Llevaba varios días sin hablarme
con Gabi y aunque tenía mis razones para abstenerme, me fastidiaba enormemente
no poder contarle mis cuitas y mis inquietudes. Él siempre conseguía que me
sintiera mejor pero ahora con esa noviecita que se acababa de echar, todo había
cambiado, él había cambiado y tenía que abrirle los ojos. No quería que se
convirtiera en un auténtico imbécil. Tenía que impedir que esa intrusa me
robara y cambiara a mi hermano.
Todo esto hacía que no me comiera
la cabeza con el asunto de Kira. Joe tenía varios posibles sospechosos e iba a
ir a por ellos y a averiguar quién tiene el puñetero antídoto que puede que le
cueste la vida a Kira. Pensar en que estaba en juego su vida, hacía que se me
enervara la sangre.
Al día siguiente, salí de mi
cuarto con intención de ir al médico y darme de alta para volver a ir a
trabajar. Pero cuando salí, allí estaba. Ainlena Irwin tan bien vestida como
siempre sentada en un taburete de mi cocina.
-¿Qué haces tú aquí? –le pregunté
sin un atisbo de alegría.
-Tu hermano y yo vamos a dar una
vuelta y se está terminando de vestir.
-Genial –dije sin mirarle a la
cara.
-Jefferson, sé que no hemos
empezado con buen pie y quiero arreglarlo.
-¿De verdad quieres arreglarlo?
-¡Claro! –dijo la chica muy
convencida.
-Entonces, aléjate de mi hermano.
No le haces ningún bien.
-Eso tú no lo sabes, no me
conoces.
-No hace falta conocerte para
saber qué clase de chica eres.
-Y según tú, ¿qué clase de chica
soy? –preguntó curiosa mientras se bajaba del taburete y se acercaba a mí.
-Eres ese tipo de chica que
cambia a los hombres. Consigues hacer que se conviertan en tus perritos de
paseo y cuando ya les has sacado todo lo que quieres, los abandonas dejándolos
hundidos en la mismísima mierda.
-Pues no sé qué otra novia has
conocido de tu hermano, pero yo no soy así.
-Es lo que me estás demostrando.
-¿Qué te he demostrado? ¿Qué se
ha enamorado de mí como yo de él? ¿Qué somos muy cariñosos y siempre queremos
estar juntos? No veo nada de raro en lo que estoy diciendo, Jefferson. Esto es
lo que normalmente hacen las parejas.
-Has cambiado a mi hermano.
-No, en tal caso, ha madurado. Y
comenzó a madurar en el mismo instante en el que me pidió que fuera su novia.
Yo no he tenido nada que ver. Deberías ver más allá de lo que ven tus ojos,
¿sabes?
-Tú a mí no me dices lo que tengo
que hacer.
-No te he ordenado nada, sólo es
un consejo –dijo saliendo de la cocina y dando por terminada la discusión.
Me tumbé en el sofá mientras oía
como la arpía esa entraba en el cuarto de mi hermano y le metía prisas para
salir a la calle. Tal vez tuviera un punto de razón en cuanto a que mi hermano
pequeño había madurado pero yo muy bien sabía que había cambiado. Necesitaba
tener una charla con ellos dos. Poner las cartas sobre la mesa y así aclararlo
todo de una santa vez y tenía que hacerlo cuanto antes por lo que me levanté de
un salto del sofá y salí al pasillo en el que se encontraban ellos dos
poniéndose los abrigos.
-Tenemos que hablar –dije
secamente mirándoles a los dos a los ojos.
-Jefferson, ahora vamos a salir.
¿No puede ser luego? –dijo mi hermano atándose los botones de su abrigo.
-No, tiene que ser ahora –mi
hermano suspiró con exasperación ante mi respuesta. Pero acabó aceptando y los
dos se quitaron los abrigos para ir luego al salón.
-Mirad, no me gusta lo que está
pasando –dije cuando estábamos los tres sentados en los sofás del salón.
-¿A qué te refieres? –preguntó mi
hermano curioso.
-Estás cambiando y tú no te estás
dando ni cuenta.
-Hermano, he madurado y me he
enamorado. Ninguna de las dos cosas son malas. Los cambios son buenos, tú
siempre lo dices.
-Sí, son buenos pero, ¿hasta qué
punto?
-Explícame en qué he cambiado
para poder solucionarlo cuanto antes.
-Desde que sales con ella, me has
dejado en un segundo plano.
-¿Lo que tienes es envidia?
-No. Pero no me gusta que me
ignoren de la noche a la mañana, de que el único hermano que tengo, en vez de
ayudarme, me hunda más en mi agujero negro…
-Ya te pedí perdón respecto a
eso. Y estate tranquilo que no volverá a pasar. ¿Querías decirnos algo más?
-Sí. Mira Ainlena es cierto que
no nos conocemos pero, ¿podrías dejarle respirar un poco a mi hermano? Yo
también necesito pasar tiempo a su lado.
-Si he estado tan pegada a él era
porque estabais enfadados pero si ya lo habéis arreglado, nos veremos menos,
cuñado.
-Gracias y no me llames cuñado.
-Está bien, cascarrabias –dijo
mirándome de forma burlona.
Ainlena tenía una cosa buena:
Aceptaba lo que era justo. Gracias a esa virtud, me caía un poco mejor pero no
iba a ser fácil ganar mi confianza ni mi apoyo.
-¿Gabi, te apetece bajar al bar a
tomar una cerveza? –le pregunté esa misma tarde.
-Claro.
En el bar, nos sentamos en los
taburetes de la barra, como siempre. Lo único que cambiaba era que no estábamos
rodeados de mujeres hermosas.
-¿Sabes algo de Kira? –me preguntó
mientras cogía su jarra de cerveza para darle un trago.
-Sí. Joe está vigilando a los que
tienen el antídoto. Mañana trazaremos en la oficina un plan para quitárselo y
poder salvar a Kira. Quedan cuatro días para que se desate todo este nudo.
-¿Ha vuelto a llamarte?
-No. Sólo me llamó para decirme
la manera de salvarla, nada más.
-Pero si la salvas tú, ¿no sabrá
quién eres realmente?
-No sé cómo lo voy a hacer porque
si voy con la empresa, pensará que Luigi la ha dejado tirada pero si voy así
sin más, aparte de que creo que son bastantes los que la tienen retenida,
sabría que no soy un simple cocinero. Mañana Joe me dirá qué debo hacer.
-Solo espero que todo salga bien.
-Yo también –dije asintiendo
mientras mi mirada se perdía en el fondo del bar.
Subí por el ascensor hasta la
planta de Joe. Estaba nervioso y a la vez emocionado, con ganas de poner en
marcha el plan. Quedaban tres días y el tiempo apremiaba.
-¿Cuál es el plan? –pregunté nada
más entrar en la sala de reuniones.
-Tenemos a los que tienen el
antídoto a punto de mira. Mañana iremos al almacén en el que se esconden.
Entraremos sigilosamente ya que no nos conviene tener un tiroteo.
-Sin armas, no conseguiremos
quitarles el antídoto –me quejé.
-Va a ser más fácil de lo que
piensas.
-Explícate.
-Hemos puesto micrófonos
diminutos por el almacén cuando ellos no estaban y podemos oír todas sus
conversaciones. Ayer llamaron a un hombre para que mañana vaya a llevarse el
antídoto fuera de este país.
-¿Vamos a quitárselo a él cuando
esté lejos del almacén?
-No. Algo mejor. Vas a hacerte
pasar por ese hombre.
-Habrán llamado a alguien de
confianza. No funcionará.
-Han llamado a una empresa de
correo aéreo. No se conocen.
-Está bien. Entonces tengo que
llegar allí y pedirles que me den lo que quieren enviar, ¿no?
-Exacto. Mañana tendrás en tu
despacho el uniforme de la empresa aérea. Ah, y no te preocupes si algo va mal.
Llevarás una mini cámara en el cinturón y nosotros estaremos a cierta distancia
por si pasa algo.
-¿Iré sin armas?
-La camisa es bastante ancha por
lo que puedes meter una pistola pequeña por la espalda.
-Perfecto. ¿Y para luego salvar a
Kira?
-Ese tema ya es más complicado.
-No puedo arriesgarme a que sepa
quién soy en realidad.
-Lo sé, Jefferson. Necesitamos
saber su plan para matar a nuestro presidente. Sabes mejor que nadie que no
podemos fallarle a nuestro país.
-Lo sé, señor.
-Esta tarde te llamaré si he
pensado en algún plan infalible.
-Está bien.
Salí de allí sin mucho
entusiasmo. Teníamos la mitad del trabajo hecho pero faltaba la parte más
importante. Salvarle la vida a Kira sin que se enterase que soy un espía.
Nada más llegar a casa, mi móvil
comenzó a sonar. Comencé a rebuscar en mis bolsillos hasta que me di cuenta de
que lo había olvidado en la mesita de noche.
-Hola, Jefferson. ¿Te apetece
salir a dar una vuelta?
-Claro.
-Estoy en el portal de tu casa.
Te doy cinco minutos.
Cuando bajé, allí estaba ella,
tan bella como siempre. Tenía mejor aspecto que otras veces y la veía más
animada.
-Hola, Elizabeth. ¿Qué tal estás?
-Pues la verdad es que mejor.
Conseguí un trabajo como profesora infantil.
-¡Eso está muy bien!
-Sí pero aun así, no tengo donde
vivir.
-¿Por qué no te vienes a mi casa?
-¿Lo dices enserio?
-Somos amigos, ¿recuerdas?
Esa misma noche se instaló en mi
casa. Aunque no la conocía desde hacía mucho, me transmitía alegría, relajación
y compañía. Ahora que tenía un trabajo, sabía que no se quedaría en mi casa
todo el tiempo que quisiera, sólo hasta que ahorrara lo suficiente como para
alquilarse un piso en el que poder vivir.
Tras acabar de cenar, nos pusimos
a ver la televisión. Estábamos los dos solos porque mi hermano había salido a
cenar con Ainlena.
-Gracias…por todo –me susurró
mientras veíamos una película.
-No se merecen –noté como surgía
una tímida sonrisa en su rostro tras mi comentario.
Aquella misma noche, Elizabeth
durmió en la habitación que estaba libre. Yo me metí en mi cama nada más
terminar la película ya que mañana tenía una misión importante.
Por la mañana, sonó el
despertador y me levanté de un salto. Estaba nervioso. Esta parte aunque era
bastante sencilla, era crucial para poder salvar a Kira.
Me vestí y fui a la empresa.
Cuando llegué a mi despacho, vi una bolsa encima de mi escritorio. Era la ropa
de la empresa de correo aéreo. Fui al baño y me la puse. Al meter las manos en
los bolsillos del pantalón, noté algo metálico, las llaves del vehículo de
aquella empresa.
Bajé al garaje en busca de un
coche que no había visto en mi vida. Pero no fue difícil de encontrar. Era un
coche de dos plazas, de color gris y con el logo de la empresa en las puertas y
en el techo.
Dentro del coche, en la guantera,
estaba la dirección a la que tenía que ir. Metí la dirección en el GPS y salí
de allí como alma que lleva el diablo.
Cuando llegué al almacén, me bajé
del coche pero sin parar el motor. Toqué con los nudillos en la puerta.
-¿Quién es? –preguntó una voz muy
grave.
-Pertenezco a la empresa FedEx, correo aéreo.
La puerta metálica se abrió y
apareció un hombre moreno con bigote. Me miró de arriba abajo y después hizo lo
mismo con el coche que había a mis espaldas.
-Pidieron que viniera alguien a
recoger aquello que querían mandar, ¿cierto? –dije intentando que me dieran ya
el dichoso antídoto y poder salir de allí cuanto antes.
-Enséñame tu carnet de la empresa
–dijo frunciendo los labios.
Fui al coche y cogí la carpeta en
la que estaban todo lo que necesitaba para mi nueva identidad. Comencé a
rebuscar hasta que encontré el dichoso carnet. Se lo enseñé y él me lo arrebató
de las manos. Lo miró para cerciorarse de que no era falso. Habíamos conseguido
que la empresa FedEx me hiciera uno por lo que era auténtico al cien por cien.
-A ver, voy a ser claro. Como le
pase algo a lo que quiero enviar, no te va a quedar continente por el que
correr, ¿entendido? –dijo devolviéndome el carnet.
-Entendido, señor.
El hombre se adentró en el
almacén y un minuto más tarde, vino con una cajita un poco más grande que mi
mano. Me la dio y yo la cogí con cuidado. Noté como el hombre me observaba
mientras yo me metía en el coche. Le hice un gesto con la mano a forma de
despedida y él me respondió alzando ligeramente la barbilla.
Cuando llegué a la empresa, cogí
la cajita y subí a todo correr hasta el despacho de Joe.
-¡Lo tengo! –dije eufórico.
-¡Ése es mi chico! –dijo mi jefe
orgulloso.
Abrí la cajita apresuradamente y
allí estaba, el antídoto, envuelto entre un millón de capas de periódico para
que no se rompiera el pequeño frasco. Lo cogí con delicadeza y lo miré con
alegría. Kira estaba salvada.
Mientras celebrábamos mi jefe y
yo el triunfo de la misión, mi móvil comenzó a sonar. Era un número oculto,
seguramente eran los secuestradores. Mi jefe y yo nos quedamos en completo
silencio.
-¿Luigi? –preguntó Kira con la
voz ronca.
-¡Kira! ¿Estás bien?
-Sí, tranquilo. Te llamo para
avisarte que sólo queda mañana.
-No te preocupes, no te fallaré.
-Adiós –dijo colgando al segundo
después.
-Joe, necesitamos hacer el plan
cuanto antes. ¡Sólo queda mañana!
-Lo sé, Jefferson. Tranquilízate
–dijo poniéndome una mano en mi hombro.
-Joe, tenemos que hacer una copia
de este antídoto.
-¿Por qué?
-Por si le han metido el virus a
Kira. Si les damos el único que hay, no podrá salvarse.
-Está bien. Mándalo al
laboratorio. Diles que lo quiero en mi despacho en dos horas.
-Está bien, señor –dije saliendo
a paso ligero de su despacho.
Nada más dejarlo en el
laboratorio, volví al despacho de Joe. Teníamos un plan pendiente y 30 horas
para conseguir que fuera infalible.
-¿Y si mientras el equipo los ametralla,
tú entras por el lado opuesto y te llevas a Kira?
-Muy arriesgado. Podrían darnos y
además, los secuestradores podrían matarla si se ven en peligro.
-Tienes razón. Hay que pensar en
algo más seguro.
-A ver, pensemos. Son cinco
hombres, armados y con conocimientos de lucha.
-He rastreado desde dónde te
llamaba Kira. Era un motel que está en una carretera poco transitada, a las
afueras de Nueva York.
-Tenemos el antídoto pero, ¿cómo
sabemos que cumplirán su palabra?
-No lo sabemos, ése es el
problema.
-Joe, tengo el plan perfecto.
Hemos estado pensando en las cosas más enrevesadas que hay cuando la mejor
opción la teníamos enfrente de nuestras narices.
-¿Y cuál es?
-Iré al motel. Les daré el
antídoto no sin antes exigirles que suelten a Kira si no los hacen, vosotros
entraréis en la habitación mientras que yo protegeré a Kira y la sacaré de
allí.
-Simple pero no es infalible,
pueden surgir contratiempos y que todo se vaya al garete.
-Joe, ellos son cinco y nosotros
somos al menos el cuádruple. No podrán con nosotros. Nosotros somos la ley.