazaba por la espalda.
-Entendido –le dije mientras
me daba la vuelta y le besaba.
-Alice, sabes que quiero
protegerte pero es tarde y tengo que irme a casa.
-¿Y me vas a dejar aquí sola
sabiendo que pueden volver en cualquier momento?
-Tu familia llegará en unos
minutos.
-Quédate –le supliqué
mientras tiraba de él para alejarle lo más lejos posible de la puerta.
Se rió y suspiró mientras sus
manos acunaban mi rostro triste.
-Quédate –le repetí.
-Vale mi niña. Sabes
perfectamente que no puedo resistirme a esos ojos tristes.
Le abracé con todas mis
fuerzas mientras Johnny me cogía de las piernas para llevarme en sus brazos y
depositarme con delicadeza en el sofá.
Estuvimos hablando y dándonos
mimos hasta que llegaron mis padres con Lucy.
-Hola Johnny, ¿Qué hacéis
aquí metidos? –preguntó mi madre mientras Johnny cogía su chaqueta de cuero
para irse.
-Ver una película –dije antes
de que Johnny pudiera contestar.
-Sí, y yo debo irme. Un gusto
verles. Alice, mañana nos vemos.
-Vale –dije por lo bajo.
Minutos más tarde de que
Johnny se fuera, llegaron Robert y Teresa. Parecían bastante animados.
-Hola Alice, ¿qué has hecho
esta tarde? –me preguntó Teresa mientras dejaba su abrigo en el perchero de la
entrada y venía al sofá para sentarse a mi lado.
-Ha estado viendo una
película con el nuevo vecino. Es muy majo y parece muy responsable –dijo mi
madre mientras me guiñaba un ojo y empezaba a cocinar en la cocina.
-¿Has estado con Johnny? ¿Y
qué tal?
-Genial. ¿Y vosotros? –dije
intentando taparme el labio inferior para que no vieran la herida.
-Me alegro. Pues nosotros fuimos
a un parque y nos hicimos unas cuantas fotos y después fuimos a una nueva
cafetería italiana. Tienes que ir. El café es riquísimo y ponen unos bollos…
-Cuidado que se te cae la
baba –dije bromeando.
-Vete un día con Johnny –dijo
mi hermano mientras daba de comer a Sáhara.
-Ya veremos –dije desanimada.
-¿Te pasa algo? –me preguntó
Teresa mientras se acercaba más a mí.
-Sí. Y tiene que ver con
Robert.
-¿Qué he hecho ahora? –saltó
mi hermano desconcertado.
-¿Sabes ese dicho de “quien
rompe paga”? Bueno pues los italianos también se lo conocen solo que lo paga
toda la familia.
-¿A qué te refieres?
-¿Te acuerdas del mayordomo
ese que pegaste en el restaurante francés? –le pregunté en voz baja para que
mis padres no nos escucharan.
-Sí. ¿Ha aparecido por aquí?
-Él no pero sus socios
italianos sí y me han tenido retenida en una especie de sala de torturas
durante horas.
-¿Qué te han hecho esos
cabrones?
-Un hombre me pegó y sangré
de la boca y de la nariz pero no me hicieron nada más. Su jefe les dijo que me
soltasen y creo que ahora van a ir a por ti. Así que no te quedes ni un segundo
solo. ¿Entendido?
-Entendido. Y siento que
hayas tenido que pagar mis platos rotos –me dijo susurrando mi hermano mientras
se le humedecían los ojos y me abrazaba muy fuerte.
Teresa estaba sentada a mi
lado con la mirada perdida y la boca medio abierta.
-¿Y cómo saben que fui yo?
–inquirió mi hermano mientras le cogía la mano a Teresa.
-En el restaurante había
cámaras de seguridad y nos identificaron.
Robert me abrazó de nuevo y
me dio un beso en la frente.
-Chicos mientras vuestra
madre hace la cena, voy a sacar a pasear a Sáhara –dijo mi padre mientras cogía
su abrigo.
-Id con él –les dije a Teresa
y a Robert.
Ellos me obedecieron y se
fueron con él mientras yo le hacía cosquillas a la hermana de Teresa. Lucy era
la única persona de esta casa que no se enteraba de nada pero también era la
única que era feliz.
Media hora más tarde,
volvieron mi padre y la parejita y nos sentamos todos a cenar. Decidimos no
contarles a mis padres ni a nadie lo ocurrido simplemente para que no se
preocuparan.
Cuando terminé, recogí mis
platos y los fregué. Iba a subirme a mi cuarto pero no quería dormir sola por
lo que decidí llevarme a Sáhara a mi cuarto para que pasara la noche conmigo.
No tenía sueño por lo que
encendí el portátil y hablar con alguien. Sáhara se acurrucó entre mis piernas
y se quedó allí sin moverse y con los ojos cerrados.
Johnny no estaba conectado ni
nadie de clase que me interesara. Decidí cerrar el chat y ponerme a ver un
vídeo de cuando yo era pequeña. Pero antes de que acabara, me quedé dormida.