domingo, 23 de febrero de 2014

El Cliente -> Capítulo 15



Elizabeth estaba a escasos centímetros apuntándome con una pistola. No paraba de soltar carcajadas como una histérica. Estaba como una puñetera cabra. De repente, su rostro cambió, ahora estaba seria.
-¿Cómo sabías lo que planeaba? –le pregunté mientras buscaba con la mirada una ayuda para defenderme ya que mi hermano había empezado con un ataque de ansiedad y estaba sentado en su asiento con una botella de oxígeno a sus pies por si acaso.
-Eres como un libro abierto, Jeff.
-¿Qué quieres de mí? –le pregunté de forma grosera.
-Ver tu ruina.
-¿A qué te refieres? –pregunté confuso.
-Jamás conseguirás salvarla. Su ejecución es dentro de dos horas.
-No estamos solos.
-Ya sé que hay una tropa “escondida” a unos metros de la prisión. Todos morirán y tú con ellos.
-Por lo menos moriré con dignidad algo de lo que tú careces.
-Eso me trae sin cuidado si consigo perderte de vista a ti y la mafiosa.

De repente, una cosita roja del motor comenzó a parpadear y soltar un pitido muy agudo. Gracias a esa distracción pude coger una palanca que estaba al lado de mis pies y le di con ella en toda la nuca dejándola inconsciente.
La até rápidamente y me senté en el asiento del piloto. El radar indicaba que nos seguían tres aviones. Decidí apagar el motor automático y acelerar todo lo que pudiera pero los aviones no nos perdían el rastro.
Lanzaron el primer misil el cual no nos dio pero poco faltó. Giré el volante hasta quedar de frente de los aviones que venían a por nosotros y disparé el primer misil. Pero los aviones pudieron esquivarlo sin problema alguno. Necesitaba acercarme más para tener mejor puntería ya que era la primera vez que conducía este trasto.
Cuando se acercaron lo suficiente, lancé el segundo misil el cual dio de pleno en uno de los tres aviones. Éstos reaccionaron al segundo lanzándome cada uno un misil. Giré bruscamente el volante consiguiendo esquivarlos.
De tantas vueltas que nuestro avión daba, mi hermano comenzaba a marearse aunque Elizabeth seguía inconsciente en el suelo.
Gabi se tomó una pastilla para así poder pilotar cuando yo tuviera que bajar a rescatar a Kira aunque para eso, necesitábamos deshacernos de los dos aviones que no paraban de lanzarnos misiles.
Nos metimos dentro de una nube y allí conseguí despistarlos. Aceleré todo lo que pude hasta que vi la prisión. Avisé a Ainlena de que sus amigos se pusieran en posición.
Gabi se puso en mi sitio y yo me fui atando un arnés.
Elizabeth estaba volviendo en sí y eso no era nada bueno, haría hasta lo imposible por detenerme. Aunque estaba atada, era una amateur escapándose de los sitios por lo que sabía que un par de cuerdas no iban a ser un impedimento muy grande o al menos importante para ella.
No dejé de mirar fijamente a Elizabeth mientras me ponía bien el arnés. Por un momento, parecía la mujer que vi aquella noche en el bar. La indefensa chica a la que había que proteger de los hijos de puta. Pero no, era una asesina que lo único que había hecho era vigilarme e intentar matarme más de una vez. Me daba asco pensar que me había acostado con ella.
Unos minutos más tarde, le di la señal a mi hermano para que lanzara la primera bomba. Mi hermano así lo hizo. Las bombas que llevábamos eran de las más fuertes del mundo aunque no llegaban a ser nucleares, podían tirar abajo cualquier resistencia. Justo cuando cayeron las puertas metálicas blindadas causando un estruendo enorme, los 700 amigos de Ainlena entraron corriendo con escopetas, metralletas, granadas… cualquier cosa que sirviera para matar a alguien.
Entonces, le di señal de que tirara la segunda la cual cayó al lado opuesto de donde se encontraba la celda de Kira. Al ver que mi hermano había acertado, me tiré del avión cuando estábamos sobrevolando la prisión. No teníamos mucho tiempo. Los refuerzos de los enemigos llegarían enseguida.
En cuanto llegué al suelo, me quité el arnés que iba enganchado al enorme paracaídas y me adentré por la zona que no estaba atacada. Nada más colarme por una puerta de emergencia que tuve que forzarle la cerradura, me encontré de frente con varios guardias. Se quedaron mirándome pero al segundo reaccionaron poniéndose en posición de ataque. Tuvimos un largo forcejeo. Tras deshacerme de uno de los guardias estampándolo contra la pared, me concentré en el que quedaba de pie. Me miró seriamente y lanzó un puñetazo. Lo conseguí esquivar pero antes de que pudiera ponerme en posición, lanzó otro puñetazo. Ese me dio en la nariz, la cual comenzó a sangrar.
Al verme la sangre, me enfurecí y le gruñí a lo que él se echó a reír. Aunque un segundo después no reía tanto. Le pegué un puñetazo en la mandíbula y vi cómo salían disparados varios dientes de su boca. El guardia se tapó la boca con fuerza y con la otra mano, sacó la pistola por lo que yo también saqué la mía que llevaba un silenciador puesto. No era de echar sermones antes de eliminar a alguien por lo que sin pensármelo dos veces, le disparé. Le comenzó a salir sangre del pecho y cayó de rodillas al suelo. En cuanto verifiqué que estaba muerto, comencé a correr por los pasillos. Los pasillos estaban vacíos ya que la mayoría de los guardias estaban afuera disparando. Sus balas eran como cosquillas para nuestro avión, no conseguirían nada. Y la otra parte de los guardias, estarían teniendo un fuego cruzado con los amigos de Ainlena.
Cuando encontré la celda de Kira, miré hacia todos lados en busca del jefe del departamento. Él era el único que podía abrir la celda. Tras buscarlo por los pasillos laberínticos durante más de diez minutos, le encontré. Afortunadamente, estaba sólo en su despacho. Entré como si nada y él me miró confundido. Pero antes de que pudiera decir nada o diera la alarma, le disparé al cuello un dardo tranquilizante que lo dejaría inconsciente durante bastante tiempo. Lo llevé a rastras hacia la celda. La seguridad de ella era bastante compleja pero al final conseguí abrirla. Dejé al hombre en el suelo tirado como un trapo viejo y entré en la celda. Había dos chicas además de Kira en aquella celda. Por su físico y su belleza, me jugaría el cuello a que eran mafiosas al igual que Kira. Ella me miró contrariada y sorprendida a la vez. Pero no teníamos tiempo para declaraciones de amor o para explicaciones absurdas. La cogí de la mano y nos fuimos de allí. Durante el trayecto a la puerta por la que había entrado antes, tuvimos que deshacernos de varios guardias. Recibimos algún que otro golpe pero a parte de mi nariz rota, no hubo ninguna desgracia que lamentar. Le avisé a Gabi por radio que ya podía venir a buscarnos. El avión estaba encima de nosotros a unos veinte metros de altura pero mi hermano no obedecía mis órdenes.
-¿Pasa algo? –me preguntó Kira.
-Mi hermano no responde –respondí preocupado.
-Tranquilo, a lo mejor es que Ainlena le está entreteniendo –dijo a la vez que los dos pensábamos que eso era una auténtica tontería sabiendo en la situación de riesgo en la que estábamos.
-Ainlena no está con él –dije mordiéndome el labio.
-¿Entonces? –preguntó esperándose lo peor.
-Elizabeth. Seguramente se habrá soltado. Tenemos que subir como sea.

Entré corriendo a la prisión y Kira me siguió sin entender nada. Corrimos por los pasillos hasta encontrar lo que queríamos. Dimos con un cuarto en el que había armas, cuerdas, paracaídas… Cogí una cuerda, la más larga que había, y le até una metralleta. Eso me serviría de ancla.
Volvimos a salir fuera. Gracias al cielo, los amigos de Ainlena estaban haciendo un estupendo trabajo ya que habían conseguido toda la atención de los guardias y así nosotros podíamos andar a nuestras anchas.
Tiré la cuerda pero la metralleta no se enganchó en la puerta medio abierta del avión. Volví a intentarlo pero no lo conseguí. Tras unos intentos más, Kira se cabreó y me quitó la cuerda de las manos y la lanzó. Acertó a la primera y me miró con aires de superioridad.
Comenzamos a escalar y cuando los dos estuvimos montados, allí les vimos. Enzarzados en una pelea. Kira cogió el volante y elevó el avión para que ningún guardia pudiera subir mientras yo intentaba separarlos. Empujé a Elizabeth contra la pared del avión.
-¿Estás bien? –le pregunté a Gabi.
-Sí, tranquilo. Habéis llegado en el momento oportuno –dijo dándome una palmada en el hombro.

Recogí la metralleta y la cuerda, y los tiré a un lado. Le guiñé un ojo a mi hermano pequeño y él entendió lo que quería hacer. Mientras yo me acercaba a Elizabeth, Gabi le ordenó a Kira que nos elevara. Cuando volvió, me ayudó a coger por los brazos a Elizabeth. La chica no paraba de moverse y de retorcerse para conseguir escaparse pero mi hermano y yo teníamos práctica de cuando de pequeños nos chichábamos y queríamos escaparnos para que nuestra madre no nos pegara por portarnos mal.
Nos acercamos los tres a la puerta del avión.
-Yo siempre gano –me dijo gruñendo.
-Hay que aprender a perder –le susurré al oído a Elizabeth. Le guiñé un ojo a Gabi y los dos con fuerza, la tiramos al vacío.
No me gustaba nada haber convertido a mi hermano en un asesino. Aunque hubiera matado a alguien que había hecho mucho mal, seguía siendo un homicidio.
Gabi me miró sonriente. Sabía que todo esto se había acabado.
Los aviones que habíamos despistado antes, nos encontraron. Kira intentó despistarlo pero no lo conseguía por lo que optó por dispararles. Tras eliminarlos, nos fuimos alejando de la prisión. No pasamos por casa ya que Joe me estaría allí esperando. Con el avión que habíamos robado, nos fuimos a las afueras de Nueva York. Kira me miró la nariz que no paraba de sangrarme.
-No está rota –me dijo tocándome el puente de la nariz-. Es solo una hemorragia.

Me puse un pañuelo para taponar la sangre y cogí de la mano a Kira. Sus ojos brillaban más que la estrella polar y seguramente los míos también. Llevaba mucho tiempo deseando volver a vivir esta situación de tranquilidad.
Justo cuando íbamos a decidir a dónde irnos, el móvil de Gabi comenzó a sonar.
Gabi se alejó de nosotros para que no escucháramos la conversación que estaba teniendo por teléfono. Cuando volvió, tenía los ojos llorosos.
-¿Gabi, qué ha pasado? –le pregunté alarmado.
-Han disparado a Ainlena. Tenemos que ir a buscarla.
-¿Se encuentra bien? –preguntó Kira.
-Por lo que una amiga suya me ha contado, ha sido un disparo en la pierna pero está perdiendo mucha sangre.
-¿Dónde están? –inquirí nervioso.
-A tres kilómetros al oeste de la prisión.

Allí nos dirigimos a toda prisa. Recogimos a Ainlena y a la amiga que estaba cuidándola. Sacamos el maletín de los primeros auxilios que tenía el avión y comencé a curarla. Tenía conocimientos sobre este tipo de accidentes ya que en la empresa nos instruían por si la vida de nuestro compañero dependía de nosotros.
Ainlena estaba inconsciente y Gabi no paraba de ir de un lado para otro mientras se mordía las uñas con nerviosismo.
La herida no era muy profunda. Podría salvarla antes de que se desangrase.
Kira pilotaba el avión. Seguramente nos estaríamos alejando de Nueva York o posiblemente, del país.
Cuando le saqué la bala de la pierna a Ainlena, Gabi me miró nervioso.
-Está bien, tranquilízate –le dije mientras cogía gasas para taparle y desinfectarle la herida.
-¿Despertará?
-Ha perdido mucha sangre. Cuando esté recuperada y consigamos algo de sangre, lo hará.
-Tenemos que ir a un hospital.
-No podemos. Nos arrestarían. Ainlena estará bien aquí.
-¡Has dicho que necesitamos sangre!
-No volveré a exponerte al peligro, ¿entendido?
-¿Entonces cómo piensas salvarla?
-¿Su sangre es B positivo?
-Creo que sí. ¿En qué estás pensando?
-Vamos a hacer una transfusión.
-Estás loco –me dijo llevándose las manos a la cabeza.
-Es la única manera de conseguir que sobreviva. ¿Lo tomas o lo dejas?

Mi hermano aceptó, no le quedaba otra si quería salvarla. Kira fue la que me metió la aguja en la vena del brazo ya que mi hermano les tenía un pánico horroroso a las agujas. Podía ver como la sangre salía de mi cuerpo y acababa en una bolsita de plástico. En cuanto estuvo llena, le metimos mediante otra aguja mi sangre a Ainlena. Sabía perfectamente que mi hermano querría ser el que le diera las fuerzas para vivir pero él no tenía ese tipo de sangre.

Kira llevaba pilotando muchísimas horas. ¿Hacia dónde nos estaba llevando? De repente, noté cómo descendíamos.
-Bienvenidos a Noruega –dijo mientras se levantaba del asiento del piloto.
-¿Estamos en Noruega? –pregunté confundido.
-Sí y estate tranquilo que nadie nos ha seguido –dijo guiñándome un ojo.

La cogí de la mano con dulzura y le besé nos nudillos. Justo cuando íbamos a salir del avión, Ainlena volvió en sí. Gabi se acercó a ella corriendo.
-¿Ainlena estás bien? –preguntó preocupado.
-¿Qué ha pasado? –preguntó con voz ronca y sin abrir los ojos.
-Te dispararon en la pierna pero ya estás a salvo –respondió mientras se acercaba a ella para darle un beso en la frente.

Notaba cómo Gabi ahora estaba mucho más tranquilo. Todos estábamos tranquilos aunque no bajábamos la guardia ni un solo segundo.
-¿Por qué nos has traído aquí? –le pregunté a Kira mientras buscábamos algo de ropa que se pudiera poner ya que no podía salir del avión con el uniforme naranja de presidiaria.
-Aquí estaremos seguros.

Robamos una furgoneta y Kira nos llevó hasta la zona más cara de la parte de Noruega en la que estábamos. Había mansiones con jardines por todos lados aunque no se podía ver mucho porque habíamos llegado en la parte oscura del año. No me podía ni imaginar vivir aquí y estar seis meses de noche y seis meses de día.
Kira paró enfrente de una enorme mansión pulsó un código en la entrada consiguiendo que la puerta principal se abriera. Aparcó enfrente de la puerta de la mansión y ayudamos a Gabi a llevar a Ainlena a un cuarto en el que los dos estarían cómodos y con calor ya que el frío que hacía era desgarrador.
La amiga de Ainlena estaba un poco asustada. De repente, me di cuenta de que era la maquilladora, Chloe. Estuve hablando con ella mientras Ainlena nos preparaba algo para cenar. Al parecer, se había unido al grupo en el último segundo ya que no estaba muy convencida del plan y le daban asco los enfrentamientos.
La verdad era que estar con Chloe era una buena noticia. Podría maquillarnos para que nadie nos reconociese ya que éramos prófugos de la justicia.
-Te he echado mucho de menos –me susurró Kira al oído cuando estábamos quitándonos la ropa para meternos en la cama.

Me di media vuelta para mirarla a los ojos y la cogí de la cadera. Se estremeció al notar el contacto de mi piel con la suya. La acerqué a mí. Comencé dándole unos besos inocentes por el cuello. Le quité la ropa interior y ella me quitó la mía. Llevaba días soñando con que llegara este momento.
-¿Esto significa que me perdonas por haberte mentido? –le pregunté mientras la envestía por primera vez aquella noche.
-Si no fuera por ti, ahora estaría muerta –dijo mientras se retorcía de placer.

Eso significaba que me perdonaba por lo que comencé a envestirla con más fuerza y rapidez. Kira no tardó en empezar a gemir. Acaricié sus pechos desnudos con ansia. Nunca antes había deseado a una mujer con tanta intensidad. Y por eso mismo, decidí hacerla sentir como una reina. Quería darle todo y más.
Besé sus pechos y fui bajando hasta llegar a su abdomen. Acaricié sus muslos mientras los abría con delicadeza. Mi lengua comenzó a recorrer sus ingles hasta llegar a su clítoris. Kira no paraba de retorcerse y de gemir. En medio de un orgasmo, comenzó a tirar de mi pelo con fuerza. Levanté la cabeza y la besé en los labios.
Volví a penetrarla como había hecho muchas veces. Kira comenzó a clavarme las uñas en la espalda. Seguramente me quedarían arañazos pero no me importaba. No me dolían.
Esa misma noche hicimos un montón de posturas sexuales distintas.
La mansión era lo suficientemente grande como para que no nos hubieran escuchado nuestros acompañantes.
-Yo también te he echado de menos –dije casi sin aliento mientras la penetraba por última vez aquella noche.

martes, 18 de febrero de 2014

El Cliente -> Capítulo 14



Llevaba varias semanas con depresión. Joe no me había echado del trabajo ya que él creía que la culpa de todo era de Kira. La razón de mi existencia, estaba encarcelada en una de las mejores cárceles del país y como no, me tenían prohibido ir.
Gabi y Ainlena intentaban animarme todos los días con planes que, en otras circunstancias, habría aceptado sin pensármelo dos veces.
No se sabía nada de Elizabeth y eso me ponía de los nervios porque podría venir a matarme en cualquier momento aunque Joe había puesto a mi servicio a un grupo de espías que me vigilaban día y noche.
-Jeff, no puedes estar así toda tu vida –me dijo Ainlena una mañana al ver que no me levantaba de la cama.
-¿Y qué harías tú si estuvieras en mi lugar? –inquirí cabreado.
-Luchar.
-¿Luchar?
-Jeff, mira todos sabemos que ella es una criminal pero tú estás fatal y si tanto la quieres, luchar por ser feliz, Recupérala.
-Estás loca.
-Soy optimista.
-¿Me estás diciendo que entre en la cárcel y la saque de allí?
-Ésa es una opción y la más rápida aunque ilegal.
-¿Y cuál es la otra?
-La segunda opción es la que cumplen los que tienen mucho que perder, los que son unos angelitos que siguen las leyes sin rechistar. Esperar a que salga de la cárcel cuando termine de cumplir su condena.
-Gabi no te lo ha contado, ¿verdad? –pregunté sabiendo lo que me iba a responder.
-¿El qué?
-La sentenciaron a condena de muerte. Será dentro de tres días.
-¿Joe sabe que tú lo sabes?
-No, sino, me habría atado a la pata de su cama para que no arme una de las mías.
-Jefferson, necesito que me hagas un favor.
-Dime.
-Enséñame a pelear y a usar un arma.

Al principio, me negué pero Ainlena era una cabezota. Jamás podría convencerla de lo contrario e iría aunque yo no la hubiera instruido para que no la matasen al segundo de pisar aquel infernal matadero.
Tras dejarle un par de armas, lógicamente descargadas, le enseñé unas cuantas llaves de yudo.
Ainlena me prometió que convencería a Gabi para que nos ayudase aunque a mí no me gustase ni pizca tener que jugar con su vida.
-Ainlena, sólo somos tres. Esto no va a funcionar.
-¿Creías que no había pensado en ello? Tengo un grupo bastante grande de amigos que están de nuestra parte.
-¿Cuántos son?
-700 amigos listos para ayudarnos.
-¡700!
-Son todos los trabajadores que echaron de la fábrica en la que estuve trabajando.
-No saben a lo que se enfrentan.
-Jeff, lo han perdido todo y ahora, por fin, tienen algo por lo que luchar.
-Yo lo hago por amor ellos lo hacen por venganza contra el Estado.
-Da igual la razón por la que quieran hacerlo, lo que importa es que nos van a ayudar.
-¿Por qué haces esto?
-Porque tu hermano ya no es el mismo. Desde que secuestraron a Kira ya no es el mismo chico. Ya no hace tonterías, ya no está alegre todo el tiempo, ya no me mira igual que antes.
-¿Quieres decir que esto lo haces por ti?
-Lo hago por los tres.

Joe me tenía ocupado con papeleo siempre que estaba en la empresa. Odiaba ésta parte de mi trabajo, era tan aburrida.
Un día, conseguí terminar antes de tiempo el taco de papeles que me había traído como todas las mañanas mi secretaria. Por lo que saqué un folio y me puse a hacer garabatos. Al principio, todo eran líneas sin sentido pero poco a poco, iban recobrando forma. Inconscientemente había dibujado la cárcel en la que estaba Kira.
La prisión era un cuadrado perfecto, los muros de hormigón tenían diez metros de alto, imposibles de escalar. En las torres de vigilancia, había metralletas siempre preparadas para disparar y cómo no, muchas cámaras de seguridad, imposibles de burlar.
Las ventanas eran muy estrechas. A mí me recordaban a las de los castillos del siglo XV, por las que tiraban las flechas. Están diseñadas así para que ningún preso pueda escapar.
Para entrar en cada celda, hay que usar un código que sólo el mandamás y su segundo al cargo saben. Si intentas forzar la puerta, te electrocutas.
Suena divertido, ¿verdad? He de admitir, que cuando me contaron toda la seguridad que tenía, me eché a reír. Me gustaría saber cómo evacuarían todo aquello en caso de incendio ya que por dentro eso es como un laberinto.
Una vez tuve que hacer guardia para espiar a un policía que creían que era un traidor y en el camino de ir al baño o al comedor y volver, me perdí seis veces. Al final, me tuvo que acompañar un soldado y gracias a él, pude pillar al policía con las manos en la masa.
De repente, me di cuenta de la gran idea que acababa de tener y que se me había pasado por alto. Fuego.
-¿Estás loco? –me gritó mi hermano mientras no paraba de ir de un lado para otro de la habitación- ¡No podemos quemar una prisión!
-Gabi, sólo tenemos tres días y es la mejor opción que se me ha ocurrido.
-¿Y si sale mal? ¡No hay marcha atrás!
-¿Crees que no lo sé? –le grité desesperado.
-¿Cómo vas a llevarlo a acabo sin que se queme Kira? –preguntó Ainlena intentando que los dos nos calmáramos.
-Ésta tarde me he infiltrado en la base de datos de la empresa y sé cuál es su celda. Quemaremos la otra parte de la prisión y tendrán que desalojarlos a todos.
-¿Cómo escaparemos de allí? –preguntó Ainlena mientras se mordía las uñas.
-Aún debo conseguir algo más rápido que lo que ellos tengan.
-¿Y qué pasará si consigues sacarla de allí? –preguntó mi hermano ahora preocupado.
-Nos fugaremos, lejos. A un sitio en el que nunca puedan encontrarnos. Y da por hecho que vosotros os venís con nosotros. Aquí no estaréis a salvo.

Pasamos todo el tiempo que pudimos en casa metidos ya que era el único sitio en el que los agentes que me vigilaban, no podían ni verme ni oírme. Les enseñé a combatir por si algo salía mal ya que con el plan que más o menos tenía en la cabeza, no haría falta ni que disparasen.

Cuando Ainlena y Gabi salían para ir al cine, o eso decían ellos, yo me sentaba en el sofá con un boli y una libreta en la mano esperando a que me llegase la inspiración para poder terminar de planear mi plan infalible. Bueno, más bien, esperaba que fuera lo suficientemente bueno como para que todo saliera bien y que no hubiera heridos o muertos.

-¿Qué tal lo llevas? -me preguntó Ainlena cuando llegaron ella y mi hermano a casa.
-Lo llevo, que no es poco –dije encogiéndome de hombros.
-¿Ya sabes la manera de llegar allí?
-Tengo algo en mente pero es difícil de conseguir. Tiene mucha vigilancia.
-¿De qué se trata? –preguntó curiosa mientras daba saltitos de emoción.
-De un Mikoyan MiG-25. Es el avión ruso de combate más rápido del mundo. Es un avión bastante grande por lo que está en un sector restringido, como en un almacén o algo por el estilo. Hay guardias en la entrada y dentro. No será nada fácil entrar.
-Tengo una amiga que es maquilladora profesional. Puedo decirle que te maquille para que te parezcas al piloto que conduce ese avión.
-¡Es una gran idea, Ainlena! No tenemos mucho tiempo. Mañana le sacaré una foto en la oficina y así ella podrá maquillarme perfectamente.
-Le diré que venga mañana para que hagáis pruebas –dijo mientras se iba a su cuarto dando saltitos de alegría.

Al parecer, las cosas iban mejor entre ella y mi hermano y Ainlena volvía a ser la chica con espíritu de niña pequeña que conocí en el cine. Y yo esperaba estar igual de bien dentro de tres eternos días.
Aquella noche, me fui pronto a la cama, tenía que descansar todo lo que pudiera para estar en perfectas condiciones cuando llegara el momento de la verdad.

Cuando llegué a la empresa, Sarah me había dejado, como todas las mañanas, el dichoso taco de folios. Cuando eran las once de la mañana, decidí irme a tomar un café. Mientras charlaba con un compañero, vi pasar al piloto del Mikoyan MiG-25. Nada más verle, me deshice de mi compañero como pude y fui detrás de él. Tenía una mini cámara en la corbata. Tan solo necesitaba que se diera la vuelta. Tiré un papel al suelo.
-Perdona, creo que se te ha caído esto –dije recogiendo el papel que yo mismo había tirado.

El piloto se dio la vuelta y pude sacarle una foto perfecta. Miró dentro de su carpeta para saber si era suyo.
-No, no es mío –dijo seriamente mientras se daba media vuelta y seguía andando por el largo y estrecho pasillo blanco.

Aquel hombre no parecía ser muy simpático y las facciones de su rostro daban la pista de que tenía muy mal genio. Estaba claro que para esta clase de oficio, necesitaban a alguien frío y sin corazón que no le temblara el pulso al tener que tirar un misil sobre personas y niños inocentes.

Nada más llegar a casa, imprimí la foto en alta calidad para que pudiera maquillarme sin cometer ni un solo error.
-Jeff, te presento a mi amiga, Chloe –dijo agarrándome por los hombros para llevarme enfrente de su amiga.
-Encantado, yo soy Jefferson –dije dándole dos besos.
-¿Jeff, tienes la foto? –me preguntó impaciente la novia de mi hermano.
-Sí y creo que ha salido bastante bien. ¿Tú qué crees? –dije enseñándole la foto a Chloe.
-Podré apañármelas –dijo sonriente mientras cogía un maletín que había traído.

Lo puso encima de la mesa de la cocina y me dijo que me sentara. Nada más lo abrió, pude ver un millón de colores y muchos pinceles y algodón. Me sentía como una estrella de cine en una sesión de maquillaje.
Chloe era una mujer de baja estatura con el cabello negro y largo y con unos ojos enormes grises. La verdad es que era una mujer bastante atractiva y simpática aunque por algunas cosas que hizo, me di cuenta de que también estaba algo loca como Ainlena.
-Bueno, guapetón, empecemos –dijo frotándose las manos y dando saltitos mientras me ponía pañuelos en el cuello de la camisa para que no se mancharan de maquillaje.

Estuvo más de dos horas maquillándome aunque claro, lo que tenía que hacer era una obra maestra y tenía que quedar perfecto. Ainlena no paraba de revolotear alrededor y eso me ponía muy nervioso. Cuando me miré al espejo, me quedé con la boca abierta. Era la viva imagen del piloto. Era realmente increíble.
-¡Has hecho un trabajo increíble! –la felicité a Chloe.
-Gracias –dijo riéndose al ver cómo me miraba fascinado en el espejo.
-¿Podrás repetirlo dentro de dos días?
-Claro, sin problema.
-Dime cuánto te debo.
-No me debes nada, Jefferson –dijo alzando una mano.
-Claro que sí. Has hecho una obra maestra y mereces una compensación por ello y por el gasto de tiempo y maquillaje. Toma –dije mientras sacaba de mi cartera dos billetes de 50 dólares.
-Esto es demasiado –dijo mirándolos con los ojos de par en par.
-Calla y acéptalos, por favor –dije poniéndolos en sus delgadas y blancas manos.

La invité a tomar café y estuvimos los tres hablando. Al parecer, Chloe quería conseguir trabajar de maquilladora de estrellas de cine. Era realmente buena por lo que no dudaba en que lo conseguiría tarde o temprano.

Los días pasaron y hoy era el día de la verdad. Chloe vino a primera hora de la mañana para maquillarme. Volví a convertirme en la viva imagen del piloto. Me puse unas lentillas que habían sido diseñadas para que pasase por los ojos verdaderos del piloto por si había un escáner de retina. Mi hermano se puso unas gafas de sol enormes y un uniforme de piloto igual que el mío. Anduvimos por el pasillo de la empresa sin hacer ruido.
El verdadero piloto, estaba sedado y atado a una silla en mi despacho. Le había ordenado a Sarah que no dejase entrar a nadie ya que estaría “muy ocupado haciendo papeleo”.

Llegamos al garaje en el que estaba el Mikoyan MiG-25 pero cómo no, había guardias y había un escáner de retina para que las puertas blindadas se abrieran.
-¿Indentificación? –nos preguntó uno de los guardias.
Saqué una tarjeta que le había quitado al verdadero piloto y se la enseñé. La pasó por una especie de láser el cual dio positivo y me dejó acercarme al escáner de retina tras decirle que mi hermano era un nuevo piloto y le estaba enseñando.
La puerta se abrió y allí dentro estaba el avión de combate más enorme e increíble que jamás había visto.
Metí las manos en el bolsillo del uniforme y allí encontré las llaves para poner en marcha aquel enorme avión.
Mi hermano se ató rápidamente el cinturón y cerró los ojos con fuerza. Le tenía pánico a los aviones y aquella situación le causaba náuseas. Pero gracias a dios, aguantó el tipo como un campeón.
Arranqué y el techo del garaje comenzó a abrirse. Estábamos a unos diez mil metros del suelo cuando noté un olor raro. Puse el motor automático después de cerciorarme de que no nos seguían. Me levanté del asiento y allí estaba.
-Hola Jefferson. ¿Me echabas de menos? –dijo burlona mientras me apuntaba con una pistola.