Elizabeth estaba a escasos
centímetros apuntándome con una pistola. No paraba de soltar carcajadas como
una histérica. Estaba como una puñetera cabra. De repente, su rostro cambió,
ahora estaba seria.
-¿Cómo sabías lo que planeaba?
–le pregunté mientras buscaba con la mirada una ayuda para defenderme ya que mi
hermano había empezado con un ataque de ansiedad y estaba sentado en su asiento
con una botella de oxígeno a sus pies por si acaso.
-Eres como un libro abierto,
Jeff.
-¿Qué quieres de mí? –le pregunté
de forma grosera.
-Ver tu ruina.
-¿A qué te refieres? –pregunté
confuso.
-Jamás conseguirás salvarla. Su
ejecución es dentro de dos horas.
-No estamos solos.
-Ya sé que hay una tropa
“escondida” a unos metros de la prisión. Todos morirán y tú con ellos.
-Por lo menos moriré con dignidad
algo de lo que tú careces.
-Eso me trae sin cuidado si
consigo perderte de vista a ti y la mafiosa.
De repente, una cosita roja del
motor comenzó a parpadear y soltar un pitido muy agudo. Gracias a esa
distracción pude coger una palanca que estaba al lado de mis pies y le di con
ella en toda la nuca dejándola inconsciente.
La até rápidamente y me senté en
el asiento del piloto. El radar indicaba que nos seguían tres aviones. Decidí
apagar el motor automático y acelerar todo lo que pudiera pero los aviones no
nos perdían el rastro.
Lanzaron el primer misil el cual
no nos dio pero poco faltó. Giré el volante hasta quedar de frente de los
aviones que venían a por nosotros y disparé el primer misil. Pero los aviones
pudieron esquivarlo sin problema alguno. Necesitaba acercarme más para tener
mejor puntería ya que era la primera vez que conducía este trasto.
Cuando se acercaron lo
suficiente, lancé el segundo misil el cual dio de pleno en uno de los tres
aviones. Éstos reaccionaron al segundo lanzándome cada uno un misil. Giré
bruscamente el volante consiguiendo esquivarlos.
De tantas vueltas que nuestro
avión daba, mi hermano comenzaba a marearse aunque Elizabeth seguía
inconsciente en el suelo.
Gabi se tomó una pastilla para
así poder pilotar cuando yo tuviera que bajar a rescatar a Kira aunque para
eso, necesitábamos deshacernos de los dos aviones que no paraban de lanzarnos
misiles.
Nos metimos dentro de una nube y
allí conseguí despistarlos. Aceleré todo lo que pude hasta que vi la prisión.
Avisé a Ainlena de que sus amigos se pusieran en posición.
Gabi se puso en mi sitio y yo me
fui atando un arnés.
Elizabeth estaba volviendo en sí
y eso no era nada bueno, haría hasta lo imposible por detenerme. Aunque estaba
atada, era una amateur escapándose de los sitios por lo que sabía que un par de
cuerdas no iban a ser un impedimento muy grande o al menos importante para ella.
No dejé de mirar fijamente a
Elizabeth mientras me ponía bien el arnés. Por un momento, parecía la mujer que
vi aquella noche en el bar. La indefensa chica a la que había que proteger de
los hijos de puta. Pero no, era una asesina que lo único que había hecho era
vigilarme e intentar matarme más de una vez. Me daba asco pensar que me había
acostado con ella.
Unos minutos más tarde, le di la
señal a mi hermano para que lanzara la primera bomba. Mi hermano así lo hizo.
Las bombas que llevábamos eran de las más fuertes del mundo aunque no llegaban
a ser nucleares, podían tirar abajo cualquier resistencia. Justo cuando cayeron
las puertas metálicas blindadas causando un estruendo enorme, los 700 amigos de
Ainlena entraron corriendo con escopetas, metralletas, granadas… cualquier cosa
que sirviera para matar a alguien.
Entonces, le di señal de que
tirara la segunda la cual cayó al lado opuesto de donde se encontraba la celda
de Kira. Al ver que mi hermano había acertado, me tiré del avión cuando
estábamos sobrevolando la prisión. No teníamos mucho tiempo. Los refuerzos de
los enemigos llegarían enseguida.
En cuanto llegué al suelo, me
quité el arnés que iba enganchado al enorme paracaídas y me adentré por la zona
que no estaba atacada. Nada más colarme por una puerta de emergencia que tuve
que forzarle la cerradura, me encontré de frente con varios guardias. Se
quedaron mirándome pero al segundo reaccionaron poniéndose en posición de
ataque. Tuvimos un largo forcejeo. Tras deshacerme de uno de los guardias estampándolo
contra la pared, me concentré en el que quedaba de pie. Me miró seriamente y
lanzó un puñetazo. Lo conseguí esquivar pero antes de que pudiera ponerme en
posición, lanzó otro puñetazo. Ese me dio en la nariz, la cual comenzó a
sangrar.
Al verme la sangre, me enfurecí y
le gruñí a lo que él se echó a reír. Aunque un segundo después no reía tanto.
Le pegué un puñetazo en la mandíbula y vi cómo salían disparados varios dientes
de su boca. El guardia se tapó la boca con fuerza y con la otra mano, sacó la
pistola por lo que yo también saqué la mía que llevaba un silenciador puesto.
No era de echar sermones antes de eliminar a alguien por lo que sin pensármelo
dos veces, le disparé. Le comenzó a salir sangre del pecho y cayó de rodillas
al suelo. En cuanto verifiqué que estaba muerto, comencé a correr por los
pasillos. Los pasillos estaban vacíos ya que la mayoría de los guardias estaban
afuera disparando. Sus balas eran como cosquillas para nuestro avión, no
conseguirían nada. Y la otra parte de los guardias, estarían teniendo un fuego
cruzado con los amigos de Ainlena.
Cuando encontré la celda de Kira,
miré hacia todos lados en busca del jefe del departamento. Él era el único que
podía abrir la celda. Tras buscarlo por los pasillos laberínticos durante más
de diez minutos, le encontré. Afortunadamente, estaba sólo en su despacho.
Entré como si nada y él me miró confundido. Pero antes de que pudiera decir
nada o diera la alarma, le disparé al cuello un dardo tranquilizante que lo
dejaría inconsciente durante bastante tiempo. Lo llevé a rastras hacia la
celda. La seguridad de ella era bastante compleja pero al final conseguí
abrirla. Dejé al hombre en el suelo tirado como un trapo viejo y entré en la
celda. Había dos chicas además de Kira en aquella celda. Por su físico y su
belleza, me jugaría el cuello a que eran mafiosas al igual que Kira. Ella me
miró contrariada y sorprendida a la vez. Pero no teníamos tiempo para
declaraciones de amor o para explicaciones absurdas. La cogí de la mano y nos
fuimos de allí. Durante el trayecto a la puerta por la que había entrado antes,
tuvimos que deshacernos de varios guardias. Recibimos algún que otro golpe pero
a parte de mi nariz rota, no hubo ninguna desgracia que lamentar. Le avisé a
Gabi por radio que ya podía venir a buscarnos. El avión estaba encima de
nosotros a unos veinte metros de altura pero mi hermano no obedecía mis
órdenes.
-¿Pasa algo? –me preguntó Kira.
-Mi hermano no responde –respondí
preocupado.
-Tranquilo, a lo mejor es que
Ainlena le está entreteniendo –dijo a la vez que los dos pensábamos que eso era
una auténtica tontería sabiendo en la situación de riesgo en la que estábamos.
-Ainlena no está con él –dije
mordiéndome el labio.
-¿Entonces? –preguntó esperándose
lo peor.
-Elizabeth. Seguramente se habrá
soltado. Tenemos que subir como sea.
Entré corriendo a la prisión y
Kira me siguió sin entender nada. Corrimos por los pasillos hasta encontrar lo
que queríamos. Dimos con un cuarto en el que había armas, cuerdas, paracaídas…
Cogí una cuerda, la más larga que había, y le até una metralleta. Eso me
serviría de ancla.
Volvimos a salir fuera. Gracias
al cielo, los amigos de Ainlena estaban haciendo un estupendo trabajo ya que
habían conseguido toda la atención de los guardias y así nosotros podíamos andar
a nuestras anchas.
Tiré la cuerda pero la metralleta
no se enganchó en la puerta medio abierta del avión. Volví a intentarlo pero no
lo conseguí. Tras unos intentos más, Kira se cabreó y me quitó la cuerda de las
manos y la lanzó. Acertó a la primera y me miró con aires de superioridad.
Comenzamos a escalar y cuando los
dos estuvimos montados, allí les vimos. Enzarzados en una pelea. Kira cogió el
volante y elevó el avión para que ningún guardia pudiera subir mientras yo
intentaba separarlos. Empujé a Elizabeth contra la pared del avión.
-¿Estás bien? –le pregunté a
Gabi.
-Sí, tranquilo. Habéis llegado en
el momento oportuno –dijo dándome una palmada en el hombro.
Recogí la metralleta y la cuerda,
y los tiré a un lado. Le guiñé un ojo a mi hermano pequeño y él entendió lo que
quería hacer. Mientras yo me acercaba a Elizabeth, Gabi le ordenó a Kira que
nos elevara. Cuando volvió, me ayudó a coger por los brazos a Elizabeth. La
chica no paraba de moverse y de retorcerse para conseguir escaparse pero mi hermano
y yo teníamos práctica de cuando de pequeños nos chichábamos y queríamos
escaparnos para que nuestra madre no nos pegara por portarnos mal.
Nos acercamos los tres a la
puerta del avión.
-Yo siempre gano –me dijo
gruñendo.
-Hay que aprender a perder –le
susurré al oído a Elizabeth. Le guiñé un ojo a Gabi y los dos con fuerza, la
tiramos al vacío.
No me gustaba nada haber
convertido a mi hermano en un asesino. Aunque hubiera matado a alguien que
había hecho mucho mal, seguía siendo un homicidio.
Gabi me miró sonriente. Sabía que
todo esto se había acabado.
Los aviones que habíamos
despistado antes, nos encontraron. Kira intentó despistarlo pero no lo
conseguía por lo que optó por dispararles. Tras eliminarlos, nos fuimos
alejando de la prisión. No pasamos por casa ya que Joe me estaría allí
esperando. Con el avión que habíamos robado, nos fuimos a las afueras de Nueva
York. Kira me miró la nariz que no paraba de sangrarme.
-No está rota –me dijo tocándome
el puente de la nariz-. Es solo una hemorragia.
Me puse un pañuelo para taponar
la sangre y cogí de la mano a Kira. Sus ojos brillaban más que la estrella
polar y seguramente los míos también. Llevaba mucho tiempo deseando volver a
vivir esta situación de tranquilidad.
Justo cuando íbamos a decidir a dónde
irnos, el móvil de Gabi comenzó a sonar.
Gabi se alejó de nosotros para
que no escucháramos la conversación que estaba teniendo por teléfono. Cuando
volvió, tenía los ojos llorosos.
-¿Gabi, qué ha pasado? –le
pregunté alarmado.
-Han disparado a Ainlena. Tenemos
que ir a buscarla.
-¿Se encuentra bien? –preguntó
Kira.
-Por lo que una amiga suya me ha
contado, ha sido un disparo en la pierna pero está perdiendo mucha sangre.
-¿Dónde están? –inquirí nervioso.
-A tres kilómetros al oeste de la
prisión.
Allí nos dirigimos a toda prisa.
Recogimos a Ainlena y a la amiga que estaba cuidándola. Sacamos el maletín de
los primeros auxilios que tenía el avión y comencé a curarla. Tenía
conocimientos sobre este tipo de accidentes ya que en la empresa nos instruían por
si la vida de nuestro compañero dependía de nosotros.
Ainlena estaba inconsciente y
Gabi no paraba de ir de un lado para otro mientras se mordía las uñas con
nerviosismo.
La herida no era muy profunda.
Podría salvarla antes de que se desangrase.
Kira pilotaba el avión.
Seguramente nos estaríamos alejando de Nueva York o posiblemente, del país.
Cuando le saqué la bala de la
pierna a Ainlena, Gabi me miró nervioso.
-Está bien, tranquilízate –le
dije mientras cogía gasas para taparle y desinfectarle la herida.
-¿Despertará?
-Ha perdido mucha sangre. Cuando
esté recuperada y consigamos algo de sangre, lo hará.
-Tenemos que ir a un hospital.
-No podemos. Nos arrestarían.
Ainlena estará bien aquí.
-¡Has dicho que necesitamos
sangre!
-No volveré a exponerte al
peligro, ¿entendido?
-¿Entonces cómo piensas salvarla?
-¿Su sangre es B positivo?
-Creo que sí. ¿En qué estás
pensando?
-Vamos a hacer una transfusión.
-Estás loco –me dijo llevándose
las manos a la cabeza.
-Es la única manera de conseguir
que sobreviva. ¿Lo tomas o lo dejas?
Mi hermano aceptó, no le quedaba
otra si quería salvarla. Kira fue la que me metió la aguja en la vena del brazo
ya que mi hermano les tenía un pánico horroroso a las agujas. Podía ver como la
sangre salía de mi cuerpo y acababa en una bolsita de plástico. En cuanto
estuvo llena, le metimos mediante otra aguja mi sangre a Ainlena. Sabía
perfectamente que mi hermano querría ser el que le diera las fuerzas para vivir
pero él no tenía ese tipo de sangre.
Kira llevaba pilotando muchísimas
horas. ¿Hacia dónde nos estaba llevando? De repente, noté cómo descendíamos.
-Bienvenidos a Noruega –dijo
mientras se levantaba del asiento del piloto.
-¿Estamos en Noruega? –pregunté
confundido.
-Sí y estate tranquilo que nadie
nos ha seguido –dijo guiñándome un ojo.
La cogí de la mano con dulzura y
le besé nos nudillos. Justo cuando íbamos a salir del avión, Ainlena volvió en
sí. Gabi se acercó a ella corriendo.
-¿Ainlena estás bien? –preguntó
preocupado.
-¿Qué ha pasado? –preguntó con
voz ronca y sin abrir los ojos.
-Te dispararon en la pierna pero
ya estás a salvo –respondió mientras se acercaba a ella para darle un beso en
la frente.
Notaba cómo Gabi ahora estaba
mucho más tranquilo. Todos estábamos tranquilos aunque no bajábamos la guardia
ni un solo segundo.
-¿Por qué nos has traído aquí?
–le pregunté a Kira mientras buscábamos algo de ropa que se pudiera poner ya
que no podía salir del avión con el uniforme naranja de presidiaria.
-Aquí estaremos seguros.
Robamos una furgoneta y Kira nos
llevó hasta la zona más cara de la parte de Noruega en la que estábamos. Había
mansiones con jardines por todos lados aunque no se podía ver mucho porque
habíamos llegado en la parte oscura del año. No me podía ni imaginar vivir aquí
y estar seis meses de noche y seis meses de día.
Kira paró enfrente de una enorme
mansión pulsó un código en la entrada consiguiendo que la puerta principal se
abriera. Aparcó enfrente de la puerta de la mansión y ayudamos a Gabi a llevar
a Ainlena a un cuarto en el que los dos estarían cómodos y con calor ya que el
frío que hacía era desgarrador.
La amiga de Ainlena estaba un
poco asustada. De repente, me di cuenta de que era la maquilladora, Chloe. Estuve
hablando con ella mientras Ainlena nos preparaba algo para cenar. Al parecer, se
había unido al grupo en el último segundo ya que no estaba muy convencida del
plan y le daban asco los enfrentamientos.
La verdad era que estar con Chloe
era una buena noticia. Podría maquillarnos para que nadie nos reconociese ya
que éramos prófugos de la justicia.
-Te he echado mucho de menos –me
susurró Kira al oído cuando estábamos quitándonos la ropa para meternos en la
cama.
Me di media vuelta para mirarla a
los ojos y la cogí de la cadera. Se estremeció al notar el contacto de mi piel
con la suya. La acerqué a mí. Comencé dándole unos besos inocentes por el
cuello. Le quité la ropa interior y ella me quitó la mía. Llevaba días soñando
con que llegara este momento.
-¿Esto significa que me perdonas
por haberte mentido? –le pregunté mientras la envestía por primera vez aquella
noche.
-Si no fuera por ti, ahora
estaría muerta –dijo mientras se retorcía de placer.
Eso significaba que me perdonaba
por lo que comencé a envestirla con más fuerza y rapidez. Kira no tardó en
empezar a gemir. Acaricié sus pechos desnudos con ansia. Nunca antes había
deseado a una mujer con tanta intensidad. Y por eso mismo, decidí hacerla
sentir como una reina. Quería darle todo y más.
Besé sus pechos y fui bajando
hasta llegar a su abdomen. Acaricié sus muslos mientras los abría con
delicadeza. Mi lengua comenzó a recorrer sus ingles hasta llegar a su clítoris.
Kira no paraba de retorcerse y de gemir. En medio de un orgasmo, comenzó a
tirar de mi pelo con fuerza. Levanté la cabeza y la besé en los labios.
Volví a penetrarla como había
hecho muchas veces. Kira comenzó a clavarme las uñas en la espalda. Seguramente
me quedarían arañazos pero no me importaba. No me dolían.
Esa misma noche hicimos un montón
de posturas sexuales distintas.
La mansión era lo suficientemente
grande como para que no nos hubieran escuchado nuestros acompañantes.
-Yo también te he echado de menos
–dije casi sin aliento mientras la penetraba por última vez aquella noche.