martes, 12 de agosto de 2014

Capítulo 3 -> La noticia

Empecé por leer el título que decía: “Niños denunciando la desaparición de sus progenitores”.
A continuación ponía: “Desde hace una par de semanas, la policía a recibido visitas y llamadas de niños asustados y preocupados por la desaparición de sus progenitores. En todos los casos de desapariciones, los niños estaban solos en casa con un canguro o con alguien mayor de edad que los cuidase mientras sus padres salían a dar una vuelta o salían con sus amigos o incluso cuando iban a una cena o comida de negocios. Lo más raro de ese caso –dice la policía- es que no raptan solo a un padre o a una madre, sino que si les raptan, es a los dos. Ya estamos vigilando las calles de Lorain y de las capitales más importantes…”

En cuanto terminé de leer la noticia, me vino a la cabeza lo que me había dicho Teresa. Sus padres tenían una comida de negocios. Podrían estar en peligro.
Salí de mi habitación y se lo comenté a mi hermano.
-Tenemos que avisarles o algo -le grité a mi hermano que seguía muy ocupado leyendo un artículo sobre un coche tuneado.
-Alice, los padres de Teresa saben cuidarse. Además no creo que justo vayan a por ellos. Tienen pinta de saber defenderse. Así que tranquila, ¿vale? Todo va a ir bien -me dijo mitras me apretaba la mano contra su pierna.

En cuanto terminé de comer y recogí los platos de la mesa, me puse el abrigo y me fui a la casa de Teresa. Conduje con cautela intentando que las ruedas del Mini no resbalasen con el poco hielo restante que había en las carreteras.
Pasamos la tarde jugando con su hermana y pasadas un par de horas, la acostamos para que durmiera la siesta. No quería preocupar a Teresa con la noticia que había leído por lo que no le dije nada. Estuvimos viendo una película que estrenaban en el segundo canal de la televisión.
 La tarde transcurrió con rapidez. En cuanto terminó la película, me levanté de su sofá color mostaza y me fui a casa.
En cuanto llegué, me quité la ropa y me puse el pijama. Mi madre ya había empezado a hacer la cena y como yo quería tener la mente ocupada, decidí lavarme las manos y ayudarla a cocinar.
Estuvimos hablando animadamente mientras cortábamos los tomates y los pimientos rojos para echarlos en un cuenco que sería la ensalada. Condimentamos las verduras con aceite, vinagre y sal y cogí el cuenco y lo llevé a la mesa de madera de la cocina. En cuanto salí de la cocina para llamar a mi padre y a mi hermano, vi que mi padre estaba viendo las noticias pero mi hermano ya no estaba en el sofá. Algo me hizo cosquillas en el cuello y yo grité. En cuanto me di la vuelta, vi a mi hermano riéndose. Le di un empujón que tan solo lo movió una par de pasos de donde estaba.
Mi madre nos llamó para que fuéramos a cenar. Y cuando iba a entrar por la puerta de la cocina, mi hermano me aplastó contra el marco de ésta. Yo le pegué con la mano bien abierta en el hombro. Él solamente se dio media vuelta y me sacó la lengua.
Se sentó en una silla al lado de mi padre y yo en otra que estaba al lado de mi madre y enfrente de mi hermano. Mi padre encendió la televisión de la cocina con el mando a distancia que estaba en medio de la mesa de madera. Tan solo mi padre y mi hermano estaban prestando atención a las noticias. No sabía como podían verlas. A mí tan solo me deprimían.
En cuanto terminaron las noticias, mi padre empezó a cambiar de canal hasta que mi hermano se enfadó y le quitó el mando y puso un canal de deportes.
Mi madre y yo estábamos hablando sobre lo que había hecho en casa de Teresa. Mi madre me contó que consiguió convencer a mi padre para ir a dar un paseo y que mi padre casi se cae por el hielo que había en las aceras. También me contó que se habían mudado unos vecinos nuevos que tenían un hijo de mi edad y que estaba ya apuntado a mi mismo instituto.
Mi madre siempre se enteraba de todo. No me extrañaría que le hubiera dado ya al chico mi número de teléfono.
-Por cierto cariño, le he dado al chico nuevo tu número de teléfono por si tiene dudas sobre lo de clase o por si tiene ganas de dar una vuelta. Como no conoce a nadie de por aquí…

Genial, mi madre ya se había encargado de manejar otra vez mi vida. Siempre que le decía que me dejara vivir mi vida, me echaba un sermón sobre que solo quería protegerme. Si de verdad me protegiera, no iría dándole mi número de teléfono al primer vecino nuevo de mi edad que viera.


No discutí con ella ni mostré signos de enfado aunque por dentro estaba bastante enfadada. En cuanto terminé mi cena, lavé todos los platos y me subí a mi habitación. Estaba agotada por lo que no me costó mucho dormirme.

lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo 2 -> Sorpresa

 En cuanto llegué a casa, me limpié las botas de cuero marrón en el felpudo de la entrada y me dirigí hacia el salón. Estaba agotada y tan solo tenía ganas de descansar. La casa estaba a oscuras y parecía no haber nadie. Encendí la luz y al menos 30 personas salieron de un salto a felicitarme. Mis padres vinieron corriendo hasta donde yo me encontraba y me quitaban el abrigo, me ponían un gorro de cumpleaños y me abrazaban con todas sus fuerzas. Me parecía increíble que me trataran todavía como una niña pequeña y siguieran poniéndome cada vez que cumplía años ese estúpido gorro con forma de cucurucho y con muchos colores en la cabeza. En cuanto me soltaron, vino mi hermano y me dio un fuerte abrazo. Tuve que pedirle que se apartara para que me dejara respirar un poco. Después de él, vino mi mejor amiga, Teresa. Vino hacia mí con una enorme sonrisa que le ocupaba la mayor parte de la cara. Estaba guapísima y vi que mi madre le había hecho el mismo peinado que me hizo a mí para la boda de mis tíos. Llevaba un vestido de lana color lila con unas media negras y unas botas de cuero a juego.
En cuanto terminé de saludar a todo el mundo, me llevó Robert hacia una silla del comedor y me puso una tarta de chocolate con nata en la mesa justo delante de mí. Tenía 17 velas exactas y me dijo al oído:
-Sé que te sabes esto de memoria pero antes de soplar, tienes que pedir un deseo –me guiñó un ojo y se apartó un poco de mi y empezó a animarme a que soplara las velas y los demás le imitaron.
No os voy a decir el deseo que pedí porque sino, no se cumplirá.
En cuanto soplé las velas todos empezaron a aplaudir y a gritar de la emoción. Vinieron mis amigos del instituto con un paquete enorme.
-Cumpleañera, ábrelo ya verás como te gusta –me dijo Diana muy entusiasmada mientras me cogía del brazo y me llevaba hacia el enorme paquete-. Lo hemos escogido entre todos, espero que te guste.

Empecé a quitar el envoltorio y me sobresalté al oír un sonido muy agudo y alto. Mis amigos se rieron y me ayudaron a sacarlo del paquete. Había ladrado un cachorro color arena. No entendía de razas de perros por lo que vino mi hermano Robert a decirme que era un Labrador. Lo saqué de la jaula y le acaricié el lomo. Era suave y esponjoso. Tendría 3 semanas como mucho. Lo metí de nuevo en la jaula y abracé uno por uno a todos mis amigos del instituto.
Mi mejor amiga me dio otro paquete bastante grande. Eran cosas para el cachorro. Había jabones para lavarlo, un par de correas, comida y un par de cuencos para echarle la comida y el agua.
Mis padres me dieron una caja de color violeta con un lazo a juego. La abrí y encontré un colgante con forma de bola.  Pero la bola pequeña plateada, estaba formada por un montón de estrellas y dentro de la bola, había dos cascabeles. Lo saqué de la caja y sonaban los cascabeles con un sonido agudo pero a la vez encantador. Mi padre vino por detrás y me lo puso. Yo me tuve que levantar el pelo para que lo pudiera atar bien. Tenía una correa plateada y fina pero muy elegante. Mi padre me acarició la mejilla y me llevó en dirección de mis abuelos.
Ellos me abrazaron con fuerza y me dieron un paquete rectangular pero estrecho. Empecé a abrirlo y me llevé una gran sorpresa al ver que era el portátil que yo les había pedido a mis padres. Era de color blanco y venía con una funda negra con dibujos negros para meterlo y una plantilla de color gris claro con formas de burbujas dibujadas y un pequeño ratón de color también blanco. Les abracé de nuevo y mi hermano vino detrás de mí a cogérmelo para empezar a utilizarlo. Yo no le dejé y mis abuelos al ver la cara de chinche que ponía mi hermano, se echaron a reír.
Me fui a la mesa y lo dejé allí. Me marché con Teresa a jugar con el perro un poco y mi hermano nos siguió. Me dí la vuelta y vi como mi madre me llamaba. Me acerqué a donde ella se encontraba.
-Mamá, ¿pasa algo?
-No cariño, solo quería decirte que saques al perro después. Ahora están todos tus amigos y familiares aquí y no deberías desaparecer de tu fiesta.
-Sabes perfectamente que no están todos.

Mis tíos nunca venían a visitarnos. En cuanto se casaron, se fueron a vivir a Los Ángeles y solo llamaban para felicitarme o para desearnos una feliz Navidad y próspero año nuevo. Yo siempre les enviaba correos y postales con la foto de la familia. Lo único que sabía ahora de mis tíos era que mi tía iba a tener un bebé. Estaba de dos meses por lo que aún no sabían si era niño o niña. Mi tía prefería que fuera niña porque la encantaba peinarme a mí cuando era pequeña. Y mi tío prefería un niño para enseñarle a jugar a fútbol.
Mi madre me miró entristecida y me acarició la mejilla. Yo me aparté y me mezclé con la multitud.

En cuanto la fiesta terminó, ayudé a mis padres a recoger el confeti del suelo, los papeles de regalo, la comida que había sobrado, los vasos y platos sucios…No le dirigí ni una sola palabra a mi madre. No alcé la mirada hasta que hube terminado de recoger. Cogí los regalos que había dejado mi padre en una silla del comedor y los subí a mi habitación.
Puse el portátil blanco encima de mi cama y lo encendí. Instalé unos cuantos programa que me eran útiles (Photoshop, Microsoft Word, Wattpad…). Encendí el chat y empecé a hablar con Teresa. Y me dijo algo que me dejó pensativa.
-Tu hermano no te ha dado su regalo porque ha visto que andabas algo…triste. Me ha dicho que te lo dará mañana.

No sabía qué era y ella tampoco, o a lo mejor sí que lo sabía pero mi hermano le había prohibido decírmelo porque era una sorpresa. Estuve hablando con ella durante una hora o más y mi hermano en cuanto había terminado de colocar los sofás y todo, se había subido para su habitación y había puesto la música un poco alta para evadirse del mundo. A los dos minutos de su entrada en su cuarto, me empezó a hablar por el chat.
-¿Estás contenta? has fastidiado la fiesta solamente por tus tonterías de niña pequeña. Los tíos no van a mudarse. Se fueron cuando tú tenías cinco años y no van a volver ahora porque tú se lo pidas. Son felices y nosotros, tu familia, también queremos serlo pero para eso tienes que pasar página. Así que por una vez, deja de ser tan egoísta y piensa también en los demás. Sabes lo mucho que le duele a mamá que hablemos sobre ese tema y tú sigues hurgando en la herida -mi hermano tenía razón, había fastidiado la fiesta por mi pura cabezonería-. Por favor, hermanita, pídele a mamá perdón. Sabes lo orgulloso que soy pero yo por la familia hago cualquier cosa. Por favor…-no podía verle la cara pero sabía perfectamente que estaría con una cara apenada y maldiciendo a mis tíos por haberse ido lejos de la familia.
Me levanté de la cama y me salí de la habitación. Vi a mi madre barriendo la entrada y en cuanto dí un paso, miró arriba. Nuestras mirada se cruzaron pero ella apartó rápidamente la mirada y siguió barriendo. Bajé lentamente las escaleras de madera  pero antes de que pudiera acercarme a ella, vino mi padre y me susurró al oído:
-Sé que la vas a pedir perdón porque estás cometiendo los mismos errores que cometió tu hermano. Tan solo te pido una cosa.
-¿El qué?
-No vuelvas a sacar el tema, por el bien de tu madre -me puso una mano en mi hombro izquierdo y me besó en la frente.
Mientras él subía por las escaleras, yo me acerqué con cautela a donde estaba mi madre. Le toqué el hombro a mi madre y la dije al oído que lo sentía mucho y que no volvería a ocurrir. Ella me miró con sus ojos color miel llorosos, y me abrazó con fuerza hundiendo su cabeza en mi hombro. No volvería a sacar el tema viendo lo mal que le sentaba. Desde ese momento cuidaría a mi familia.
En cuanto ella me perdonó, subí a mi habitación y me puse el pijama. Tenía el estómago algo revuelto así que no cené nada aunque creo que los demás tampoco lo hicieron ya que se habían hinchado a comer en la fiesta. Me metí en la cama e intenté dormir pero no podía. Empecé a oír un ruido. Se repitió el ruido varias veces hasta que caí en la cuenta de que era el cachorro que me habían regalado. Mi madre lo había dejado fuera y encima sin ningún sitio donde cobijarse. Me levanté de la cama y me puse la bata. Bajé las escaleras y abrí la puerta del patio. El cachorro entró a casa corriendo y temblando de frío. Tenía el pelo algo mojado por lo que cogí una toalla del cuarto de baño y lo sequé. Acto seguido, lo peiné con un cepillo especial para perros y cogí un cojín viejo. Subí al cachorro y el cojín a mi cuarto y puse el cojín encima de mi cama y al cachorro encima de éste. Jugué un poco con él hasta que el cachorro se quedó dormido. Yo volví a intentarlo pero mi intento no tuvo éxito y seguí sin poder dormir. Empecé a pensar un nombre para el cachorrito. Me vinieron unos cuantos a la cabeza: Toby, Rayo, Chispas…hasta que se me ocurrió uno que me recordaba a su tono de pelo, Sáhara.

A la mañana siguiente, me desperté a causa de los lametones que me estaba dando el cachorro. Me hacía cosquillas en la mejilla y empecé a reírme. Mi hermano oyó mis risas y vino con curiosidad  a saber que me pasaba para que estuviera riéndome sin ningún motivo a primera hora de la mañana. Al ver al cachorro lamiéndome la cara, se empezó a reír y lo cogió para apartármelo de encima.
-Pobrecito, tiene tanta hambre que se está comiendo tus legañas.

Mi hermano siempre intentaba fastidiarme de alguna manera. Le acarició la cabeza y empezó a acariciarle la tripa encima de mi cama. Me estiré todo lo que pude y bostecé.
-Robert, he pensado un nombre para el cachorro.
-Te apuesto lo que quieras a que no me gusta -siguió jugando con el cachorro mientras esperaba mi respuesta.
-Bueno, el nombre que he pensado, sería Sáhara por el color de su pelo que me recuerda al color de la arena en el desierto del Sáhara.
-Yo no le pondría ese nombre pero es tu perro así que puedes llamarle como quieras -siempre que intentaba escabullirse del tema, significaba que le gustaba mi idea.
-Llévatelo abajo que yo tengo que vestirme.

Robert cogió a Sáhara y lo bajó al comedor. Oí como le ponía comida en un bol y agua en el otro y él se dirigía a la cocina a hacerse su desayuno. Mientras, yo cerré la puerta, y me empecé a vestir. Mañana empezaba el instituto y con él, el segundo trimestre. En el primer trimestre había aprobado todo algo que mi hermano no había conseguido nunca. Él había dejado cuatro, para variar. En cuanto me vestí, salí de mi cuarto y bajé las escaleras sin hacer ruido porque mis padres seguían durmiendo.  Me dirigí hacia la cocina e imité a mi hermano, cogiendo un bol y llenándolo con leche. Mi hermano engullía una magdalena y después de cada bocado,  daba un trago a la leche del bol de cristal. Me senté en la silla que estaba justo enfrente de Robert y puse el bol encima de la mesa de madera. Eché un poco de cacao a la leche y mojé en la leche un Muffin.
Cuando Robert terminó, recogió su desayuno. Me miró y se sentó otra vez en la silla.
-Gracias por haberme hecho caso ayer. Eres mi hermana pequeña y no quiero que cometas los mismos errores que yo cometí -susurraba bastante bajo para no despertar a mis padres-. Y como te has portado tan bien, quiero darte tu regalo de cumpleaños que ayer no pude darte por todo este rollo.
Me cogió una mano y con la que le quedaba libre, me tapó los ojos. Con la otra mano, puso algo en mi palma. Estaba frío y era un objeto pequeño. Me quitó la mano que me tapaba los ojos y miré hacia mis manos. Eran unas llaves. No sabía de qué eran ni para qué servían. Me guiñó un ojo y me cogió del codo para llevarme fuera de la casa. En la calle hacía bastante frío y la carretera estaba medio helada. Pero antes de que pudiera ver más, me volvió a tapar los ojos. Me llevó con cuidado para que no me resbalase por el hielo hasta que 20 pasos más tarde, me cogió de los hombros para que parara.
-Abre los ojos.
En cuanto los abrí, vi una cosa maravillosa, algo que deseaba tener desde hace mucho. Un coche. Pero este no era un coche cualquiera. Era un Mini de color azul y en el techo estaba pintada la bandera de Inglaterra. No podía verme mi cara pero por como se reía mi hermano, sería algo así como: la boca abierta, los ojos abiertos como platos y chillando como una pija cuando ve algo de Gucci.
-¿Qué tal si dejas de hacer el tonto y me llevas a dar una vuelta? -me preguntó mientras inclinaba la cabeza señalando el coche.
Nos montamos en el coche y metí la llave en el contacto. En cuanto lo arranqué, rugió el motor y la adrenalina recorrió mi cuerpo. No era un buen día para conducir por culpa del hielo pero no me importaba. En cuanto pisé el embrague, el coche empezó a deslizarse por la carretera helada pero como las ruedas eran nuevas, no patinaron tanto como unas usadas.
-¿De dónde has sacado el dinero?
-Papá y mamá me han ayudado –dijo quitándole importancia al asunto.
-¿Necesitas ir a algún sitio en especial? –le pregunté mientras no apartaba la mirada de la carretera.
-Yo no pero recuerdo que el otro día me dijiste que tenías que ir a comprar un libro para el instituto, uno que yo tiré por accidente a la basura.
-Cierto, ya no me acordaba. Y de accidente nada.

Nos dirigimos al centro comercial de Lorain. Todavía quedaban adornos de Navidad colgados del techo y por las farolas del parking. Había un grupo de hombres quitando las luces navideñas de la fachada. Aparcamos no muy lejos de la entrada del centro comercial. Mi hermano antes de salir, me dio mi abrigo que lo había cogido antes de sacarme de casa y después, él se puso el suyo. Entramos en la librería. Al ser las 10 de la mañana, no había aún gente por los pasillos ni en las tiendas. Empecé a buscar el libro que me había pedido el profesor de literatura que llevara a clase para este trimestre porque íbamos a leerlo y a analizarlo. Saqué del bolsillo del pantalón un papel donde ponía el nombre del libro. El trozo de papel estaba arrugado y con manchas de algo que no sabría decir de qué serían. Miré el papel y le pregunté a la dependienta de la librería:

-Buenos días, mire ando buscando este libro -le dije enseñándole el papelito arrugado y con manchas.
La chica frunció el ceño intentando recordar si lo tenían en la tienda pero al no saberlo, lo buscó en el ordenador.
-Encontrarás el libro de “Romeo y Julieta” en la tercera estantería de la derecha en la quinta balda.
-Muchas gracias -dijimos mi hermano y yo al unísono.
Mi hermano se adelantó a mis pasos y empezó a buscarlo. Yo aceleré el paso y empecé a buscarlo también. Lo encontré, pero no llegaba casi y al ver mi hermano como me estiraba para intentar cogerlo, se estiró un poco y lo cogió sin ningún problema.
-Deberías crecer un poco, enana -me dijo con una sonrisa burlona mientras me guiñaba un ojo.
Me lo dio y nos dirigimos hacia el mostrador de cristal que había en la entrada de la tienda. Había muchos folletos y separa-páginas y un teléfono que no dejaba de sonar de gente llamando preguntando por libros que ni mi hermano ni yo sabíamos cuáles eran. En cuanto la dependienta colgó el teléfono, nos cobró el libro.
Al salir de la tienda, me quedé mirando un escaparate de una tienda de ropa. Mi hermano suspiró impaciente ya que a él no le gustaba ir de compras y menos a comprar ropa. Al ver que no me movía, me cogió de la mano y tiró de ella. Me arrastró hacia la salida y en cuanto salimos, nos dirigimos hacia el coche. No recordaba muy bien de donde había dejado mi coche, menos mal que estaba mi hermano y él si que se acordaba.
En cuanto llegamos al coche, nos quitamos los abrigos y los dejamos en la parte de atrás. También dejé la bolsa con el libro de “La Celestina”.
Arranqué y nos dirigimos hacia casa. Durante el trayecto, mi hermano empezó a tocar cosas de la radio y yo le pedía que parase pero como sabía que cuando estaba al volante solo atendía a la carretera, pues él seguía tocando las narices hasta que dejó al final una cadena de radio. La carretera ya estaba empezando a descongelarse por el continuo uso de ésta.
Cuando llegamos, aparqué en la acera de en frente de casa. Cogí mi abrigo y le pasé a Robert el suyo. Cogí la bolsa, y salimos del coche. Me acerqué a él y le di un codazo en el estómago por haber estado fastidiándome con la radio en el coche. Él me cogió del codo y me empezó a hacer cosquillas. Yo empecé a moverme para apartarme de sus manos pero él era más fuerte que yo.
-¡Para! -dije entre risas.
-Eso es para que no vuelvas a pegarme  -dijo con un tono de voz burlón y más alto que el sonido de mis carcajadas.
Unos segundos más tarde, paró y me soltó el codo. Nos dirigimos hacia la puerta y antes de entrar, le hice un gesto con el dedo para que entrara en silencio porque puede que nuestros padres siguieran durmiendo.
Entramos y colgamos los abrigos en el perchero de al lado de la puerta de la entrada.
Mi hermano se dio la vuelta y se sentó en el sofá y cogió de la mesa de madera que tenía en frente, una revista de coches y motos. Se puso a ojearla y a mirar quién había ganado la carrera de rallys de ayer ya que no pudo verla por la fiesta sorpresa de mi cumpleaños. Yo me senté a su lado y apoyé la cabeza en el cojín azul que conjuntaba con el color del sofá.
Me fui deslizando y torciéndome hacia un lado hasta que me quede tumbada ocupando dos asientos del sofá. Mi hermano estaba en el asiento restante y no alzó la mirada de su revista hasta que mi madre bajó por las escaleras de madera.

-He oído el sonido de la puerta, ¿a dónde habéis ido tan temprano? -nos dijo mientras entraba en la cocina y cogía un bol de la estantería y lo llenaba de leche.
-Tenía que cogerme un libro para mañana, para la clase de literatura, por lo que hemos ido hasta allí con mi coche nuevo -dije mientras hablaba emocionada por mi nuevo regalo.

Mi madre se rió y metió el cuenco en el microondas. Lo puso en marcha y vino al salón. Me acarició la frente y saludó a mi hermano acariciándole el pelo con la mano que le quedaba libre. Mi hermano sacudió la cabeza y siguió leyendo su revista.
Sonó el timbre del microondas y mi madre salió del salón con paso lento hacia la cocina. Oí como ponía el cuenco en la mesa pero no oí el ruido de la silla al deslizarse por el suelo para sentarse. A los poco segundos, salió de la cocina y subió por las escaleras. Entró en su habitación y corrió las cortinas para que entrara la luminosidad del poco sol que había.
Las nubes tapaban la mayor parte de los rayos brillantes del sol. La calle estaba desierta al ser Domingo y las 11 de la mañana. En invierno, la gente no salía a la calle hasta la hora de comer o por la tarde porque hacía mucho frío afuera.
Mi padre apretó los ojos al darle la luz en la cara y se empezó a desperezar. Salió de la cama y se puso sus zapatillas de invierno de estar por casa. También se puso su bata de invierno de color granate, se lavó la cara en el cuarto de baño que compartía con mi madre y bajó a desayunar.
Mientras tanto,  mi madre estaba haciendo la cama y bajó a los dos minutos a beber su bol de leche ya templada.
Mis padres estuvieron hablando sobre qué hacer hoy pero al cabo de un par de ideas estúpidas de mi padre en las que simplemente decía de quedarse en casa, decidí dejar de escucharles. Me levanté del sofá y subí a mi habitación. Hice mi cama con lentitud y en cuanto terminé, saqué el ordenador de la funda, lo puse en mi escritorio color blanco y lo encendí. Le conecté por USB el ratón y en cuanto se encendió del todo, encendí el chat y empecé a hablar con Teresa. No quería quedarme todo el día en casa por lo que la dije para ir al cine o a alguna parte.
-Alice no puedo. Mis padres tienen una comida y van a estar todo el día fuera de casa por lo que me toca cuidar de mi hermana pequeña.
Su hermana pequeña, Lucy, tenía tan solo 4 años.  Sus padres, Keira y Fer siempre tenían comidas. Eran empresarios y hacían negocios con gente importante y a veces tenían que irse del país durante un tiempo hasta conseguir un acuerdo económicamente interesante.
A Teresa no le gustaba que sus padres estuvieran siempre fuera de casa. Sobre todo desde que un día Naroa la llamó “mamá”. Teresa quería que su hermana pequeña estuviera cuidada y educada por sus padres no por su hermana mayor aunque menor de edad.
-Lo siento de veras. Ojalá pudiera ir pero como ves no puedo dejar a mi hermana sola en casa. Pero tengo una idea.
-¿Ah si? ¿Y cuál es esa idea?
-No puedo salir de casa porque sino me tendría que llevar a mi hermana, ¿no?
-Sí, exacto.
-Pues entonces mi idea es que vengas a mi casa y ya nos divertiremos viendo una película o algo. ¿Qué te parece la idea?
-Tengo ganas de salir de aquí por lo que cualquier plan que sea lejos de aquí me parece bueno. ¿A qué hora me paso por allí con mi coche nuevo?
-¿Ya te ha dado tu hermano el regalo, eh?
-Sí -me reí para mis adentros. Aún me parecía un sueño que mi hermano, bueno más bien el petardo de mi hermano, me hubiera echo ese regalo tan alucinante cuando yo tan solo le regalaba libros, películas, videos personalizados….
-Bueno pues….pásate después de comer, ¿te parece?
-Claro, no hay problema, allí estaré.
Apagué el chat y me metí en una página que contaba sucesos que pasaban en Ohio.
Hubo una noticia que me impactó bastante.