miércoles, 26 de noviembre de 2014

Capítulo 12 -> Al otro lado de la puerta

Mientras leía y me hacía fantasías en mi cabeza, mi móvil empezó a sonar. Miré en la pantalla. Era un número oculto.
-Hola, boba, ¿te apetece salir a dar una vuelta?
-¿Johnny? –pregunté extrañada.
-Claro, ¿acaso otro también te llama boba?
-¿Por qué me llamas por un número oculto?
-Le he cogido el móvil a mi padre. El mío se quedó sin batería. Bueno, ¿te apetece salir por ahí?
-Creo que mis padres y mi hermano van a salir y Teresa y Lucy se irán con mi hermano por lo que me dejarán sola en casa y hoy no tengo ganas de salir así que, ¿qué tal si te vienes y vemos una película?
-Me encantaría. Yo llevo las palomitas.
-Me parece bien. Te quiero aquí a las cuatro y media.
-Seré puntual, mi niña.
-Eso espero.

Los dos nos reímos y colgamos. Volví hacia mi cama y me senté. Me quité las botas y la ropa y me puse un chándal y unas zapatillas. Me tumbé y no paré de mirar el reloj. Fue un alivio oír el sonido de la puerta de la entrada cerrarse media hora antes de que Johnny viniera. Bajé y puse música en la cadena de música de mi padre que estaba en el salón. Mientras pensaba qué hacer para no aburrirme hasta que él llegara, abrí el frigorífico y me cogí unas cuatro onzas de chocolate. Me encanta el chocolate excepto el que sabe demasiado a cacao.
Cuando mi reloj de muñeca dio y media, Johnny tocó el timbre. Iba a pasar una tarde de lo más relajada. Fui corriendo a abrir pero no me dio tiempo a reaccionar cuando dos hombres encapuchados me ataron las manos, la boca, me vendaron los ojos y me llevaron lejos de mi casa.
Estaba aterrada. No sabía dónde ni con quién estaba. Solo veía oscuridad.
Pero de repente oí dos voces.
No podía reconocerlas aunque sabía que llevarían algún pañuelo para que no pudiera identificarles.
Me quitaron la venda de los ojos y vi mis pies atados y estaba en una especie de jaula solo que sin rejas. Cuatro paredes de hormigón y una alcantarilla en una esquina del suelo. Vi un hombre muy musculoso delante de mí vestido de negro con una máscara y unos guantes también negros.

Detrás de aquel hombre, había otros dos hombres con la misma vestimenta solo que éstos llevaban armas en las manos. El hombre que estaba delante de mí, me cogió con mucha fuerza de la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
-En mi familia hay un dicho –me dijo el hombre con una voz muy grave- si me haces algo a mí, te mataré, pero como hagas algo a alguien de mi familia o a un amigo, estás perdido porque no habrá escondite donde no te encontremos.
-No he hecho nada –dije aterrorizada mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.
-Eso dicen todos hasta que yo demuestro todo lo contrario.

El hombre tenía acento italiano y cada vez que se acercaba a mí, podía olerle el aliento a un asqueroso aroma de tabaco.
-Dime que no es verdad que pegaste a mi amigo Christoph.
-¿Quién es Christoph?  ¡Yo no he pegado a nadie, lo juro! –grité mientras mis lágrimas seguían cayendo hasta llegar a mi barbilla.

El hombre me pegó en la cara y mi cabeza dio contra el frío y duro suelo. El hombre me cogió de la camiseta y pude notar como mi nariz y mi boca estaban llenas de sangre.
-Odio a los mentirosos –dijo mientras me daba un golpe contra la pared de hormigón.
-Te digo la verdad, no sé quién es ese hombre.
-Christoph es mi mejor socio desde hace años y me contó que unos niños le agredieron mientras trabajaba un día antes de que yo fuera allí a hacer negocios con él.
-¿Y por qué piensas que soy yo la que pegó a tu socio? –pregunté mientras escupía sangre al suelo.
-Eras tú o un chico alto que de seguro que es tu hermano.

Me puse pálida. Ya sabía quien era Christoph. Era el mayordomo del restaurante francés y el hombre al que mi hermano pegó. Y sabía quién era, porque habría cámaras de seguridad.
-Si quieres, te dejamos libre y vamos a por el chico. Pero él no volverá vivo eso te lo puedo asegurar.
-¡No le hagáis nada! –grité histérica.
-Así que es tu hermano, ¿eh? Sé que él fue quien pegó a mi socio. Pero fue listo y no salió ni se quedó solo. ¿Cuánto crees que dará tu familia por tu rescate? –dijo mientras me miraba fijamente.

No hablé. Estuve en silencio durante varios minutos. El hombre me apretó la mandíbula y las lágrimas no paraban de salir de mis ojos. Esos hombres eran unas bestias y no tenían escrúpulos. Uno de los dos hombres que llevaban un arma, se acercó y le dijo algo al oído al hombre que me apretaba la mandíbula.
-¿Quién a mandado esa orden tan absurda? ¿Quiere que esta mocosa nos delate a la policía? –dijo el hombre muy alterado.
-Lo manda el jefe –dijo el otro hombre de acento italiano por lo bajo.

El hombre del arma sacó un pañuelo de un bolsillo y sacó una botellita de otro. Se acercó a mí y el otro hombre se apartó. El hombre del arma empapó el pañuelo con el líquido de la botellita y lo acercó a mi cara. Yo intentaba resistirme pero aquel hombre era muchísimo más fuerte que yo.

Cuando me desperté, estaba en la acera de enfrente de mi casa. La sangre ya estaba seca pero aún me dolía la parte golpeada. Cuando abrí los ojos, vi unas botas y unos pantalones negros. Me asusté pensando que serían ellos de nuevo por lo que intenté levantarme e intentar escapar. Pero una mano me agarró del brazo y me ayudó a levantar.
-¿Alice, estás bien? –me preguntó Johnny mientras me miraba la cara y sus manos cálidas se colocaban en mi cuello y me acercaba hacia él.
-Johnny –dije en un susurro mientras mis ojos volvían a humedecerse.
-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? –me preguntó con los nervios de punta.
-Creo que estoy bien. ¿Has visto quién me ha traído?
-No. Pero ojalá le hubiera visto porque le hubiera roto las piernas.

Entramos en mi casa y me llevó al sofá del salón. Me ayudó a sentarme y Sáhara vino a acurrucarse entre mis piernas. Johnny salió del salón y se fue hacia la cocina. Unos minutos más tarde trajo una taza que echaba nubes de humo.
-Creo que con esta tila te tranquilizarás y te sentirás mejor –me dijo con voz dulce mientras se sentaba a mi lado y me daba la taza.

Di un pequeño sorbo pero al notar lo caliente que estaba, dejé la taza en la mesita de enfrente. Me acurruqué a su lado mientras él no paraba de decirme que me tranquilizara y que estaba a salvo mientras estuviera a su lado.
-¿Qué te han hecho esos desalmados? –inquirió furioso.
-Todo empezó a las cuatro y media.
-¿Cuándo habías quedado conmigo?
-Sí y llegaste tarde.
-Lo siento muchísimo, Alice. Si hubiera llegado a la hora, no te habría pasado nada.
-Eran tres hombres y llevaban armas, te habrían matado.
-Como si llevan tanques, joder. Te habría protegido y tendrían que vérselas conmigo antes de que pudieran tocarte un pelo.

Le abracé con fuerza y él hizo lo mismo mientras intentaba quitarse de encima el cabreo que tenía.
-Bueno, cuéntame qué te hicieron y por qué.
-Cuando abrí la puerta pensando que eras tú, unos hombres encapuchados me ataron y me llevaron a un lugar de hormigón donde la única salida era una alcantarilla porque las cuatro paredes que había, eran de hormigón y no había ninguna puerta.
-Una sala de torturas.
-Sí, algo así. Allí me empezaron a preguntar por un tal Christoph. Yo no sabía quién era pero no me creyeron por lo que uno de los hombres al pensar que mentía, me pegó. Y me dijo que si no confesaba, me tendrían allí secuestrada.
-Vaya hijos de puta. ¿Y qué pasa con ese Christoph?
-Piensan que yo le pegué. Al parecer es un socio de ellos que trabaja en un lujoso restaurante francés. Y yo les dije que no le había pegado pero no me creyeron por lo que empezaron las amenazas. Iban a ir a por toda mi familia –dije balbuceando mientras escondía mi rostro en su pecho.
-Tú no matarías ni a una mosca.
-Ellos no me conocen pero pasó algo muy raro. El jefe de ese grupo, les comunicó que me soltaran así que me dieron cloroformo y cuando me desperté tú estabas en la acera.
-Tranquila, ¿vale? No me voy a ir de tu lado y nadie jamás volverá a hacerte daño.

Me abrazó con fuerza y me besó en la frente.
-Johnny.
-Dime.
-Quiero distraerme un poco para olvidar lo que acabo de vivir y habíamos quedado en ver una película, ¿no?
-¿Estás segura? ¿No prefieres descansar un poco?
-Tendré pesadillas y así sé que estás a mi lado protegiéndome.

Me besó y yo cogí el mando a distancia y le di al play.
Vimos la película de “Todos los días de mi vida”. Y cuando terminó, Johnny me miró triste y me puso encima de él mientras me susurraba al oído:
-Si algún día pierdes la memoria, conseguiré que vuelvas a enamorarte de mí aunque jamás vuelvas a recordar lo antes vivido.

Le sonreí mientras le acariciaba las mejillas. Notaba como sus verdes ojos brillaban con más intensidad cuando nuestras pieles estaban en contacto. Me acerqué hacia su rostro y noté como mis labios anhelaban los suyos.
-Hemos olvidado una cosa –susurró entre mis labios.
-¿El qué? -pregunté extrañada.
-Las palomitas.

Nos empezamos a reír los dos mientras nuestros rostros estaban a milímetros el uno del otro. Su aliento olía a menta fresca y sus dientes eran completamente blancos y rectos. Era perfecto.
-Aún tienes un poco de restos de sangre seca por la nariz. Ven que te limpio.

Fuimos al baño y me hizo un gesto para que me sentara en el lavabo. Humedeció un pequeño trozo de papel higiénico y me limpió los restos de sangre. Cuando terminó de limpiarme, me dio la mano y me ayudó a bajar del lavabo.
-Estás preciosa.
-Lo dudo –le dije mientras salía del baño.
-Pues no lo dudes. Yo no miento y si te digo que estás preciosa, es la pura verdad, ¿entendido? –dijo mientras me abrazaba por la espalda.
-Entendido –le dije mientras me daba la vuelta y le besaba.
-Alice, sabes que quiero protegerte pero es tarde y tengo que irme a casa.
-¿Y me vas a dejar aquí sola sabiendo que pueden volver en cualquier momento?
-Tu familia llegará en unos minutos.
-Quédate –le supliqué mientras tiraba de él para alejarle lo más lejos posible de la puerta.

Se rió y suspiró mientras sus manos acunaban mi rostro triste.
-Quédate –le repetí.
-Vale mi niña. Sabes perfectamente que no puedo resistirme a esos ojos tristes.

Le abracé con todas mis fuerzas mientras Johnny me cogía de las piernas para llevarme en sus brazos y depositarme con delicadeza en el sofá.
Estuvimos hablando y dándonos mimos hasta que llegaron mis padres con Lucy.
-Hola Johnny, ¿Qué hacéis aquí metidos? –preguntó mi madre mientras Johnny cogía su chaqueta de cuero para irse.
-Ver una película –dije antes de que Johnny pudiera contestar.
-Sí, y yo debo irme. Un gusto verles. Alice, mañana nos vemos.
-Vale –dije por lo bajo.

Minutos más tarde de que Johnny se fuera, llegaron Robert y Teresa. Parecían bastante animados.
-Hola Alice, ¿qué has hecho esta tarde? –me preguntó Teresa mientras dejaba su abrigo en el perchero de la entrada y venía al sofá para sentarse a mi lado.
-Ha estado viendo una película con el nuevo vecino. Es muy majo y parece muy responsable –dijo mi madre mientras me guiñaba un ojo y empezaba a cocinar en la cocina.
-¿Has estado con Johnny? ¿Y qué tal?
-Genial. ¿Y vosotros? –dije intentando taparme el labio inferior para que no vieran la herida.
-Me alegro. Pues nosotros fuimos a un parque y nos hicimos unas cuantas fotos y después fuimos a una nueva cafetería italiana. Tienes que ir. El café es riquísimo y ponen unos bollos…
-Cuidado que se te cae la baba –dije bromeando.
-Vete un día con Johnny –dijo mi hermano mientras daba de comer a Sáhara.
-Ya veremos –dije desanimada.
-¿Te pasa algo? –me preguntó Teresa mientras se acercaba más a mí.
-Sí. Y tiene que ver con Robert.
-¿Qué he hecho ahora? –saltó mi hermano desconcertado.
-¿Sabes ese dicho de “quien rompe paga”? Bueno pues los italianos también se lo conocen solo que lo paga toda la familia.
-¿A qué te refieres?
-¿Te acuerdas del mayordomo ese que pegaste en el restaurante francés? –le pregunté en voz baja para que mis padres no nos escucharan.
-Sí. ¿Ha aparecido por aquí?
-Él no pero sus socios italianos sí y me han tenido retenida en una especie de sala de torturas durante horas.
-¿Qué te han hecho esos cabrones?
-Un hombre me pegó y sangré de la boca y de la nariz pero no me hicieron nada más. Su jefe les dijo que me soltasen y creo que ahora van a ir a por ti. Así que no te quedes ni un segundo solo. ¿Entendido?
-Entendido. Y siento que hayas tenido que pagar mis platos rotos –me dijo susurrando mi hermano mientras se le humedecían los ojos y me abrazaba muy fuerte.

Teresa estaba sentada a mi lado con la mirada perdida y la boca medio abierta.
-¿Y cómo saben que fui yo? –inquirió mi hermano mientras le cogía la mano a Teresa.
-En el restaurante había cámaras de seguridad y nos identificaron.

Robert me abrazó de nuevo y me dio un beso en la frente.
-Chicos mientras vuestra madre hace la cena, voy a sacar a pasear a Sáhara –dijo mi padre mientras cogía su abrigo.
-Id con él –les dije a Teresa y a Robert.

Ellos me obedecieron y se fueron con él mientras yo le hacía cosquillas a la hermana de Teresa. Lucy era la única persona de esta casa que no se enteraba de nada pero también era la única que era feliz.
Media hora más tarde, volvieron mi padre y la parejita y nos sentamos todos a cenar. Decidimos no contarles a mis padres ni a nadie lo ocurrido simplemente para que no se preocuparan.
Cuando terminé, recogí mis platos y los fregué. Iba a subirme a mi cuarto pero no quería dormir sola por lo que decidí llevarme a Sáhara a mi cuarto para que pasara la noche conmigo.
No tenía sueño por lo que encendí el portátil y hablar con alguien. Sáhara se acurrucó entre mis piernas y se quedó allí sin moverse y con los ojos cerrados.

Johnny no estaba conectado ni nadie de clase que me interesara. Decidí cerrar el chat y ponerme a ver un vídeo de cuando yo era pequeña. Pero antes de que acabara, me quedé dormida.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Capítulo 11 -> No es lo que parece

A la mañana siguiente, me desperté muy temprano y el sol brillaba a través de las cortinas de mi cuarto. Me levanté de la cama y me puse un chándal viejo. Corrí las cortinas y en la repisa de enfrente de la ventana, había una rosa de un color bastante extraño. Era un naranja muy oscuro. Abrí la ventana y cogí la rosa. Entre unos pétalos había una minúscula notita. 

Como el color de tu pelo que hace que arda mi corazón.
Te quiero.

Cerré la ventana y olí la rosa. Olía a bosque pero con un toque dulce. La puse en un jarroncito que tenía guardado en el armario y puse el jarrón encima de la mesilla. Tenía un vaso en la mesilla por lo que decidí poner el agua que quedaba en el jarrón para que la rosa no se marchitase.

Salí de mi cuarto y bajé a hacerme el desayuno. Mi hermano ya estaba en la cocina desayunando.
-Vaya pero si está aquí la bella durmiente.
-Hola –dije entre susurros.
-Con que sales con Johnny, ¿eh?
-Y tú con Teresa y no te digo nada –le dije de forma borde mientras echaba leche en una taza.
-No sé como Johnny te aguanta. Aunque ahora entiendo por qué dicen que el amor es ciego –dijo mientras se reía.
-Sí. Teresa debe de estar muy ciega para estar con un patán como tú.
-¿Hermanita necesitas que te recuerde que yo tengo material para destruirte? A mamá no le gustaría saber que un chico te trajo dormida o como ella lo traduciría, drogada.
-Eres un capullo, Robert.
-Lo sé. Soy un encanto. Ah, por cierto. ¿Te vienes a buscar pistas?
-Son las 8 de la mañana.
-Lo sé así que vístete.
-¿Y Teresa?
-Ayer salimos y está cansada así que, que se quede dormida.
-Vale –le dije mientras me bebía de un trago la leche de la taza.

Subí a mi cuarto y me puse ropa que me abrigara bastante. Me puse unas botas que no estuvieran empapadas y una bufanda. Cuando salí, mi hermano ya estaba abajo esperándome. Salimos y nos montamos en su coche. Fuimos hasta una calle que estaba a pocos metros del restaurante francés del otro día. Decidimos ver a una distancia de 150 metros el restaurante porque había bastantes coches negros brillantes y de unas marcas italianas. Vimos salir a un grupo de hombres. Hablaban en italiano y todos los hombres tenían más de 40 años excepto uno. Fijé la vista en el más joven.
-¿Johnny? –dije asombrada.
-Ese no puede ser Johnny. Son mafiosos italianos. A ese noviete tuyo no le veo con cara de mafioso ni mucho menos.
-Pues se parece mucho a él. Y en tal caso serán mafiosos franceses…
-Se parecerá pero no es él. Son italianos por los coches. Y Johnny no es italiano porque se le notaría en el acento.
-Tienes razón.

Seguimos observándoles hasta que se metieron todos en sus lujosos coches italianos. Mi hermano mayor y yo nos fuimos hacia el coche de éste y decidimos buscar pistas en otro sitio.
Recorrimos toda la ciudad sin pista alguna. No sabíamos ni por dónde empezar. Era como buscar una aguja en un pajar.

Cuando íbamos a casa, pasamos por delante del restaurante y vimos muchísimas flores en la entrada y mucha gente trajeada y niños correteando en la entrada. De repente, vimos a una pareja. Era una boda. La chica tenía el pelo más hermoso que había visto nunca. Era un castaño tan claro que parecía rubio, tenía la tez muy clara, casi blanca y llevaba un vestido blanco con un escote echo con un bordado precioso y un velo largo que le tapaba la cara. En las manos llevaba un enorme ramo de rosas blancas. La cola del vestido la estaban sujetando tres damas de honor vestidas todas iguales con unos vestidos de color rosa muy claro.
El novio iba con un traje negro y no paraba de mirar a su esposa.
En cuanto salieron, la gente que había allí, les empezó a tirar arroz y se subieron corriendo al coche que estaba esperándoles a la entrada del restaurante.

Mi hermano y yo sonreímos a la vez al verles. Nunca habíamos estado en una boda y soñábamos con ir a una o en tal caso, en ser nosotros los rociados con arroz.

Cuando llegamos a casa, estaban todos sentados en la mesa preparados para empezar a comer. Mi madre nos miró enfadada y nosotros nos quitamos apresuradamente los abrigos y fuimos corriendo hacia el comedor. Nos sentamos en las dos sillas sobrantes y empezamos a comer.
-¿A dónde os habéis ido toda la mañana? –preguntó mi madre cabreada.
-Haciendo el gilipollas por ahí –soltó mi hermano de manera borde.
-¿El gilipollas? ¿Qué habéis hecho? –preguntó impaciente Teresa.
-Pues salimos a buscar pistas y como no hemos encontrado nada, hemos hecho el gilipollas.
-Yo no diría que es hacer el gilipollas.
-Sí que lo es y seguiré haciendo el gilipollas hasta encontrar a tus padres.

Teresa abrazó a Robert todo lo fuerte que pudo y mi padre le dio unas palmaditas en el hombro mientras en sus ojos se reflejaba lo orgulloso que estaba de él.
Todos ellos tuvieron una conversación bastante animada en la que yo apenas tomé parte.

Cuando terminamos de comer, decidí irme a mi cuarto y leí un par de capítulos de “Romeo y Julieta”. Era una historia interesante aunque bastante trágica. Aunque estaba segura que para suicidarse por la muerte de la persona a la que amas, debes de sentir un amor tan vivo que incluso notas como tiene un corazón propio. 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Capítulo 10 -> Sin pistas

Estábamos los tres en el cuarto de mi hermano mientras hablábamos de qué podría poner en el papel de la agenda de Keira. Tenía que ser algo que solo Keira supiera porque no habían abierto los cajones de Fer. Miramos todas las carpetas que habíamos cogido del escritorio de Fer pero para nosotros era como leer en chino. Eran todo números y palabras ininteligibles. Estaba escrito de un modo tan culto, que parecía escrito por políticos. Había alguna que otra gráfica pero no había nada que nos diera alguna pista para empezar.
Noté como vibraba mi móvil en el bolsillo de mis vaqueros. Lo saqué y vi en la pantalla que ponía Johnny. Ni mi hermano ni Teresa prestaron atención a mi móvil. Me levanté de la cama de Robert y me dirigí hacia mi cuarto para coger la llamada de Johnny.
-Hola, boba. ¿Qué tal estás?
-Bien aunque un poco cansada.
-¿Y eso? ¿No has dormido bien?
-No muy bien la verdad.
-Te iba a preguntar si querías salir a dar una vuelta pero por lo que veo, tendrá que ser otro día.
-Soy fuerte. ¿A dónde quieres llevarme?

Oí como Johnny se reía al otro lado del teléfono. Me encantaba que se preocupara tanto por mí.
-Pues aún no lo sé pero a donde mi niña quiera.
-¿Qué te parece al cine?
-Me parece bien mientras no te me duermas a mitad de la película –bromeó.
-Tranquilo, me tomaré mucho café para estar despierta –dije con tono burlón.
-A las 4 estaré delante de tu casa esperándote. Te quiero mi niña.
-Te quiero.

Nunca le había dicho “te quiero” a ningún chico porque sabía que solo eran chicos de una sola noche. Pero este sería de mil y una noches. Con él quería poner a prueba el “y fueron felices para siempre”. En los cuentos siempre sale pero en la vida real creo que no ha salido ningún caso y yo quería ser la excepción, bueno, yo quería que fuéramos la excepción. Rezar para no tener nunca que firmar un papel de divorcio ni llorar por no volver a notar sus labios ardientes cuando besan los míos. Mirar al cielo y pedir con todas mis fuerzas que el único papel que firmáramos, fuera el de matrimonio.

Suspiré y bajé al comedor para ayudar a poner los platos y los cubiertos encima de la mesa. De vez en cuando, mi madre alzaba la mirada y abría la boca como para decirme algo pero acto seguido, la cerraba, agachaba la cabeza y volvía a mover la escoba por el suelo de la cocina. Seguramente querría preguntarme si habíamos encontrado alguna pista sobre Keira y Fer.
Cuando terminé de poner todo sobre la mesa, mi padre vino con una cazuela llena de sopa y la dejó con mucho cuidado encima de la mesa de madera. Acto seguido, todos bajaron por el riquísimo olor que la sopa desprendía.
Lucy vino corriendo y justo a menos de 30 centímetros de mí, saltó para que la cogiera en brazos y la pusiera en la trona.
Robert les contó a mis padres lo que habíamos descubierto hoy. Mi madre se puso bastante triste al saber que no teníamos ningún hilo por el que tirar.
-Cariño, tranquila seguro que pronto aparecen, ya verás.
-Eso espero –le dijo Teresa a mi madre mientras ésta acariciaba la mano de mi mejor amiga.
Comimos en silencio y al terminar, entre todos recogimos lo que había encima de la mesa. Mi padre se subió a su habitación a dormir unas horas y mi madre limpió la cocina. Yo estaba jugando con Lucy a pasarnos la pelota de goma por el suelo. Cada dos por tres miraba el reloj de la pared del comedor. Aun queda para que Johnny viniera a recogerme. Cada segundo sin él era una eternidad, un infierno.
Robert y Teresa estaban en el sofá abrazados acariciándose mientras veían la televisión.
De repente, la luz de toda la casa se fue. Lucy empezó a llorar porque tenía miedo a la oscuridad. Yo me levanté del suelo y rebusqué entre unos cajones del mueble de la entrada y encontré un par de linternas.
En cuanto las encendí, miré por la ventana. Parecía de noche y estaba diluviando. Cada diez minutos, se veía un rayo en el cielo oscuro y segundos más tarde, el sonido de éste. Cada vez que tronaba, Sáhara ladraba y temblaba. Les di una linterna a la pareja y yo me quedé en el suelo abrazando a Lucy y a Sáhara.

El reloj dio las cuatro y un minuto más tarde, oí dos bocinazos del coche de Johnny. Me levanté del suelo, cogí mi abrigo, un gorro gris de lana y un paraguas. Sáhara me seguía pero no podía llevarlo conmigo. Cogí la pelota de goma, y la tiré al ras del suelo y Sáhara fue corriendo detrás de ella. En cuanto Sáhara se despegó de mí, salí como un rayo por la puerta de casa. Casi no podía ver el coche de Johnny con todo lo que llovía. Fui corriendo hacia el coche mientras la lluvia me salpicaba los pantalones. Entré y Johnny me miró con esos ojos verdes que podían enamorar a cualquiera. Tenía el pelo mojado al igual que su chaqueta de cuero negra. Le sonreí y nuestros labios volvieron a ser uno.
-Te he echado de menos.
-No me lo creo –le dije bromeando mientras me acercaba para darle otro beso.
Arrancó el coche y nos dirigimos hacia nuestro sitio secreto ya que con la tormenta, toda la ciudad se había quedado sin luz y el cine no funcionaba. El camino de hierba estaba muy embarrado y lleno de charcos. En la catedral en ruinas, había un sitio donde el tejado resistía a caerse. Nos pusimos allí para no mojarnos. Johnny sacó su móvil y puso música. Primero una con bastante ritmo. Me cogió de la mano y empezamos a bailar. Estábamos tan embobados mirándonos, que no notamos que ya no oíamos la música de todo lo que nos habíamos alejado y de que la lluvia había mojado nuestros cuerpos. Pero no paramos de bailar intentando seguir aquel ritmo que no oíamos. Johnny me cogió de la cintura y me atrajo contra su cuerpo.
-El cielo existe –me susurró.
Sonreí tímidamente mientras escondía mi rostro en su cuello. Le abracé más fuerte y seguimos bailando. Noté como mis pies empezaban a empaparse y que mi ropa empezaba a pesar más de lo costumbre. Johnny también debió notarlo porque me apartó de su cuerpo pero nuestras manos siguieron unidas. Me besó mientras me empujaba para que retrocediera para atrás y así llegar a la parte donde había techo.
Teníamos mucho frío por lo que fuimos al coche a por unas mantas. Pero como seguíamos teniendo frío por la ropa mojada, decidimos hacer una pequeña hoguera. Nos sentamos en el suelo de piedra acurrucados entre las mantas.
Johnny me miró con sus ojos verdes y sonrió. Pero no era una sonrisa de felicidad sino de travieso. Tenía alguna idea. Sacó de un bolsillo de su chaqueta de cuero una cajita. La abrió y sacó un cigarro.
-¿Fumas? –le pregunté.
-Sí. Mi padre me ha pegado este dichoso vicio. ¿Tú fumas? –me preguntó mientras se encendía un cigarrillo.
-No. Mi familia no es fumadora.
-¿Quieres probar? –me preguntó tendiéndome el cigarrillo.
Miré con asco aquel tubito de papel con hierba en el interior.
-¿Quieres o no? –me volvió a preguntar.
-No, gracias.
Johnny acerco el cigarrillo a su boca y pocos segundos después, echo una nube de humo por su boca.
Le abracé con fuerza mientras él estaba entretenido con su cigarro. Se llevaba el cigarro a la boca, absorbía, más tarde echaba la nube de humo y todo volvía a empezar.
Minutos más tarde, estrujó el cigarro contra el suelo y me dio un beso en la frente. Alcé la cabeza y me besó pero me aparté enseguida.
-¿Qué pasa? –me preguntó preocupado.
-Tus labios saben a tabaco –le dije susurrando.
-Es lo que tiene fumar.
-¿Y como es que otras veces no te sabían a tabaco?
-Porque solo fumo en casa, en reuniones o asuntos importantes y en fiestas.
-¿Y ahora estás en casa o en una reunión o en una fiesta? –le pregunté algo enfadada.
-Ahora estoy con la persona que más quiero en esta puñetera vida. Porque fume, no soy otro Johnny.
-No me gusta que fumes.
-Es un vicio y es difícil dejarlo. Lo he intentado mil veces pero es tradición en mi familia que los hombres fumemos. No me preguntes por qué pero siempre ha sido así. Así que no te enfades boba que soy el mismo Johnny, ¿vale? –me dijo mientras me abrazaba con todas su fuerzas.
Le aparté un poco hasta poderle ver la cara y le acaricié la mejilla con la mano. Él tenía razón. Ya fumaba cuando le conocí y si estaba enamorada de él, eso no podía separarnos. Johnny se acercó para besarme pero me aparté y en milésimas de segundo, le metí un caramelo de menta en la boca.
Abrió los ojos al notar el caramelo y se rió.
-No volveré a fumar antes o cuando esté contigo que no quiero quedarme sin tus besos.
Le sonreí y me senté encima de él. Rodeé su cuello con mis brazos y acerqué mis labios a su mejilla.
-Ya no huelo a tabaco –me dijo mientras me guiñaba un ojo.
Le agarré de la barbilla y le atraje hacia mí. Nuestros labios estaban congelados pero pronto entraron en calor. Sus manos estaban en mis caderas y subieron hasta llegar a mi cuello y empezó a bajarme la cremallera del abrigo. Me quitó el abrigo y yo le quité su chaqueta de cuero. Sus manos volvieron a mis caderas. Sentí un frío intenso. Sus manos estaban en pleno contacto con mi piel. Yo le imité y él tuvo un escalofrío.
-Ups –le dije burlona.
Me sonrió y vi como me miraba con sus ojos brillantes mientras sus manos seguían subiendo por mi espalda. De repente, no sentí presión en el pecho.
-Ups –me dijo imitándome.
Me había desabrochado el sujetador por lo que me vengué y le quité la camiseta. No teníamos frío gracias a la hoguera y las mantas.
Johnny me tumbó en el suelo y acercó sus labios a mi cuello. Me empecé a reír.
-¿Pasa algo? –me preguntó sonriente.
-Tengo un pequeño defecto.
-¿Eres un hombre?
-¿Qué? ¡No! –me reí.
-Entonces eres perfecta.
-Mi defecto es que tengo muchas cosquillas.
Johnny al oírlo, empezó a hacerme muchísimas cosquillas. Yo no podía parar de moverme bruscamente y reírme a carcajadas. Johnny también se reía.
-¡Por favor, para! –le supliqué entre carcajadas.
Johnny paró y me besó.
-Vale, tomatito –me dijo mientras se reía por lo roja que me había puesto.

Le acerqué a mi cuerpo y volvió a besarme el cuello pero esta vez no me hizo cosquillas solo notaba besos cálidos que recorrían todo mi cuello. Mientras tanto, me quitó la camiseta empapada que llevaba puesta.

Johnny se acercó y puso su pecho encima del mío. Notaba su respiración y los latidos de su corazón.
Sus labios bajaron por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Pero en vez de seguir besándome, paró y se apartó de encima de mí. Se sentó en el suelo de piedra y nos tapó con las mantas.
-Nunca he ido lento con alguien. Ya sabes, eso que dicen de ir poco a poco. Siempre he ido a tope y a los dos o tres meses, iba a tope a por otra sin importarme las demás. Pero tú no eres como ellas. Simplemente porque no te conocí borracho en una discoteca. Nos vemos todos los días y no eres una cualquiera eres Alice, mi Alice y no quiero que eso cambie. ¿Y sabes una cosa? Cuando estuviste enferma y fui a verte, estabas preciosa recién levantada y he de confesarte, que me gustaría verte recién levantada todos y cada uno de los días que me quedan por vivir.

Me puse roja como un tomate y le abracé mientras me sentaba y me acurrucaba a su lado.
-Espero que este discurso no se lo des también a todas.
-Alice, no soy tan capullo. Es ilegal hacerle daño y mentirle a un ángel.
-Eres un zalamero, que sepas –le dije mientras le besaba el cuello.
Sus manos me acariciaron la espalda mientras mis manos recorrían su pecho desnudo. Nos tumbamos de nuevo en el suelo. Yo me tumbé encima de su pecho mientras él me apretaba para que no pudiera ni moverme.

Debí de quedarme dormida porque me desperté en mi cama. Le busqué a ciegas pero él no estaba. Me movía y noté que seguía vestida. Estaba rabiosa conmigo misma porque me había perdido la mitad de la tarde. Me senté en mi cama para mirar el reloj. Eran las 10 de la noche por lo que me quité la ropa y me puse el pijama pero al quitarme los pantalones, de uno de los bolsillos, se cayó una nota. Encendí la luz de la mesilla y empecé a leerla.

Discúlpame por haberte vestido pero es que no te iba a llevar sin camiseta a tu casa. Cuando llegué a tu casa, solo estaba tu hermano y le he pedido que no dijera nada porque te podrías meter en un buen lío o me la podría cargar yo porque tu madre pensaría que te he drogado o algo por el estilo.
Y no te preocupes boba que ya me dijiste que estabas cansada pero he podido comprobar que eres preciosa mientras duermes y que tienes un sueño bastante profundo porque llovía cuando te llevé a tu casa y no te despertaste ni con la lluvia.
Te quiero boba y descansa mi amor.

Johnny.


Cuando terminé de leerla, guardé la nota en uno de los cajones de mi mesilla y me metí de nuevo en la cama.